Ficha del índice inverso

   Uno de mis libros fetiches en mis primeros coqueteos adolescentes con la escritura fue un Diccionario de sinónimos e ideas afines, antónimos, parónimos y diccionario de la rima publicado por Edicomunicación, que todavía conservo como un gigantesco monumento a la nostalgia. Lo sobado de las páginas da cuenta de mis idas y venidas en la búsqueda de distintas maneras de decir lo mismo. A día de hoy, en la era de Internet, en la que es suficiente con abrir un navegador, teclear una palabra y dar un par de clics para obtener sinónimos, antónimos o palabras rimadas, puede parecer una tontería, pero en aquel momento la existencia de un diccionario que recogiera y agrupara palabras con finales idénticos era algo que me fascinaba especialmente. No es extraña esa atracción, porque antes de que existieran diccionarios de la rima la única manera que había de encontrar palabras que acabaran igual era leer un diccionario normal de principio a fin, palabra por palabra.

   Sin embargo, Philip Gove, editor de la tercera edición del Merriam-Webster Unabridged, tuvo una idea para facilitar la búsqueda de palabras con finales idénticos: escribir todas las palabras del diccionario al revés. El Merriam-Webster Unabridged, por cierto, no era un diccionario al uso. Con 3.350 páginas, su segunda edición, publicada en 1934, era lo más parecido que existía en su época a Internet. Tenía desde láminas de colores hasta fotografías de barcos, pasando por diagramas de anatomía, gráficos estadísticos o un diccionario geográfico. Entre los años treinta y setenta, bajo las órdenes de Gove, cada palabra del diccionario fue tecleada hacia atrás y recogida en una ficha, hasta completar un total de 315.000 fichas, que fueron almacenadas en 129 cajas y más tarde agrupadas en 23 cajas. A mediados de la década de los noventa esas cajas, etiquetadas como «Índice inverso», fueron trasladadas a los sótanos de la editorial Merriam-Webster.

Cajas del Índice inverso en detalle

   Actualmente, con el Índice ya desfasado, quizá pueda parecer fruto de un esfuerzo un tanto absurdo pero en la época anterior a la digital resultó muy útil en varios aspectos. Además de posibilitar la creación de diccionarios de rimas, permitía, por ejemplo, búsquedas concretas, como la de todas las enfermedades que terminan en ‒itis o todas las doctrinas y teorías que terminan en ‒ismo. Facilitaba también la búsqueda de esas palabras que sabemos que existen pero que no recordamos. Así, para buscar el nombre de una fobia en concreto, bastaba con buscar en la lista de palabras que acababan en ‒fobia. Además ofrecía muchos datos curiosos acerca de la lengua inglesa, como la frecuencia de uso de las terminaciones ‒por poner un caso, en el diccionario había unas 500 palabras acabadas en ‒ología‒.

El índice inverso completo

   La aparición de los ordenadores hicieron que el «Índice inverso» quedara obsoleto y relegado a un montón de cajas en los sótanos de la Merriam-Webster. Curiosamente no existe ningún registro sobre el proceso de mecanografía de las fichas ni sobre el propósito del Índice; nadie en la editorial recuerda el proyecto ni se menciona en ninguno de los libros o de los artículos sobre la tercera edición del Merriam-Webster Unabridged. La teoría apuntada por el lexicógrafo Peter Sokolowski en el blog de Merriam-Webster es que después de la publicación del diccionario Philip Gove no quería despedir a nadie e ideó el Índice para mantener ocupados a los mecanógrafos. Escribir las 315,000 palabras de un diccionario en sentido inverso como entretenimiento tiene pinta de relato kafkiano pero parece que durante décadas en las oficinas de Merriam-Webster la realidad superó a la literatura.

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