El mundo de las aplicaciones online –no hablo solo de las Apps instaladas en el móvil– va a darnos de hostias a todos. Va a tumbarnos contra el suelo, maniatarnos y a meter sus decisiones en nuestro cerebro. ¿Lo paradójico? Pagaremos porque lo haga, estaremos encantados de que ocurra y nos va a solucionar problemas de la vida que ni siquiera estamos empezando a sentir.
Los servicios, entre los que se incluyen las aplicaciones, son ese tipo de negocio que no permite en su finalización que el cliente se lleve un objeto a casa. A diferencia de producto, servicio implica un pago por uso. Y están floreciendo en Internet por lo sencillo que es estructurarlos como “XaaS” (whatever as a Service). Lo que sea, como servicio.
Ya tenemos software como servicio (SaaS), como la nube de Drive u Office 365, donde podemos editar textos o usar software; infraestructura como servicio (IaaS) como el AWS de Amazon, donde tenemos almacenamiento y distintas funcionalidades; o datos como servicio (DaaS), muy útil para las empresas.
Pero los lectores no somos una empresa, ¿verdad?
Ya vivimos en un mundo de servicios
Despierta, porque quizá no te hayas dado cuenta. Tú ya consumes en cierto modo datos como servicio (DaaS) cuando pagas una cuota por acceder a Internet. También pagas movilidad como servicio (MaaS) cuando te sacas el abono transporte del mes en cuestión y pagas luz y agua como servicio: cuanto más los uses, más pagas. Lo único que ha cambiado es que ahora le hemos puesto etiquetas, pero llevamos haciéndolo siglos.
Existen, por supuesto, diferentes modalidades de uso. Amazon cambió las reglas del mundo editorial cuando viró su compañía hacia el eBook. ¿Os acordáis de que esta empresa vendía libros en un inicio? Tú pagabas por el libro, que te llegaba a casa en edición física. Parte del negocio era el servicio de entrega, y parte la propia mercancía que supone un libro (producto).
Tras aquella primera fase se lanzó a los libros electrónicos, en los que el producto ya no era tangible. La barrera entre producto y servicio quedaba desdibujada con preguntas como «Si muero, quién hereda mis libros, y cómo?».
Luego, con una de las últimas estocadas, creó el All You Can Read con Kindle Unlimited. Y no fueron los únicos. Plataformas como Sbribd, Oyster, Skoobe también se lanzaron a la piscina de la lectura como servicio (¿RaaS?), y en España hay al menos una decena de webs-aplicaciones focalizadas en ello.
¿Cómo elegir mi próxima lectura?
Pero no vengo a llamar la atención sobre lo que ya observamos y sabemos, sino a sobre lo que observamos (poco) y todavía no sabemos. En especial, sobre eso que todavía no podemos ver. Agarráos, que vienen curvas.
La mayoría de vosotros veis las IAs como robots. Hollywood se ha encargado de eso, aunque una IA no tiene por qué ser un robot. Word tuvo una IA para ayudarnos a escribir una carta, no sé si recordáis el odioso clip, y hoy día se usan IAs para elegir nuestro ocio futuro.
Has de saber que si hoy tienes un libro electrónico (no solo Kindle, sino cualquier app de lectura), detrás hay una IA que sabe cuánto lees, cuándo te paras, qué subrayas, cuándo apagas el libro o qué lees. También sabe qué lecturas te llevan a otras lecturas.
Las IA que usas aunque no lo sepas
Muchos lectores usan hoy día Goodreads para saber qué libro leer tras el que tienen entre las manos o el que acaban de cerrar. La página, salvo el pequeño inconveniente del idioma para alguno, es una maravilla. Cuanto más lees, más tino tiene el motor IA tras la web para hacer recomendaciones que puedan gustarte.
Por supuesto, no está ni de cerca en la posición del librero. Ni Goodreads con su motor comparativo tipo Filmaffinity, ni Amazon con una inteligencia artificial basada en búsquedas y cookies. Un librero tiene la suficiente empatía como para ponerse en nuestro lugar, algo que (de momento) una IA no puede hacer. Aunque esto no significa que el programa no haga bien su trabajo.
