El 28 de diciembre se celebra el día de los Santos Inocentes, una celebración, hoy, algo pasada de moda, a pesar de que las inocentadas tenían su punto.
El hecho de que un infanticidio se recuerde con bromas resulta inquietante, ¿no?
Porque la efeméride que se conmemora en el mundo cristiano cada 28 de diciembre no es, ni más ni menos, que el homenaje póstumo a una matanza de niños.
Los hechos ocurren cuando los Reyes Magos de Oriente tienen una revelación sobre algo que está a punto de suceder: nacerá un niño en Belén que será el futuro Mesías y será, además, coronado Rey de Israel. Ante tal amenaza de usurpación, Herodes I el Grande ordena la matanza de todos los niños menores de dos años nacidos en Belén (Judea), condenando así a miles de recién nacidos. El pasaje bíblico, recogido en los Evangelios por San Mateo, (MT 2, 16 – 18) es conocido como la Matanza de los Inocentes.
Desde entonces, la Iglesia Católica conmemora ese día como el de los Santos Inocentes.
Pero, ¿qué tiene que ver ese terrible exterminio de bebés con el hecho de gastar bromas?
Sin ahondar, se puede explicar tan macabra conexión con que la palabra “inocentes” se refiere tanto a los infantes sacrificados en tan siniestro relato, como a quienes son víctimas de nuestras inocentes (o no tan) bromas.
Algunos han querido explicar esa coincidencia con la anécdota de que muchos padres, por salvar a sus bebés del exterminio, engañaron a los soldados de Herodes acerca de la verdadera edad de sus criaturas, y que nosotros, al gastar bromas con nuestras engañifas, no estamos sino aludiendo, en otro contexto por suerte nada dramático, a esas argucias. Pero esa explicación, así como la de que Herodes se creyera durante años que su estrategia había tenido éxito, parece demasiado casual (y causal).
Coincide que por, la misma fecha, el 28 de diciembre, tanto en algunos lugares de España (Valencia, Segorbe, Elche, y otros lugares de la Corona de Aragón), como en Francia, Sur de Bélgica (en Lieja) y otros países europeos, se celebraban unas fiestas llamadas Festa dels folls, Fêtes des fous, cuyo carácter transgresor y bromista tampoco guarda relación con el episodio bíblico, pero sí con el juego de crear un mundo al revés, un nuevo orden. Un habitante de condición humilde era elegido por las clases menos privilegiadas para ostentar simbólicamente importantes cargos, permitiéndosele cometer bromas y alentar a su séquito de compadres a ridiculizar y gastar todo tipo de chanzas a otros conciudadanos.
Fueron las autoridades las que se vieron forzadas a reprimir y después a prohibir algo que sin duda se les había ido de las manos y que había gozado de mucho éxito durante la Edad Media. En Francia, esos divertimentos ocurrían en el escenario de las iglesias, siendo los clérigos, actores, y daban lugar a celebraciones muy peculiares y libertinas (lo que hoy llamaríamos happenings). La fiesta de los locos de las que nos quedan pocos testimonios vivos, se siguen celebrando en Venezuela, La fiesta de los locainas, (por cierto que en Hispanoamérica se recomienda no prestar dinero ese día), y están intentando ser resucitadas en poblaciones de nuestro territorio, caso de Camp de Mirra (Alto Vinalopó), Jalance (Valle de Ayora-Cofrentes) e Ibi (Hoya de Castalla).
Por tanto, conviene ir más atrás en el túnel del tiempo, si queremos explicar la calendarización de estas fiestas de bromistas, locos o inocentes, precisamente un día que evoca un episodio tan terrorífico como debió de ser la matanza de los inocentes, y remontarnos a tiempos precristianos, hasta la antigüedad romana cuando se celebraban las Saturnales (en honor al dios Saturno), próximas al solsticio de invierno (en concreto del 17 al 24 de diciembre). Eran fiestas populares durante las cuales las barreras sociales se subvertían, siendo el amo el que servía al esclavo en comilonas en las que se brindaba por la mutua felicidad, una ficción que ha llegado hasta nuestros días bajo el deseo de paz y amor del espíritu navideño. Esa ficción duraba, como hoy, solo unos días, pero eran los mejores días, según el poeta Catulo.
A partir del año 274 las Saturnales se prolongan al 25 de diciembre para el Dies Natalis Solis Invicti, el día del nacimiento del sol invicto. La conversión del emperador Constantino I en el 312 favorece la difusión del cristianismo y, años más tarde, se registra el nacimiento de Jesús de Nazaret un 25 de diciembre como sincretismo de las fiestas precedentes. Cuando Teodosio I prohíbe los cultos no cristianos, la Navidad cristiana ha asimilado muchos de los elementos paganos de las saturnales (entre otros, decorar las casas con acebo y muérdago, regalar figurinas a los niños); y, más que nada, esa mezcolanza de mascarada carnavalesca y bufona, ese espíritu subversivo de las fiestas de locos en que hemos convertido nuestras Nocheviejas; dejando un poco de lado, eso sí, aquellas inocentadas un tanto ingenuas, que nadie nos quita de hacer cualquier otro día, ahora que la osadía de la comunicación es otra, aún más sabiendo que nos han debido de tomar un poco el pelo en eso de permitirnos hacer guasa del otro, inocente, por mor de los pobres niños masacrados. (Aunque, bien pensado, tampoco está de más recordar que no se han acabado las matanzas de inocentes…)
Otra festividad similar, en cuanto al carácter bromista y transgresor, se celebra en el 1º de abril, Poisson d’avril para los francófonos, April Fools day para los anglosajones (exportado a Norteamérica), Prima Aprilis, para los polacos o Aprilscherz para los alemanes, costumbre que también existe en Holanda, Italia, Croacia, Eslovenia, Portugal, Suiza, Dinamarca, Suecia, Finlandia, Estados Unidos o Canadá. Esta sería otra prueba más de que la coincidencia entre que el hecho de que saquemos a relucir al bromista el día de los Santos Inocentes no tiene que ver con los pobres inocentes de la matanza, ya que en estas fiestas primaverales, de fin de Cuaresma (relacionadas con las calendas romanas Hilarias), también se gastan inocentadas, solo que, en vez de nuestro monigote de papel, es un pez el que le endilgan al inocente. Pero esa ya es otra fiesta…
Seguramente es una sana costumbre poder reírse un poco del otro, sobre todo, si antes hemos tenido el detalle de practicarlo con nosotros mismos.
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