Biblioteca y Museo Morgan

Biblioteca y Museo Morgan

   Nos hace perder la cabeza a los lectores más fetichistas. Alguna vez hemos hablado en La piedra de Sísifo de ese maravilloso cóctel olfativo que resulta de mezclar en su justa medida pegamento, agentes químicos como el cloro, para blanquear el papel, y por supuesto tinta de imprenta. Tan distinto en los libros nuevos y en los viejos, cuando la lignina que contiene el papel se oxida y comienza a descomponerse, generando ese agradable toque a vainilla y a almendras. Se ha intentado reproducir de las formas más diversas, a través de inciensos, de perfumes o de velas aromáticas, e incluso existe ya un libro digital con la peculiaridad de oler a tinta.

   Sin embargo, si admitimos que cada libro pueda tener un olor característico, ¿qué pasa cuando se juntan muchos de ellos? ¿Podría existir alguna manera de capturar, almacenar y recrear el olor de una biblioteca entera, incluyendo no solo los libros, viejos y nuevos, sino todo aquello que es susceptible de ser encontrado en una biblioteca? Pues bien, un grupo de estudiantes de la Escuela Superior de Arquitectura, Planificación y Preservación (GSAPP) de Columbia ya está trabajando para conseguir ese olor, según ha informado el blog de Hyperallergic.

   La biblioteca en cuestión se trata de la Biblioteca y Museo Morgan, fundada entre 1902 y 1906 para almacenar la biblioteca privada del magnate J. P. Morgan al lado de su lujosa mansión de Madison Avenue. No se trata de una biblioteca cualquiera: entre sus fondos cuenta con una gran cantidad de incunables, impresiones y dibujos de artistas como da Vinci, Rembrandt, Miguel Ángel, Rubens, Durero y Picasso, manuscritos originales de Sir Walter Scott ‒y el original de Ivanhoe‒, de Honoré de Balzac, de Charlotte Brontë, de Charles Dickens o de Bob Dylan, así como varias de las primeras biblias que fueron impresas, incluyendo tres biblias de Gutenberg. En 1924 el hijo de J. P. Morgan transformó a la biblioteca en una institución pública y actualmente funciona, además de como bibliteca, como museo y centro de investigación.

   Durante el año pasado, Jorge Otero-Pailos, director y profesor de conservación histórica en la Universidad de Columbia, se ha dedicado a estudiar la conexión que existe entre los olores de la Biblioteca y Museo Morgan y la memoria. La elección de esta biblioteca no es casual, ya que no es solo un lugar donde se guardan libros raros y manuscritos, sino que es un edificio importante para la historia de Estados Unidos y del mundo ‒recordemos que durante la crisis financiera de 1907 el financiero Morgan reunió en el edificio a un grupo de banqueros para intentar llegar a un acuerdo que salvara la economía‒.

Campana de cristal para captar los olores (Christine Nelson/Morgan Library & Museum)

   Para captar el olor se utiliza una tecnología conocida como Headspace, usada por los perfumistas para capturar olores raros de manera pura, sin perder nada en el proceso, y sin contaminar el objeto que se está oliendo con otros aromas externos. El Headspace consiste en un aparato formado por una cúpula de cristal y varios cables que se pone en contacto con el objeto que se desea oler, formando una especie de «cámara del olfato» que permite registrar una copia de la composición química del olor del objeto. La campana de vidrio se coloca sobre los objetos ‒libros, muebles, alfombras, etc.‒ para capturar las moléculas que crean el olor característico de ese objeto.

Estudiante oliendo un puro (Jorge Otero-Pailos/Columbia University)

   La idea es reconstruir el mismo olor que tenía la biblioteca cuando abrió sus puertas por primera vez en 1906 y preservarlo para el futuro. Para conseguir el olor de la biblioteca completa no solo hay que tener en cuenta la manera en la que huelen los libros sino que hay que considerar el olor de todo lo que contuvo el edificio en su día, desde la madera de las estanterías hasta toda clase de tejidos, pasando por cajas de puros o un ascensor de 1905. El proyecto de recoger todos los olores, que llevará meses, en realidad es tremendamente ambicioso. Como dice Allison Meier en Hyperallergic: «Los olores de la calle de la Nueva York de la Edad Dorada atravesarían las ventanas, mezclándose con la colección de libros raros de varias épocas y el humo de puros del propio Morgan». Para conseguir el paisaje olfativo exacto y completo de la biblioteca los estudiantes prácticamente tendrán que reconstruir el contexto que rodeó al edificio, sin que exista una manera segura de confirmar que al final consigan dar con la clave, pues muchos de esos olores se perdieron hace ya mucho tiempo.

Christine Nelson, comisaria en la Biblioteca y Museo Morgan, con su nariz en un libro (Jorge Otero-Pailos/Columbia University)

   Lo curioso del proyecto, además de imaginarse a ese singular grupito de estudiantes olfateando a cuatro patas cuanto se les pone por delante, desde libros a puros, es pensar en las posibilidades que puede tener. Si, como defiende Otero-Pailos, existe un claro vínculo entre olfato y memoria, este estudio podría abrir las puertas a experimentar las bibliotecas de forma diferente, quién sabe si a través de exposiciones olfativas o galerías sensoriales que, probablemente, harán las delicias de los lectores más fetichistas.

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