Entre los grandes gigantes editoriales y las pequeñas editoriales independientes que han conseguido despuntar a fuerza de especializarse o de poner el más exquisito de los cuidados en sus libros, parece que destacar en el sector es cada vez más complicado. Las hay que tratan de distinguirse por el camino de las iniciativas ingeniosas, ya sea regalando libros que funcionan como billetes de metro o publicando libros únicos en el mundo o libros que nadie más se atreve a publicar. Pocos proyectos editoriales consiguen alcanzar el nivel de singularidad que tiene la pequeña editorial islandesa Tunglið.
Para esta editorial la manera en la que se publica es incluso más importante que lo que se publica. Cada noche de luna llena se imprimen 69 ejemplares de un título ‒69 y no más‒ y todos aquellos libros que no son comprados en esa misma noche son quemados al día siguiente. El modelo de negocio, si es que se puede considerar modelo de negocio, es similar al de Morioka Shoten, una librería japonesa en la que se vende un único libro al mismo tiempo. Tunglið no es ni mucho menos la primera editorial que juega con la posibilidad de destruir su propia obra para crear en el lector la urgencia de comprarla y leerla. Recordemos que hace unos años la editorial argentina Eterna Cadencia lanzó el libro que se autodestruye, un libro envasado al vacío cuya letra, una vez desprecintado, comienza a degradarse hasta desaparecer en dos meses.
Detrás de la alocada idea de Tunglið se encuentran el escritor Dagur Hjartarson y el artista Ragnar Helgi Ólafsson. Hace tres años la pareja hablaba sobre unos prometedores manuscritos inéditos que merecían ser publicados y se les ocurrió la idea de que al mismo tiempo que necesitaban compartirlos con el mismo, también tendría que urdir un plan para hacerlos desaparecer.
La filosofía que hay detrás de esta iniciativa es la de evitar seguir sobrecargando un mercado, el de los libros, que ya está bastante saturado, haciendo que los libros que no se vendan sean confinados en las cajas de algún almacén y que algún día, con suerte, llegue a una librería de segunda mano. Tienden a publicar libros no convencionales, difíciles de clasificar, y el destruir parte de la tirada los hace todavía más raros, literalmente únicos. Al mismo tiempo el gesto de crear y destruir libros en el lapso de un día es una crítica feroz a la aceleración y a la volubilidad de un sector que está constantemente alimentándose de novedades que pisan a otras novedades y en el que si no tienes muchas ventas o no eres destacado por los grandes medios desapareces rápidamente de los estantes y mostradores. El reducir todo el proceso creativo a una sola noche se consigue escapar de las garras del mercado, la actividad editorial se mantiene como algo más puro e intenso.
Los escritores que publican en Tunglið conocen las reglas del juego y las aceptan. Saben que algunos o muchos de sus libros serán quemados. Ólafsson y Hjartarson se toman muy en serio la quema de los ejemplares no vendidos. Los tratan con cuidado y respeto y solo alimentan las llamas con coñac de primer nivel. No hay en la quema una lectura histórica o política, no tiene nada que ver con la censura. En la única incineración que tuvo lugar fuera de Islandia, en Basilea, tuvieron que convencer a los asistentes de que se trataba de un acto poético y no político. La historia nos ha dejado ejemplos de quemas de libros brutales y la gente está muy sensibilizada con este tema. Muchos recordarán la polémica que se generó hace unos años cuando un librero de Kansas City quemó 20.000 ejemplares para protestar por el rechazo manifestado por algunas bibliotecas de aceptar una parte de su colección por tener sus fondos completos.
Los dueños de Tunglið son conscientes de las contradicciones que existen en su manera de proceder y lo confuso que llega a ser su mensaje, en el que parece que hay una mezcla de amor y de odio hacia los libros. Aparentemente, el hecho de hacer pequeñas tiradas y destruir los libros sobrantes en el lapso de una noche dificulta el acceso a esos libros; sin embargo, sus libros no son especialmente caros y cualquiera que se interese por ellos puede comprarlos. Por otra parte, es una cura de humildad para todos aquellos que piensan que un libro les hará inmortales. Es una manera de «reconciliarnos con la impermanencia haciendo cosas permanentes», dicen Ólafsson y Hjartarson. Y añaden: «Tratamos de ser fieles a una cierta lógica, pero es la lógica de la poesía, no de la prosa».
Vía: The Guardian
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