Viendo el magnífico vídeo de Javier Miró sobre autoedición, coedición y piratería se me ocurre que el tema sugiere una reflexión más profunda, reflexión que quizás por la ausencia de perspectiva histórica aún no se haya hecho, y que en general aún no sea del todo posible.
Es evidente que, como ya señalé en otra ocasión, el auge de las nuevas tecnologías de la información y la comunicación ha revolucionado el modo de transmisión de la cultura. Lo que otrora estaba reservado a unas minorías, hoy es accesible a casi cualquiera a golpe de click. Asimismo, lo que antes pertenecía al ámbito de lo privado, hoy se desenvuelve en el terreno de lo público. Compartimos lo que desayunamos, el modo en que ocupamos nuestro tiempo de ocio, y por supuesto, también lo que escribimos, con independencia de su valor estético. En ese contexto, surge un terreno fértil para una línea de negocio hasta hace unos años desconocida, la de la autoedición o la coedición.
Ambas comparten un rasgo común, en oposición a lo que podemos llamar edición tradicional. Tanto en la autoedición como en la coedición se le exige al autor un desembolso económico, cuya cuantía dependerá de infinidad de factores. En la edición tradicional, el total de la inversión lo asume la editorial.
Dicho fenómeno posee rasgos positivos y rasgos negativos. En lo positivo, expresa entre otras cosas la posibilidad de superar la distancia de clase en lo referente a las posibilidades de transmisión cultural. Ya no es necesario pertenecer a una esfera de corte aristocrático, por así decir, o haber estudiado en las mejores universidades, para tener la posibilidad de producir y distribuir literatura. Además, permite la difusión de textos contrarios a la cultura dominante, libres en principio de cualquier tipo de censura ideológica o restricción heterónoma. Por otro lado, rompe directamente con la tiránica oligarquía de las grandes franquicias editoriales.
En lo negativo, y puesto que lo único que se le exige al autor es el aporte económico que se requiera, parece que el valor literario de la obra se reduciría precisamente a ese desembolso económico personal. Además, tal autor carecerá de las herramientas de marketing que sí le podría aportar una gran editorial, por lo que tendrá que incidir especialmente en el trabajo de su imagen como escritor. De tal manera que se podría dar el caso de autores con grandes recursos para manejar su imagen, pero con una producción pobre en lo que al valor literario se refiere. Por otra parte, la facilidad con la que cualquiera puede editar vía edición independiente, culminará de facto en una cantidad desorbitada de libros y autores, lo cual dificultará sobremanera la posibilidad real de discernir entre buenas y malas obras.
Conviene no olvidar que este cambio de paradigma afecta también a las grandes editoriales tradicionales. Puesto que al fin y al cabo ellas también (y especialmente ellas) buscan el beneficio económico, y que el beneficio económico depende directamente de la cantidad de ejemplares vendidos, cada vez se guiarán más por la imagen del escritor de turno que por la calidad de su obra. Para expresarlo gráficamente, a una editorial le interesará más el número de followers que tal autor tenga en Twitter que su capacidad para por ejemplo construir una obra verosímil.
En mi opinión, todo ello obedece a dos vectores complementarios, el desplazamiento generalizado de lo privado a lo público, y el acceso general de las masas al ámbito de la cultura. Los resultados de tal movimiento se caracterizan por una proliferación masiva de literatura y un descenso vertiginoso de la calidad de las obras, tanto en la edición independiente como en la tradicional. Sin embargo, parece que aún es pronto para extraer conclusiones precipitadas.
Por otra parte, sí es importante discernir entre la autoedición o la coedición y la edición pirata, que básicamente reflejaría la perversión absoluta de este nuevo paradigma. Apoyándose explícitamente en los criterios clásicos de la edición tradicional, la editorial pirata le prometerá al autor un trabajo de corrección, distribución, difusión, promoción, etcétera, acorde a la calidad que se le supone a la obra. Sin embargo, y utilizando implícitamente los criterios actuales o de edición independiente (pues en otro contexto tal movimiento resultaría inaceptable), la editorial pirata procederá a requerirle al autor un desembolso económico muchas veces desorbitado. Este modo de actuación encierra una estafa legal y debe ser perseguido y denunciado por su falta de honestidad moral. Finalmente el autor se encontrará con que ha realizado una inversión innecesaria y además ha generado unas expectativas para con la editorial que jamás se van a cumplir. Sin embargo, conviene entender que fenómenos como la edición pirata sólo son posibles en un contexto cultural en que el criterio principal para la edición de las obras es ya el económico, sea vía edición independiente, o vía edición tradicional.
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