Permítaseme empezar con un leve spoiler. Hace poco tuve ocasión de ver La llegada, de Denis Villeneuve. Se nota que está basada en un relato del ganador de premios tan reconocidos como el Nébula, el Theodore Sturgeon Memorial o el Seiun. El relato concretamente es «La historia de tu vida» y el autor en cuestión Ted Chiang. La historia cuenta uno de los primeros problemas y más evidentes a la hora de producirse un contacto entre humanos y extraterrestres. El lenguaje no puede ser ni remotamente parecido, lo cual imposibilita desde el primer momento la comunicación. Sí, he de admitir que el hecho de que la lingüística sea uno de los pilares de la trama ha hecho que la película gane puntos.
A partir de las diferentes entre los lenguajes humanos y el de los alienígenas, el relato plantea distintas formas de concebir y entender la realidad que nos rodea. El lenguaje humano es lineal, es decir, que sus unidades se desarrollan en orden sucesivo formando una cadena hablada; el de los extraterrestres, en cambio, tenía forma circular, con enunciados que carecían de un principio y de un final definidos. A cada modo de comunicarse, da a entender la película, le corresponde un modo de ver el tiempo: los seres humanos de forma lineal, con presente, pasado y futuro, mientras que los visitantes son capaces de romper esa linealidad y de ver el tiempo de forma circular. A medida que la protagonista, la lingüista Louise Banks, va desentrañando ese lenguaje, su comprensión del tiempo va pasando de ser lineal a circular. En otras palabras, pensar en un idioma diferente hace que sus patrones de pensamiento cambien.
En la película se menciona, como sustento de esa idea, la hipótesis de Sapir-Whorf según la cual existe una cierta relación entre la gramática del lenguaje que una persona habla y la forma en que la persona entiende y conceptualiza el mundo; el lenguaje no es solo un instrumento para para expresar y reproducir ideas, sino que forma en sí mismo esas ideas. En una formulación más suave cabría decir que la manera en que los individuos denominan o describen situaciones influye en la manera en que se comportan ante esas situaciones.
La teoría de Whorf se basaba en gran parte en el estudio del vocabulario esquimal para la nieve. El lingüista citó el trabajo del antropólogo Franz Boas, a través de su maestro Sapir, para explicar que los esquimales vivían tan íntimamente con la nieve del Ártico que habían desarrollado muchos más términos para describirla que las personas de otras culturas. «Nosotros tenemos la misma palabra para la nieve que cae, la que está en el suelo, la que es dura como el hielo, la blanda, la que lleva el viento, independientemente de la situación», escribe Whorf en 1940, pero «para un esquimal una palabra que incluyera todos los tipos de nieve sería impensable. El tiene una palabra para la que cae, la blanda, y así sucesivamente, como si fueran cosas diferentes». Es lo que, inspirándose en la relatividad de Einstein, vino a llamarse «relatividad lingüística».
La relatividad lingüística fue muy popular en los cincuenta pero en las decadas siguientes la teoría fue rechazada y ridiculizada por Noam Chomsky y sus seguidores, que argumentaban que todos los idiomas del mundo comparten ciertas características gramaticales. Se ha comprobado que incluso los bebés o los chimpancés son capaces de categorizar y agrupar categorías de objetos en conceptos, a pesar de carecer de lenguaje. El ejemplo de los esquimales de Whoft pasó a ridiculizarse entre los lingüistas, que lo consideraban erróneo y sacado de contexto.
Muchos de los experimentos para demostrar o refutar el relativismo lingüístico han ido dirigidos a la percepción de los colores, entendidos como conceptos universales. Sí, hay lenguas que tienen predilección por determinados colores en su vocabulario, como le pasa al japonés con la gama de azules. Y bien, ¿qué demuestra esto? Que los amerindios zuñi no tengan palabras diferentes para el «amarillo» y el «naranja» no significa que eso condicione su modo de pensar, que ellos no sepan distinguir lo amarillo de lo naranja sino simplemente que en su modo de vida esa distinción es irrelevante. Que los indios del Amazonas distingan en su lenguaje muchos tipos de verdes y nosotros no, no significa que veamos diferentes verdes sino que ese color no es tan importante en nuestras vidas como en las suyas. El problema que plantean los colores es más filosófico que de otra naturaleza y no parece probable que se llegue a un acuerdo, como demuestra el experimento mental del cuarto de Mary, propuesto por Frank Jackson.
Sí, también se han llevado a cabo experimentos que parecen confirmar, al menos de forma parcial, la hipótesis de Sapir-Whorf, al menos en su formulación más suave. Es posible que el lenguaje influya en la memoria y en la manera en que se organiza, aunque de ahí a decir que condiciona todos los patrones de pensamiento hay un abismo. Dan Slobin ha llevado a cabo varios estudios con hablantes nativos de inglés, turco y español para analizar los efectos de la gramática a la hora de narrar eventos. Llegó a la conclusión de que existía una correlación entre la lengua hablada y algunos aspectos destacados en la narración: los hablantes de español tendían a destacar más el tiempo, los de inglés la dirección espacial y los de turco los protagonistas de la escena. Alfred Bloom, por su parte, hizo un experimento en el que mostró a hablantes nativos de inglés un texto que contenía construcciones en subjuntivo y después mostró una traducción literal del mismo a hablantes nativos de chino, una lengua donde esta construcción gramatical no existe. A continuación preguntó a unos y otros si los acontecimientos narrados en el texto habían sucedido o no, ante lo cual los hablantes de chino fallaron en un porcentaje mucho mayor que los de inglés. Es decir, que no es posible traducir literalmente de una lengua a otra porque cada una conceptualiza la realidad de una manera diferente.
Volviendo al tema, expuesto en La llegada, de la relación entre la concepción del tiempo y el lenguaje, Lera Boroditsky mostró que los hablantes de inglés y chino conciben el tiempo de una manera distinta: el inglés asocia el transcurso del tiempo con un movimiento horizontal y el chino lo asocia a uno vertical. Esa misma lingüista realizó investigaciones que demuestran que los miembros de la tribu indígena Pormpuraaw piensan que el tiempo pasa de manera distinta a la de los hablantes de inglés porque su lenguaje lo relaciona con direcciones cardinales en lugar de hacerlo de izquierda a derecha. Sin embargo, plantear una hipótesis como la que aparece en La llegada basándose en estos estudios parece muy aventurado. En una entrevista a Slate la lingüística cognitiva Betty Birner afirmó que iba «más allá de todo lo plausible».
Eso no quita para que La llegada tenga el valor de plantear una reflexión sobre la importancia del lenguaje en nuestras vidas, algo sobre lo que, admitámoslo, todavía estamos en pañales.
Plausible significa aplaudible, no posible.
No lo entendí como «posible» sino como «adminisible». Mira la segunda definción según la RAE: http://dle.rae.es/?id=TNa5nXF
[…] que regimos nuestro mundo por las palabras que utilizamos para nombrarlo, también es cierto que vemos el mundo como lo nombramos. Es difícil saber qué influye a qué. ¿Cómo determinar el punto en el que todo […]