El problemilla de la sobreproducción de contenido
El problema que tiene España, y lo resalto del resto de países, es que tiene una de las mayores tasas de escritores por lector. Ahora mismo el número de escritores es tan alto que gran parte de los libros de nueva publicación se leerán menos de dos o tres veces. Eso contando solo la nueva producción.
La cantidad de contenido es inabarcable no solo en tiempo presente. A toda la producción de obra nueva (profesionales, amateurs y mierders) hay que sumarle la producción del año anterior, y la del otro y la del otro.
Pronto vamos a tener un auténtico bloqueo (parálisis por análisis) cuando necesitemos encontrar qué leer. O, mejor dicho, cuando tengamos que filtrar qué leer. Algo que ya ocurre en los canales de televisión, que han pasado de una decena a más de cien en una década, y que compiten por nuestro tiempo con Netflix, HBO o YouTube.
La oferta y el bombardeo recibido nos hacen tener siempre 5, 10, 20 o 100 libros pendientes. Cada uno de ellos abriendo puertas y ventanas a otros tantos. ¿Sientes la presión? ¿Sí? No es nada para lo que viene.
No me entendáis mal, me encanta poder elegir entre un amplio abanico de libros. Pero en ocasiones me resulta complicado no pensar constantemente en ese libro que no estoy leyendo porque estoy leyendo este otro.
Las IAs que usaremos en el futuro
Es en este punto donde entran las IAs que nos leen a nosotros para darnos servicios de asesoría. En este caso, conocimiento como servicio (KaaS) e incluso sabiduría como servicio (WaaS). Expresado de un modo más tangible: ¿Pagarías 1 euro si alguien (algo) te mostrase ese libro que tú tardarías meses en encontrar pero que es el libro perfecto para ti en este momento de tu vida? ¿Y medio euro? ¿Y un céntimo? ¿Y un céntimo al día? ¿Y diez euros al año? ¿Y veinte euros al año? Sí, es posible que ya sepas por dónde voy.
En eso se basa el conocimiento como servicio (KaaS). Un servicio que vende precisamente el conocimiento al que tú eres incapaz de llegar, o al que no quieres llegar por el esfuerzo que supone. Conocimiento por el que pagas, exactamente del mismo modo que pagas por el conocimiento del técnico que viene a repararte la caldera (porque tú no sabes).
Lo que ocurre con los libros es que, como ya he comentado, cada vez hay más y más y más opciones. Personalmente, cada vez me es más difícil elegir la siguiente lectura, y con frecuencia tengo de cuatro a diez libros empezados. Obvio que no soy un caso aislado si existen portales como Goodreads cuya filosofía es ayudarnos a elegir la siguiente lectura sin perder nuestro tiempo.
Este conocimiento, por desgracia, no lo tienen muchos humanos. Aunque sí que ocurre –al menos hasta la fecha– que los amigos son capaces de leernos a la perfección –desde luego mucho mejor que nosotros mismos– y pueden recomendarnos ese título que nos gustaría y que no hemos sido capaces de visualizar. Visto de un modo un tanto aséptico, un amigo no es más que un procesador (cuando hace uso de su cerebro) que nos conoce muy bien.
La potencia de la IA moderna pronto desbancará y dejará obsoletas las recomendaciones personales, que dejaremos en segundo lugar cuando sean menos acertadas que las que hagan las máquinas. Porque una IA es efectiva cuando nos ayuda a elegir, cuando nos es útil o resuelve un problema. No antes.
Nadie sabe cómo será el futuro, que cambia con cierta frecuencia. Pero de lo que cabe poca duda es de que, si seguimos la tendencia actual, cada vez relegaremos más decisiones a las inteligencias artificiales, que nos saludan en forma de webs y aplicaciones.
Imágenes | Mike Wilson, Rawpixel, James Tarbotton, Roman Kraft, Patrick Neufelder
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