Lenin

Lenin

   «La mayoría de los escritores que permanecen silenciados en estados totalitarios son destruidos por el sistema», dijo Philip Roth. Y el escritor que ganó Premio Pulitzer añadió: «Este sistema no produce obras maestras, sino infartos de miocardio, úlceras y asma, produce alcohólicos y depresivos, produce amargura, desesperación y demencia. Los escritores se ven desfigurados intelectualmente, desmoralizados espiritualmente, se enferman y sufren aburrimiento cultural. Y a menudo los silencian del todo. Nueve de cada diez de los mejores nunca harán su mejor obra sólo debido al sistema».

Aleksandr Pushkin

Aleksandr Pushkin

   Por supuesto, el régimen zarista de Nicolás I no fue una excepción. No solo la literatura política recibió el golpe de la censura, la narrativa, el teatro o hasta la poesía era cuidadosamente analizadas antes de dar el visto bueno para su publicación. Ni siquiera Aleksandr Pushkin, considerado como el fundador de la literatura rusa moderna, se salvó de la atenta mirada del gobierno. El propio Nicolás I leyó muchos de sus versos antes de ser mandados a imprenta, y una buena parte de ellos fueron prohibidos o incluso prohibidos por el propio poeta, temeroso de las posibles represalias. No en vano, había apoyado el levantamiento de 1825 contra la sucesión de Nicolás I. Tampoco Nikolái Gógol se libró de las presiones. Almas muertas, la primera novela rusa moderna, fue en un primer momento una sátira feroz contra la sociedad zarista que le valió al escritor más de un dolor de cabeza. En el prólogo de la segunda edición de la novela se vio obligado a retractarse admitiendo que mucho de lo que había escrito lo había hecho erróneamente, no describiendo la situación real de Rusia.

Nikolái Gógol

Nikolái Gógol

  En este contexto se crió el joven Vladímir Ilich Uliánov, más conocido como Lenin. Su padre, Ilyá Nikoláievich Uliánov, era un liberal partidario de las reformas del zar Alejandro II e inspector escolar de la región, lo que dentro de la burocracia imperial prácticamente lo situaba dentro de la pequeña nobleza. El pequeño Lenin se crió en un entorno familiar culto, en el que Shakespeare, Goethe y Pushkin eran lecturas habituales los domingos por la tarde. De hecho, en su juventud no solo no mostró interés alguno por la política sino que se sentía atraído por la religión, por la literatura y por los clásicos. Finalmente la vida se empeñaría en llevarlo por los caminos de la política pero Lenin nunca abandonó su afición por los clásicos, por Virgilio, por Ovidio o por Horacio, o por autores como Goethe, cuyo Fausto leyó y releyó infinidad de veces a lo largo de su vida. Una de sus citas preferidas era una frase de Mefistófeles: «la teoría es gris, amigo mío, pero el árbol de la vida es siempre verde». Además, en sus discusiones políticas no era extraño que comparara a sus rivales con personajes literarios detestables o de menor importancia.

   Lenin conoció bien a los dos grandes gigantes de la literatura rusa, a Tolstói y a Dostoyevski, pero expresó su admiración hacia ellos llena de reservas. Aunque el ataque de Tolstói hacia el absolutismo le atraía al mismo tiempo le repelía el misticismo cristiano del autor. El político dedicó numerosos artículos a Tolstói para poner de manifiesto las contradicciones de su trabajo. Sus novelas describían la situación de explotación económica y el malestar de los campesinos pero no ofrecían una solución, o la solución, el refugio en un pasado cristiano idílico y simplista no era tal solución. En un artículo titulado «León Tolstói como espejo de la revolución rusa» escribió que Tolstói que «las contradicciones en las opiniones y doctrinas de Tolstói no son accidentales sino que expresan las contradicciones de la vida rusa en el último tercio del siglo XIX». Estas contradicciones le sirvieron a Lenin para hacer su análsis político y social.

