Cada año las bibliotecas eliminan un gran número de libros de sus colecciones. Forma parte de su ciclo de vida. Este proceso de purga puede ser doloroso para los amantes de los libros pero tiene un sentido: desechar libros que están desgastados, obsoletos o en muy baja demanda para dar cabida a títulos más nuevos o muy esperados. Normalmente no hay sitio para tenerlos todos y esta es la única manera de que los fondos de una biblioteca no se estanquen. También ayuda a mejorar las estadísticas de préstamos porque los usuarios generalmente muestran más interés por los libros que están en mejores condiciones.
Los libros que se descartan tienen que reunir unas condiciones determinadas, como por ejemplo, que no hayan sido prestados en un tiempo concreto, que puede ser un período que oscila entre el año y los cinco años. Muchas bibliotecas han incorporado programas informáticos para recoger estas características y ahorrar a los bibliotecarios la pesada carga de tener que recopilar todos los datos. Aunque en alguna ocasión hemos hablado de los peligros de excederse con la tecnología en las bibliotecas, en este caso en concreto esto debería ser positivo en principio, porque ahorrar a los bibliotecarios una buena cantidad de trabajo. El problema está cuando acatamos a rajatabla los resultados de las máquinas y desoímos los consejos de los bibliotecarios, personal humano que sabe perfectamente cómo funciona una biblioteca.
Así ha ocurrido en la Biblioteca Pública del Condado de East Lake de Sorrento, Florida, donde dos bibliotecarios se negaron a aceptar que miles de libros fueran retirados de las estanterías porque según el programa informático ya cumplían los requisitos para ser descartados. Lo que George Dore y Scott Amey hicieron fue crear el perfil de un usuario falso, llamado Chuck Finley, que sacó miles de libros, todos los que los bibliotecarios querían salvar de la purga. De esta manera, durante 2016 consiguieron salvar 2.361 libros.
Más allá del romanticismo que conlleva salvar miles de libros, los motivos que expusieron estos bibliotecarios, una vez pillados in fraganti, eran más de naturaleza pragmática y económica. Ambos bibliotecarios entendían que los libros salvados tienen una naturaleza cíclica, que dejan de estar de moda y más adelante vuelven a estarlo. Esto el programa informático, que se basa en escalas de popularidad generadas a partir de datos puros y duros, es incapaz de entenderlo. Dore y Amey pretendían evitar que la biblioteca tuviera que volver a comprar libros que se hubieran descartado.
Como reflexiona Cory Doctorow en Boing Boing, el problema surge cuando empezamos a confiar a ciegas en las máquinas para optimizar trabajos que hasta ahora habían hecho los humanos. El problema es anteponer la decisión de una máquina a la experiencia humana. Convertir un instrumento que se supone que que debería ser una ayuda en un grillete.
Por ahora George Dore ha sido suspendido y todo parece indicar que esta heroicidad libresca pueda costarle su trabajo.
En una novela de Connie Willis una usuaria cada vez que sacaba algún libro que quería leer sacaba de paso algún otro clásico que pudiera peligrar.
La idea es muy bonita. Y ya si me dices que lo leía, mejor que mejor 🙂
Eran libros que ya había leído, pero clásicos que no deberían salir de las bibliotecas. Se podría hacer una campaña con esto 🙂
Por cierto, bienvenido de nuevo a internet.