Alguna vez lo he dicho y ahora vuelvo a repetirlo: la única filosofía posible es la aplicada. En La filosofía y el espejo de la naturaleza, publicada en 1979, Richard Rorthy cuestiona la filosofía basada en la metafísica por estar demasiado alejada de la realidad, como ocurre con el metadiscurso foucaultiano del posmodernismo, y aboga por una filosofía más terapéutica y edificante. En esa misma línea, desde la década de los ochenta, se han creado consultorías filosóficas para demostrar que esta sirve, y mucho, dentro de la vida cotidiana de las personas. Uno de los mayores divulgadores de este movimiento es precisamente Lou Marinoff, que con su libro demostró que es posible recurrir a los más importantes filósofos de la historia para tratar las grandes cuestiones de la vida, como el amor, la muerte o los cambios.
Ahora bien, aunque las fronteras son a veces bastante difusas, entre esa filosofía aplicada y la literatura de autoayuda hay un salto cualitativo. Para empezar, es necesario que el profesional que la utiliza tenga una formación filosófica sólida. Desde el libro de Marinoff ha venido ocurriendo algo que cada vez es más frecuente: expertos en coaching han venido recurriendo a los grandes filósofos de la historia para legitimar sus consejos con su autoridad. No es difícil reconocerlos: hacen un uso de la filosofía bastante superficial, más como pretexto que como parte sustancial del aprendizaje. Es esto lo que ocurre con , escrito por Allan Percy, experto en coaching, escritor de manuales de superación personal y asesor de editoriales en temas de autoayuda.
En Platón para soñadores Percy repite una fórmula que ya ha quemado a fuerza de repetirla en libros anteriores: recopila entre medio y un centenar de citas de un autor ‒poco importa si es filósofo, escritor o incluso científico‒ y a colación de cada una de ellas desarrolla una píldora de autoayuda de una o dos páginas. El subtítulo del libro es bastante descriptivo: «Cápsulas de filosofía cotidiana para hacer realidad tus mejores ideas». Con este formato ha escrito Nietzsche para estresados, El coaching de Oscar Wilde, Kafka para agobiados y Einstein para despistados, Shakespeare para enamorados y, por último, Platón para soñadores, demostrando que ni siquiera eligiendo los títulos son originales los libros.
Lo que Percy hace con Platón no tiene nombre. No es que se haya hecho un planteamiento superficial del filósofo, es que se ha reducido toda su rica y compleja doctrina a un puñado de frases que tienen una cierta autonomía pero que están totalmente descontextualizadas ‒ni siquiera se indica de dónde se han sacado‒. Y muchas de las citas ni siquiera están bien elegidas. Poco importa porque en realidad son un pretexto para que el autor exponga sus ideas de crecimiento personal. El vínculo entre la cita y la tesis que desarrolla Percy es en ocasiones tan débil que hay que hacer un esfuerzo de imaginación para establecerlo. Aunque a veces se van metiendo algunas pinceladas de filosofía platónica en el desarrollo ‒con calzador, también hay que decirlo‒, se nota en general que detrás hay una lectura bastante superficial del filósofo griego.
Aunque este libro se aleja bastante de las lecturas que suelo hacer, quise darle una oportunidad porque leí Kafka para agobiados y aunque es verdad que no me apasionó sí que pude sacar unas cuentas de buenas ideas de ese libro. Sin embargo, la sensación que se tiene al leer Platón para soñadores es que es más de lo mismo. No es ya una cuestión de que el tipo de ideas que Percy desarrolla sean útiles o no, es que da la sensación de que ha escrito el mismo libro y simplemente ha cambiado el nombre del autor de las citas. Incluso dentro del mismo libro, muchas de las cápsulas de autoayuda resultan bastante reiterativas.
Por eso, si pica la curiosidad, recomiendo leer Kafka para agobiados y dejar la lectura de Allan Percy ahí. Al final de Platón para soñadores se cita ‒cómo no‒ al filósofo alemán Alfred N. Whitehead, que escribió que «toda la historia de la filosofía consiste en notas a pie de página de los diálogos platónicos». Estoy completamente de acuerdo con Whitehead, pero no creo que estuviera pensando en el libro de Percy.
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