   Con respecto a Dostoyevski, Lenin supo reconocer el poder de su escritura pero no se sentía atraído por su «culto al sufrimiento». De cualquier manera, las opiniones literarias de Lenin no dieron el salto a la política estatal. Un año después de la Revolución rusa, el 2 de agosto de 1918, el periódico Izvestia publicó una lista, elegida por los lectores, de personas ilustres que merecían un monumento y la primera y segunda posición fueron ocupadas por Tolstói y por Dostoievski respectivamente.

Nikolái Chernyshevski

Nikolái Chernyshevski

   El escritor que más influyó en Lenin, y a muchos otros líderes revolucionarios, fue Nikolái Chernyshevski, que defendió una revolución para acabar con los terratenientes y distribuir las tierra entre los campesinos.. A pesar de ser hoy menos conocido, su trabajo más popular fue la novela ¿Qué hacer?, escrita en 1862 mientras el autor se encontraba arrestado y confinado en la fortaleza de San Pedro y San Pablo y publicada en 1863. Las circunstancias que rodearon la redacción del libro le dieron un aura de prestigio a ojos de los revolucionarios. Eso sí, la pasión que Chernyshevski despertó entre los revolucionarios fue directamente proporcional al fastidio que causó entre el resto de escritores, y particularmente en Turgenev. En su novela La dádiva Vladimir Nabokov dedicó cincuenta páginas para criticar a Chernyshevski y a su círculo. El autor de Lolita escribió que « Tolstói y Turgenev lo llamaban el cabrón apestoso y se burlaban de él de todo tipo de maneras». Pero aunque Chernyshevski no sea un clásico de la literatura rusa, hay que admitir que desempeñó un papel crucial dentro del mundo intelectual de la Revolución.

   A Lenin le marcó mucho antes de conocer a Marx y como homenaje al escritor tituló ¿Qué hacer? a su colección de ensayos políticos escritos y publicados en 1902. Cuando la Revolución triunfó Lenin se acercaba ya a los 50 años y su gusto literario se mantuvo más anclado en la literatura anterior al siglo XX, sobre todo en Chernyshevski. Lenin, a diferencia de los jóvenes revolucionarios bolcheviques que ascendieron al poder junto a él, no se sentía atraído por por los vanguardistas, por Mayakovski o por los constructivistas. ¿Era preferible publicar folletos de propaganda o el último poema de Mayakovski? Lenin lo tenía claro: la propaganda sería mucho más útil. En cambio, Anatoli Lunacharski, Comisario del Pueblo de Educación, sí defendió la utilidad política de la poesía de Mayakovski; y como él, muchos de los camaradas de Lenin, como Krupskaya, Kollontai o incluso Trotsky, entendieron que la revolución había supuesto también una nueva forma de ver el mundo para el arte.

   A pesar de todo, Lenin siempre se mostró en contra del concepto de «arte y literatura del proletariado» porque era consciente de que los hitos más altos de la cultura burguesa no podrían ser superados con una fórmula mecánica, como demostraría la imposición del realismo socialista años después de su muerte. Lo que estaría por llegar a continuación no hizo justicia a la concepción filosófica de Lenin. En 1932 Stalin convirtió el realismo socialista en política oficial del Estado promulgando el decreto de reconstrucción de las organizaciones literarias y artísticas, algo que se reforzó en 1934 con la fundación de la Unión de Escritores Soviéticos y la celebración del I Congreso de Escritores Soviéticos. Baste recordar las palabras que Czesław Miłosz escribe en la introducción a Sobre el realismo socialista de Andréi Siniavsky, donde describe al realismo socialista como inferior, resultado inevitable de una limitada visión de la realidad, la permitida por las autoridades. Baste recordar, por ejemplo, que Mijaíl Bulgákov tuvo que escribir El maestro y Margarita en secreto.

   Fuente: The Guardian

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