En apenas una década el mundo editorial ha experimentado un cambio que probablemente todavía no hayamos conseguido asimilar ni comprender del todo. A lo largo del siglo XX solo había dos formas de autopublicarse cuando todas las editoriales te cerraban las puertas. O tenías la solvencia económica suficiente como para hacer algo digno o tratabas de salir del paso como fuera, con una calidad la mayor parte de las veces cuestionable. Eso sí, la distribución, salgo contadas excepciones, solía ser de mano en mano. A pesar de que autores como Jane Austen, Marcel Proust, Virginia Woolf ‒que fundó su propia editorial‒, Beatrix Potter o Edgar Allan Poe tomaron por el camino de la autopublicación en algún momento de sus vidas, esta siguió estando estigmatizada, como la salida desesperada de aquel que ha sido rechazado por todos, un lastre que se ha seguido manteniendo hasta casi nuestros días.
Sin embargo, la situación ha cambiado, y mucho. La autopublicación ha pasado de convertirse en un fenómeno local y puntual a algo internacional y generalizado. Ya no es la salida desesperada de aquellos que no consiguieron publicar en editorial; en muchos casos es un camino consciente y buscado. Los libros autopublicados pueden convertirse en bestsellers que fulminan las cifras de ventas de los mayores éxitos de las editoriales más gigantescas y llegan a lo más alto, en cuanto a éxito, a lo que puede aspirar un libro, convertirse en una superproducción de Hollywood, como ocurrió con Cincuenta sombras de Grey o El marciano. Es más, las grandes editoriales están ahora más pendientes que nunca de los éxitos entre autores autopublicados para lanzar las primeras algo que saben que les va a reportar cuantiosos beneficios.
Es lo que Jennifer Alsever llamó en un artículo de Fortune el «efecto Kindle». Es verdad que ni Amazon ni su Kindle fueron la primera gran revolución de la autopublicación digital. Afirmar esto sería ignorar el trabajo de plataformas como Lulu.com, que estaban en funcionamiento desde 2002, pero cuando la compañía de Jeff Bezos lanzó en 2007 su primer Kindle, junto con la plataforma Direct Publishing, se estaba emprendiendo un camino que ya no tenía marcha atrás. A partir de 2009 Amazon lanza una unidad de publicación, con distintas líneas, cada una de ellas centradas en un tipo de autopublicación específica. A partir de ahí se llegan a las cifras actuales: un autor autopublicado puede vender hasta 130.000 libros por la red y este tipo de publicaciones supone el 40% de los ebooks más vendidos por Amazon. De los cerca de 4 millones de títulos electrónicos publicados por Amazon, un 40% se autopublicó, lo que representa un volumen de ventas del 25%, o lo que es lo mismo, 2.300 millones de dólares.
Amazon abrió la puerta y hay pocos gigantes en el mercado de libros electrónicos que quedan quedarse sin su trozo del pastel. Las otras grandes plataformas de ventas de ebooks están empezando a comprender la importancia de los autores autopublicados. Muchas de ellas, además de grandes editoriales, están empezando a incorporar servicios de autopublicación, caso de Kobo o de Barnes & Noble. Algo está cambiando en la industria editorial y Amazon es la responsable, con ayuda, por supuesto, de las redes sociales.
Como dice Alsever, los autores autopublicados tienen más control creativo sobre su obra y obtienen un mayor porcentaje de beneficios, entre un 50% y un 70% frente al 15% o 25% que se tendría con editoriales tradicionales. No es que sea algo común, pero no es imposible que un autor autopublicado consiga ganarse la vida con su trabajo, ni tampoco lo es que algunos de ellos tengan más ventas que los autores tradicionales. ¿Cómo no tomarse en serio, por ejemplo, plataformas como Wattpad después de lo que ha pasado con fenómenos como el de After de Anna Todd? Las editoriales lo saben y están empezando a fichar a algunos de esos escritores: La esfera de libros con Eva García Sáenz, Planeta con Lena Blau, Ediciones B con Fernando Gamboa o Bruno Nievas, Santillana con Elisa Benavent o Roca Editorial con Almudena Navarro. Para un escritor joven tocar a la puerta de una editorial tradicional con un proyecto casi se ha convertido en algo obsoleto. Ahora el camino es el contrario: es la editorial la que va a buscar al autor, después de que este haya triunfado en la red y haya conseguido una buena cantidad de lectores. Al fin y al cabo, lo que las editoriales hacen en estos casos es aportar sobre seguro.
Pero no es este el único cambio propiciado por el «efecto Kindle». El escritor autopublicado ya no tiene que estar solo en su aventura si no quiere. Otra novedad es el nacimiento de todo un ecosistema editorial, empresas y profesionales que manejan un paso ‒o todos ellos‒ a lo largo del proceso: coach, edición, marketing, diseño, distribución y publicidad. Podemos encontrar editores digitales, híbridos, autoeditores e incluso agencias literarias que actúan como editores. Así como plataformas que permiten poner en contacto a los autores con los perfiles que más les interesen, como Reedsy, que permite contactar con editores independientes y diseñadores y, a continuación, administrar las propuestas, las ofertas y los pagos. Cada vez están más a la orden del día paquetes que incluyen servicios editoriales, de diseño y de estrategia de medios.
Para bien o para mal, Amazon ha cambiado las reglas del mundo editorial para siempre. Es prácticamente imposible no encontrar alguna opción que se ajuste a los deseos de cualquier autor. La oferta es inabarcable y cada día crece más. Si miramos la industria editorial norteamericana, que en los último años ha tenido hacia la especialización, es muy probable que el modelo se reproduzca dentro de nuestras fronteras. Es el efecto Kindle, que hizo que publicar un libro nunca volviera a ser lo mismo.
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