libros mínimos

   Resulta evidente que leer nos ayuda a pensar. ¿Quién dudaría de algo así en un gabinete de curiosidades como este en el que nos encontramos? Además de abrirnos a nuevas ideas, leer fomenta el pensamiento crítico y nos complementa como personas, otorgándonos nuevos prismas desde lo que mirar el mundo que nos rodea.

   Pero, ¿existe un número de lecturas mínimas a partir de las cuales uno comienza a hacer uso de las lecturas previas en la construcción de la sabiduría, o por el contrario basta con leer cualquier fragmento de texto para avanzar poco a poco y desarrollar el conocimiento? ¿Cuánto hay que leer para que sirva de algo lo que se lee?

«Cuanto menos se lee, más daño hace lo que se lee»

   Esta frase, atribuida a Miguel de Unamuno, establece un punto de partida interesante. Como toda cita, probablemente haya perdido parte de su significado al sacarla fuera de su contexto original, pero habla sobre un punto de inflexión en el binomio leo / no leo y el riesgo que trae la lectura.

Unamuno

   Habla del daño realizado cuando apenas sí leemos, pero leemos; y que es un daño mayor que leer bastante. También establece un número de lecturas (no, no menciona qué punto es) a partir del cual leer hace menos daño que leer menos que eso.

   Establecer un límite mínimo a la lectura para que esta no suponga un riesgo para el lector tiene sentido. Pensemos en una persona que nunca haya leído nada. Jamás se ha visto infectada por las ideas que transmiten las palabras y está, por tanto, a salvo de las posibles locuras cometidas en su nombre.

   Einstein, coetáneo de Unamuno, afirmó que cuanto más sabía más grande veía su ignorancia. Y es que parece haber un número mínimo de lecturas (libros, frases o palabras) a partir del cual uno admite su propia ignorancia y todo lo que le resta por aprender. Quizá ahí comienza la sabiduría, y el riesgo de leer se reduce con cada volumen.

   Aquella persona que nunca haya leído más que un libro, pensará en las palabras de ese libro como la única verdad. Un mecanismo que todavía está siendo usado por religiones monoteístas y regímenes fundamentalistas para evitar la contaminación de ideas externas a su doctrina.

   Me pregunto cuánto habría cambiado lo siglos XI al XIII si a todos los cruzados (de uno y otro bando) se les hubiese leído la Biblia, la Torá y el Corán para ampliar el reducido sesgo sobre el que cada uno construía su universo. E incluso textos más lejanos –espiritual y geográficamente hablando– como el Ramayana, el Adi Granth o el Tipitaka, entre otros. ¿Se habrían producido las cruzadas de igual modo, o el resto de las lecturas habrían superado esa línea imaginaria que dibujaba Unamuno?

   Unamuno sí pensaba en la lectura (cualquier lectura) como un enriquecimiento personal. No es de extrañar entonces que escribiese narrativa, teatro, ensayo y poesía, o que de haber vivido en nuestra época tuviese un blog, cuenta de Twitter o guionizase video-blogs, entre otras actividades complementarias a su obra.

   Pero el hecho de que pusiese un límite inferior a lo que hay que leer antes de abrir la boca resulta impactante. ¿Cuánto hay que leer para que sirva de algo lo que se lee? ¿Cuenta todo texto por igual, o prima la calidad?

¿Cuanto menos de calidad se lee, más daño hace lo que se lee?

   Hace poco me topé con una cuestión extraña a la que todavía no he sabido responder en relación, precisamente, a la calidad de la lectura por parte de los jóvenes. Uno de esos casos prácticos que se plantean en relación a la lectura y cuya respuesta parece ser «Pues depende» o, directamente, «No lo sé».

   El caso es el que sigue: algunos padres preocupados por la falta de lectura de sus hijos descubrían con terror que para cuando el muchacho en cuestión empezaba a leer, lo hacía eligiendo autores tan poco reconocidos a nivel literarios como El Rubius. ¿Es esto bueno, malo, regular o, simplemente, da igual a la hora de adquirir conocimiento por parte del chaval?

   No es la primera vez que me encontraba con una pregunta similar. Alejandro Gamero ya preguntó en una ocasión en este blog «¿Cómo se te queda el cuerpo después de regalar Cincuenta sombras de Grey o el libro del Rubius?», y Oliver Mulet respondía que se «sentiría tremendamente sucio si tuviera que regalarlos».

   Sin embargo, ¿no es bastante con que los niños hayan elegido empezar a leer de manera voluntaria, aunque por lo que hayan optado sea poco menos que una basura? ¿O significa que si construyen su sabiduría futura sobre una base tan negligente van a ser poco menos que bobos en potencia?

   No tengo una respuesta, probablemente por falta de datos al respecto. Sí que sospecho que leer, en cualquier dirección, siempre es un paso adelante. Aunque coincido con Unamuno sobre un número mínimo de lecturas antes de actuar en cualquier sentido. Puede ser peligroso.

Imágenes | Nino Carè, Vylodění u Damietty (1249)

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