Alguna vez en La piedra de Sísifo hemos planteado la posibilidad de que Jane Austen podría haber muerto envenenada por arsénico, una hipótesis expuesta por primera vez a finales de 2011 por la escritora de novela negra Lindsay Ashford. A fin de cuentas, cuando Austen murió en 1817, a la temprana edad de 41 años, había estado sufriendo de una prolongada y misteriosa enfermedad que se agravó de forma acentuada en 1816. En sus cartas, se quejaba de dolores reumáticos, fiebres y pérdida de color ‒esto último fue precisamente lo que puso a Ashford sobre la pista del arsénico‒. Durante años, biógrafos y expertos en la escritora han apuntado toda clase de teorías para explicar su muerte, desde el cáncer o la enfermedad de Addison hasta la la tuberculosis o el tifus, pasando por un trastorno hormonal raro.
La hipótesis del envenenamiento por arsénico era una de tantas, pero la Biblioteca Británica acaba de publicar un artículo en el que parece confirmar esta teoría gracias al descubrimiento de tres pares de gafas dentro de un escritorio que alguna vez perteneció a Austen. Las pruebas revelaron que los tres pares de gafas son de lentes convexas, usadas por alguien con hipermetropía, es decir que las necesitara para tareas que requirieran ver de cerca, como es el caso de la lectura. Austen era miope y utilizó el primer par de gafas para leer y ver a lo lejos. Más tarde requirió un par de gafas con mayor graduación para la lectura y finalmente utilizó el par de gafas con graduación más alta para el trabajo más cercano, como el bordado. Cada una de las tres gafas ponen en evidencia la dramática disminución de la visión de Austen, algo de lo que la autora se llegó a quejar en sus cartas.
Tras analizar las gafas, los investigadores consultaron con el optometrista Simon Barnard para descubrir qué enfermedad podría conllevar a una disminución tan severa de la visión. La diabetes puede haber sido la culpable, apuntó Barnard, ya que puede causar cataratas, lo que explicaría que necesitara gafas con una graduación cada vez mayor para hacer tareas más cercanas. Sin embargo, la diabetes era una enfermedad fatal durante la vida de Austen, y probablemente la hubiera matado antes de que hubiera podido utilizar las tres gafas distintas.
Otra opción sería, según confirma Barnard, el envenenamiento de un metal pesado como el arsénico, algo que también podía producir cataratas, junto con el tipo de decoloración en la pigmentación de la piel de la que Austen se quejaba en sus cartas ‒y que fue señalada por Lindsay Ashford‒. Eso no significa que Jane Austen fuera asesinada víctima de un complot, como se dice que ocurrió con las hermanas Brontë. El arsénico era un ingrediente común en la Inglaterra de Austen. Se utilizó como pigmento en vestidos, pinturas y caramelos; con él se fabricó una enorme cantidad de productos comestibles y se incorporó a un gran número de medicamentos, incluidos tratamientos para el reumatismo. Se sabe que Austen padecía esta enfermedad, por lo que es pausible que tomara arsénico para aliviar su malestar.
No todos los expertos en Jane Austen han comulgado con la hipótesis de la Biblioteca Británica. En un artículo del New York Times, Janine Barchas, experta en Austen de la Universidad de Texas en Austin, calificó la teoría del arsénico como bastante arriesgada. A fin de cuentas, no hay pruebas determinantes que demuestren que las tres gafas pertenecían a la escritora. E, incluso, aunque en efecto fueran suyas, no existen evidencias que permitan afirmar que Austen tuvo cataratas. Es más, presuponiendo que las tuviera, hay toda una serie de dolencias que pueden hacer que una persona relativamente joven desarrolle este problema sin tener que recurrir al envenenamiento por arsénico, como señala Laura Geggel en Live Science.
En definitiva, a pesar de las gafas de Jane Austen, estamos como al principio. Parece que la muerte de la autora de Orgullo y prejuicio seguirá estando rodeada de misterio, al menos de momento. Quién sabe si finalmente se acabará produciendo el descubrimiento que terminé por desvelar la verdad.
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