La reconocida escritora belga Amélie Nothomb se niega a utilizar ordenador, móvil o redes sociales ya que afirma que «si tuviera esos objetos, sé que me acabaría convirtiendo en una esclava, como casi todo el mundo que los utiliza».
No es la única representante del mundo de la cultura en manifestar estas ideas en contra de algo tan integrado en nuestra realidad diaria, el norteamericano Jonathan Franzen en su recopilación de ensayos y artículos Más afuera denuncia cómo el abuso de las nuevas tecnologías está dañando el sentido de la intimidad. Sin falsos pudores se posiciona así «me resulta imposible no colocarme en el coro de los críticos de Internet y de las redes sociales por su trivialidad, inexactitud y su estúpida retórica del progreso que acabará por hacer de este mundo un lugar maravilloso».
¿Son estas las voces de meros predicadores en el desierto? En principio podría parecer que sí pero ya hay una corriente de profesionales que han decidido prescindir de las redes sociales para rendir más en su trabajo, concentrarse en una comunicación real y evitar riesgos para su vida privada.
Como en multitud de ocasiones anteriores, son los intelectuales los que se atreven a denunciar aspectos que podrían pasar por obvios pero a que mucha gente le pasan desapercibidos. Las redes sociales nos han proporcionado muchas ventajas pero su abuso nos convierte en meros receptores de una sobrecarga de información que no procesamos, consumiendo texto e imágenes sin ningún sentido crítico ni capacidad de análisis.
Nothomb también reflexiona sobre nuestra necesidad de relacionarnos con los demás: «la comunicación humana es infinitamente difícil. Mi soledad era más grande antes, pero me queda mucho para resolverla. Proust decía que la maravilla de la lectura es que permite encontrar al otro sentado en un lugar solitario. Esa soledad es maravillosa, pero no todas lo son tanto».
En una sociedad dominada por la dictadura de las redes sociales el sentimiento de soledad es paradójicamente más fuerte que antes, a través de una pantalla la empatía mengua hasta casi desaparecer, el cara a cara no se puede sustituir fácilmente a pesar de los avances tecnológicos.
En su novela Pureza Franzen llegó incluso a establecer un paralelismo entre la desaparecida República Democrática Alemana y las redes. Su personaje lo explica «Andreas se refiere a un sistema, el de las redes sociales, del que no es posible sustraerse. Si te sales, te conviertes automáticamente en un disidente. Además, los teléfonos inteligentes introducen el sistema en tu vida más íntima las 24 horas del día. La cosa empeora si eres un personaje público. Automáticamente desarrollas una personalidad online en cuya construcción estás obligado a participar. Si no lo haces, otros lo harán por ti, y te garantizo que el resultado no será precisamente halagador. Es un chantaje. O participas o serás castigado. En eso, el mundo actual se parece bastante a la vida en la RDA».
Escuchando estas voces tan críticas surge la pregunta ¿es posible un equilibrio? O la jerarquía del sistema es tan fuerte que no es posible romperla sin consecuencias graves para el infractor. El diálogo está servido.
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