Hace unos días tuiteé una imagen en la que aparecen un hombre y un niño ‒presumiblemente padre e hijo‒ utilizando un libro como paraguas para evitar que le cayeran sobre la cabeza una tromba de dispositivos digitales. A la imagen acompañaba la frase «El libro como paraguas de lo instrascendente». Con bastante buen criterio Jesús Beades me respondió que también en la televisión podemos encontrar lo trascendente y en los libros chorradas. Es innegable que existe la idea generalizada de que los libros son culturalmente superiores a la televisión. Dices que has pasado la tarde leyendo y quedas como un intelectual pero si insinúas que estuviste el mismo tiempo viendo la televisión quedas convertido como por arte de magia en un ser gregario. La creencia común es que leer libros te hace más inteligente e interesante y ver la televisión te vuelve más tonto ‒por algo se la conoce como «caja tonta»‒.
Ahora bien, dejando a un lado reduccionismos simplistas, ¿qué base tiene esta creencia? ¿Acaso ante un producto basado en la misma idea siempre gana el libro a la televisión? ¿Leer Canción de hielo y fuego es una actividad que está necesariamente por encima de ver en la televisión Juego de tronos? ‒por cierto, sobre este tema recomiendo un interesantísimo artículo de Vicente Luis Mora‒.
Para buscar respuestas a estas preguntas la Universidad de Tohoku en Japón realizó un estudio en 2013, liderado por Hiraku Takeuchi. En él se examinaban los efectos de la televisión en los cerebros de 276 niños, teniendo en cuenta el tiempo que se pasaba frente a ella y los efectos que producía a largo plazo. Una de las conclusiones a las que llegó el estudio es que las largas jornadas frente a la televisión aumentaban los niveles de excitación y agresión, haciendo que las partes del cerebro asociadas a esos ámbitos se volvieran más gruesas. También se volvía más grueso el lóbulo frontal, haciendo que disminuyera la capacidad de razonamiento verbal. En definitiva, parecía que independientemente de la edad, el género o el nivel socioeconómico del niño, cuantas más horas de televisión veían más bajos eran sus resultados verbales.
Ese mismo año se realizó un estudio sobre cómo la lectura de una novela afecta al cerebro. Gregory Burns y su equipo de investigadores de la Universidad de Emory pidieron a estudiantes que leyeran Pompeya de Robert Harriss, una novela basada en la erupción del Monte Vesubio ‒libro elegido por tener una trama dramática y estar basado en hechos reales‒. Tras leer la novela se comprobó que los estudiantes habían aumentado la conectividad de partes del cerebro relacionadas con el lenguaje, además de experimentar una mayor actividad en la región sensorial, lo que de alguna manera sugería que los lectores experimentaban sensaciones similares a las de los personajes del libro.
En numerosas ocasiones hemos hecho referencia a estudios que demuestran los beneficios de la lectura, tanto a corto como a largo plazo. La lectura hace que tu cerebro esté activo y retrasa su deterioro cognitivo: Un estudio demostró que aquellas personas que leen como hábito tiene un 2,5 menos de posibilidades de padecer Alzheimer, mientras que ver la televisión de forma regular se señaló como factor de riesgo. Según la Universidad de Sussex seis minutos diarios de lectura pueden reducir los niveles de estrés en un 68%. Leer puede hacer que vivas más tiempo, te hace más empático consiguiendo que entiendas mejor las emociones humanas, te puede ayudar a luchar contra problemas como la ansiedad y la depresión, te permite conseguir mejores trabajos, etc. Incluso hay un estudio que señala que la influencia de la lectura en nuestras vidas es mucho mayor de lo que imaginamos.
Y frente a todos estos beneficios, la televisión parece situarse en el extremo opuesto. Situados en este punto, la pregunta lógica es: ¿por qué?
En primer lugar, la manera en que se interactúa con los libros y con la televisión es muy distinta, ya desde los primeros momentos de vida. Según un estudio, cuando se realizan ambas actividades en familia, al ver la televisión la comunicación entre padres e hijos era menor y de peor calidad mientras que al leer un libro ocurría justamente lo contrario. La lectura hacía que aumentaran las posibilidades de que los padres hicieran preguntas a sus hijos, que respondieran a sus preguntas o que explicaran cosas relacionadas con el libro con mayor detalle.
Es cierto, y eso no puede ponerse en duda, que en la televisión pueden verse cosas de mejor o de peor calidad, al igual que los libros pueden ser mejores o peores, pero independientemente de esto, la naturaleza de ambas actividades es distinta y esto condiciona de alguna manera cómo lo procesamos. En líneas generales, la televisión está diseñada para ser más pasiva: simplemente te sientas y recibes información sin tener que hacer grandes esfuerzos. Las imágenes se suceden con rapidez, lo que deja menos tiempo para la reflexión sobre lo que está pasando. La necesidad de entretener al espectador para que no cambie de canal hace que todo sea más acelerado, por lo que los personajes y las ideas se presentan de forma más superficial. Los libros, por el contrario, permiten un mayor reposo; incluso aquellos que son de acción rápida exigen un mínimo de concentración ‒el mínimo necesario para procesar el lenguaje escrito‒ y de reflexión. Cuando leemos, de alguna manera estamos obligados a llenar los vacíos con nuestra imaginación. Por otra parte, el tiempo no es necesariamente una limitación en los libros, por lo que todo puede describirse con mayor profundidad. La televisión se suele reducir a diálogos entre personajes mientras que el libro tiene, además de esto, descripciones, reproducción de pensamientos, incisos introspectivos, etc.
Repito: a grandes rasgos. Eso no quiere decir que, como recordaba Jesús Beades, no haya excepciones. Al fin y al cabo, casi todos los estudios que he mencionado se basan en lo general, no en lo concreto. Si cogemos un género específico de libros, el de la autoayuda, encontraremos que hay un estudio que defiende que leer este tipo de libros puede hacer que te sientas peor en lugar de mejor. Por eso, conviene estar lo más libre posible de prejuicios y evitar las generalizaciones simplistas a la hora de poner la lectura y la televisión en una balanza. Lo importante no es tanto el medio en sí sino cómo se utilice.
[…] ¿Es mejor leer libros que ver la televisión? […]