Una máxima militar dice que hay que coger al enemigo por sorpresa, sin avisar. En la televisión a esto lo llaman «factor sorpresa» en un alarde de originalidad. Es por eso que muchas voces se han levantado en contra informar de nuestra posición en el espacio a quien pueda estar escuchando. Sea o no sea enemigo, y suponiendo de antemano que exista.

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   A estas voces de alarma se han sumado las de respetados científicos, que han dicho que la prudencia cuando enviamos información fuera de la Tierra podría causarnos algún disgustillo intergaláctico que otro. No vaya a ser que quien esté escuchando venga a atacarnos.

Pero el espacio es muy grande

   Suponiendo, claro, que:

  1. estén lo suficientemente cerca como para oírlo,
  2. sigamos existiendo como especie cuando lo reciban (o cuando lleguen),
  3. tenga sentido para su civilización recorrer distancias astronómicas para quitarnos nuestros recursos,
  4. o entiendan su significado cuando lo reciban.

   Todo parece indicar que –beligerantes o no– para cuando una civilización llegue a captar cualquiera de los mensajes que hemos enviado, a entenderlo, y a viajar hasta donde estamos es muy posible que ya no existan humanos como especie.

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Modelo de la Voyager. Fuente: Wikipedia

   La estrella más cercana a la Tierra es Alfa Centauri, a 4,37 años-luz. Una civilización que enviase su potente flota de cruceros espaciales contra nosotros desde allí, y aunque estos pudiesen viajar a la velocidad de nuestra sonda espacial más veloz (la Voyager 1), tardarían 77.117 años en empezar a dispararnos. Y es improbable que haya nadie en Alfa Centauri, menos aún con ganas de camorra interplanetaria.

   Por lo que nosotros sabemos, llevamos existiendo como especie unos 195.000 años, unos 10.000 fabricando herramientas de alta tecnología y unos 200 entendiendo lo que pasa en el universo e invirtiendo en ciencia. Digamos que, de momento, estamos a salvo. Y que cuando alguien llegue, tendremos la capacidad de defendernos.

Las señales que enviamos sin querer

   En la memoria de muchos de nosotros está el comienzo de la película Contact, que introdujo la leyenda popular de que el discurso que dio Hitler durante la apertura de los juegos de 1936 en Berlín fue la primera señal que enviamos al espacio. Algo que no es cierto en absoluto.

   Ya en 1896, Guillermo Marconi logró transmitir señales a varios cientos de metros, hazaña que multiplicó por mil en 1901, cuando logró enviar señales a más de 322 km de distancia. Teniendo en cuenta que la atmósfera a partir de los 100 km es inusitadamente débil, hacia 1920 las radiotransmisiones de todo el globo estaban escapando de la Tierra a la velocidad de la luz.

   Para nuestra fortuna, si alguna civilización extraterrestre escuchó las pruebas de Marconi y el hundimiento del Titanic en 1912, y puso suficiente oído como para enfadarse escuchando a Hitler, es muy posible que se dé la vuelta cuando las bobadas de Alf, Los Simpsons o Donald Trump aparezcan en su televisor.

   Hoy en día, miles de emisoras de radio vierten su contenido al espacio de manera indiscriminada. Pero eso no ayuda precisamente a entender el mensaje, ya que las ondas de radio de la misma energía tienden a unirse en las grandes distancias. Dicho de otro modo, imagina que todas las emisoras a 103.9 MHz de FM se escuchasen a la vez. Sumadas. Complicado es poco.

El mensaje que enviamos queriendo

   En 1974 se remodeló el radiotelescopio de Arecibo, y para celebrarlo enviamos un mensajes de 1.679 bits a la dirección M13, un objeto espacial en la constelación de Hércules a 25.000 años-luz. El mensaje es este, con su explicación aquí.

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   Aunque los alienígenas lo recibirían así (audio):

   Tiene información sobre la situación del Sistema Solar, nuestro planeta y sobre nosotros. Pero no te frustres si no la comprendes porque casi nadie lo hace.

Nuestros mensajes en una botella (espacial)

   Mucho más preciso aunque con unas posibilidades de éxito mínimas son las placas que hemos ido enviando al espacio en varias direcciones con la esperanza de que una civilización las coja (físicamente), las entienda, y tenga ganas de hablar con nosotros.

Placa de la misión Pioneer

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Placa de las Pioneer. Fuente: Wikipedia

   Estas dos sondas, con el objetivo de estudiar el Sistema Solar y aprender sobre nuestro barrio galáctico, fueron enviadas en 1972 y 1973 hacia Júpiter y Saturno. Esto se muestra en la parte inferior de la placa de 21 cm situada en el interior de ambas naves. Se pueden ver todos los planetas conocidos del Sistema Solar en esa época, y el camino que ambas sondas siguieron para escapar del Sistema Solar.

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Detalle de la placa de las Pioneer. Fuente: Wikipedia

   También se puede apreciar en la imagen dos humanos a la derecha (a escala con la silueta de las Pioneer tras ellos) y un reloj de hidrógeno en la parte superior. El reloj es complejo, pero baste decir que la dirección del spin del electrón del hidrógeno genera una onda de radio de 21 cm, exactamente la dimensión de la placa y que usamos como unidad de medida del resto de magnitudes en ella. Esperamos que los extraterrestres entiendan el sistema.

   Lo que seguramente sí que comprendan es nuestra dirección estelar, que es esa bonita estrella en la que la Tierra ocupa el centro. Los radios de la misma avanzan en dirección a los púlsares más cercanos, junto con la secuencia de pulsos característicos de cada púlsar. No, no es un trabalenguas, sino algo así como una pieza única de un puzle galáctico. Si quien lo encuentre tiene un mapa de púlsares de la Vía Láctea, esa estrella radial solo encajará en un punto, del que nosotros seremos el centro.

El disco sonidos de la Tierra de las misiones Voyager

   Las misiones Voyager no tenían como objetivo establecer contacto con civilizaciones extraterrestres allá por 1977, cuando fueron lanzadas, sino explorar como sus hermanas mayores el Sistema Solar. Pero, ya que estábamos lanzando naves fuera de nuestro Sistema Solar con placas, ¿por qué no incluir un mensaje largo en la botella espacial por si lo encontraba alguien más?

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Placa del voyager que hace de cubierta del disco, con instrucciones para la construcción de una máquina que lo reproduzca.

   Así, incluimos en las Voyager 1 y 2 lo que llamamos el Disco de oro o Los sonidos de la Tierra. En él hay grabados saludos en 55 idiomas, sonidos de la Tierra de todo tipo, y 27 conciertos junto con imágenes y clips de cientos de momentos humanos.

   Y allá va, una de las primeras recopilaciones de música humana, y la primera enviada al espacio. Un pequeño museo en miniatura que tardará miles de años en alcanzar el siguiente sistema solar, y quizá muchos billones más hasta que alguien lo capture (si es que sucede).

   Esperemos, al menos, que les guste la música.

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