Aunque entre un cinco y un diez por ciento de la población mundial tiene dislexia, lo que supone unos ochocientos millones de disléxicos en todo el mundo, este problema es, a menudo, mal entendido. Es verdad que se ha avanzado mucho desde aquellos tiempos en los que aquellos que la padecían era injustamente tratados, etiquetados como estúpidos o vagos. Es un desgracia que esas personas no solo no puedan beneficiarse de las numerosas ventajas que conlleva la lectura sino que esta se convierta en una fuente de frustración, de insatisfacción o de descontento. Por suerte, desde hace algunos años hay proyectos que han tratado de visibilizar la dislexia, como el libro que se presentó a través de Kickstarter y que enseñaba cómo es tener dislexia a una persona que no la padece o la tipografía desarrollada por Daniel Britton que permite adaptar cualquier tipo de texto.
Pero, como informa el diario The Guardian, también existen proyectos editoriales con distintas líneas de trabajo dedicadas exclusivamente a los niños con dislexia. Es el caso de Barrington Stoke, que ha creado su propia tipografía. Esto, unido al diseño, a la presentación y al espaciado entre caracteres hace que las posibilidades de que un lector confunda la forma de las letras sean mínimas. Las ilustraciones también están colocadas de forma estratégica, para romper la densa barrera textual y aumentar al accesibilidad a cada página. Los libros se imprimen en un papel más grueso, que hace que las palabras y las imágenes no se transparenten, y amarillento, que reduce el estrés visual, algo fundamental para evitar que las palabras bailen.
Escribir para este tipo de lectores puede ser un reto solo al alcance de escritores muy experimentados. El escritor Anthony McGowan reconoce que su estilo de escritura habitual incluía un lenguaje completo, lleno de metáforas extravagantes. Escribir para Barrington Stoke le ha obligado a simplificar su estilo, a utilizar construcciones más sencillas y un lenguaje más directo. «Creo», afirma, «que eso me hizo mejor escritor».
Padecer dislexia no significa que la lectura o la escritura sean prácticas que te estén vetadas. Hay personas con dislexia que no solo han conseguido sobreponerse a esta dificultad sino que han demostrando lo lejos que puede llegar el ser humano cuando se lo propone convirtiéndose en escritores de renombre. El escritor Tom McLaughlin explica que los audiolibros se convirtieron en su manera de llegar a la literatura sin tener que leer. Escribir cuando se tiene dislexia implica reconocer que vas a tener unos cuantos errores ortotipográficos de más, pero no es nada que no se pueda arreglar más tarde.
Mairi Kidd, directora de Barrington Stoke, advierte que los lectores disléxicos no necesitan estar restringidos a ciertas fuentes o grosores de página. Lo importante es ir probando con muchos tipos de lecturas, ya sean revistas, tebeos, audiolibros, novelas más leves, fáciles de visualizar o cortas ‒aquí hay algunas que sirven como ejemplo‒. Es fundamental no juzgar nada de lo que lean este tipo de lectores. No importa si es demasiado breve o demasiado infantil para su edad, o si tardan un tiempo excesivo en hacerlo. Toda lectura puede ser beneficiosa y ayudar a mejorar la relación con la palabra escrita. Al terminar un libro, el lector disléxico puede sentir que la victoria es doble. No es solo la satisfacción de haberlo terminado que puede tener cualquier lector, es la sensación de haber invertido un esfuerzo adicional en el proceso y que le haya servido para algo, es el sentimiento de haberse sobrepuesto a una dificultad.
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