Etílico de Carlos Mayoral

   Una botella de vino encierra la verdad, escribió Rabelais en un formidable librito titulado Tratado del buen uso del vino publicado por Melusina. El alcohol es, verdaderamente, una tabla de salvamento, un pasaporte al más allá y, en definitiva, un don. Una tabla de salvamento porque quien busca refugio en él viene de vuelta, apaleado de la vida; un pasaporte al más allá por la senda de la autodestrucción; un don en manos creativas, o una claridad que «viene del cielo» ‒como lo describiera Claudio Rodríguez‒, desde la teoría platónica del furor poético; un rapto capaz de poner a quien lo padece en trance, de insuflarle parte del soplo divino, de convertirlo en una especie de Mercurio moderno, a quien alguien debería haber incluido en el santoral de los artistas.

   Esos son los escritores. El alcohol y la literatura son la tortilla de patatas y la cebolla de la historia. De hecho, este perverso licor ha escrito algunas de las páginas más brillantes que existen. Lo difícil es saber si, una vez que se entra en el círculo vicioso de la devastación, es el dolor o el alcohol el que empuña la pluma. Hay escritores que vanamente se acogen a ella como amparo y otros que la usan como combustible para escupir el fuego de sus textos como si fueran faquires. Tan próspera es la unión que incluso tiene una página en Wikipedia, donde se incluye más de una treintena de autores que flirtearon con algún tipo de bebida alcohólica y más de una decena de libros centrados en esa relación. Y corta se queda Wikipedia.

   Eso da cuenta del enorme ejercicio de selección que tuvo que hacer Carlos Mayoral para elegir de entre una lista de cincuenta grandes escritores ebrios a solo cinco que protagonizarían su libro, . Desde el momento en que se supo que Carlos iba a lanzar el libro por crowdfunding no solo consiguió el mínimo de 150 mecenas para que el proyecto fuera lanzado sino que, una vez que la edición estaba asegurada, superó con creces los 300. Y es que además de escribir para cabeceras como El Español y Jot Down, este filólogo es una de las voces más mordaces e incisivas de Twitter, caracterizado como LaVozDeLarra.

   Etílico se abre con una cita de Baudelaire que no tiene desperdicio y que conviene rescatar porque sintetiza mejor que cualquier sinopsis el espíritu del libro: «Hay que estar siempre borracho. Para no sentir el horrible fardo del Tiempo hay que emborracharse sin tregua. Pero, ¿de qué? De vino, de poesía o de virtud, a vuestro gusto. Pero emborrachaos». Porque eso es Etílico. Aunque sobre la relación entre alcohol y literatura se ha escrito muchísimo, el libro de Carlos Mayoral es un copazo de literatura de cuarenta grados que huye de los más que trillados enfoques excesivamente ensayísticos o divulgativos en favor de un camino más ingenioso, basado en la ficción. El autor reconstruye con detalle exquisito algunos de los momentos más significativos en la vida de cinco escritores que convirtieron el alcohol en una forma de vida.

Edgar Allan Poe, Scott Fitzgerald, Ernest Hemingway, Silvia Plath y Charles Bukowski son los cinco autores elegidos para darle forma a la leyenda del escritor bohemio y maldito. La selección, como siempre, puede ser discutible, pero lo que no se puede poner en duda es que es coherente. Todos ellos son autores norteamericanos que, de alguna manera, se van solapando en el tiempo. La única excepción es el francés Baudelaire, que fue elegido entre varios autores más tras una votación en la que participaron más de mil tuiteros ‒algo que da cuenta del enorme potencial que tiene Internet para implicar a los lectores en el proceso de redacción y de edición de un libro‒. Si bien la muerte de Poe y el nacimiento de la Generación Perdida está separado por más de cinco décadas, cuando esta se va extinguiendo toman el relevo Silvia Plath y Bukowski. En las historias de unos se hacen referencias a los otros, se habla de ellos, se admiran o incluso hay apariciones estelares al más puro estilo borgiano. Es como si el gusto por matarse bebiendo, como si el carácter etílico, fuera un centro que se fuera heredando de escritor a escritor.

   En una entrevista Carlos descubre que para su primer intento de escritura se empapó de biografías de los autores y de ensayos en los que se hablaba de la relación que tenían con el alcohol. De todo ello no sacó nada en claro. En una lectura de El perseguidor de Cortázar, cuenta el autor, descubrió que la vía introspectiva tenía mayores posibilidades y en lugar de utilizar como fuentes libros sobre los escritores decidió ir directamente a la obra de los propios escritores. Este detalle es lo que da cuenta del libro tan insólito que es Etílico: no está basando tanto en la biografía de sus personajes como en los libros que escribieron. Como si fuera un verdadero camaleón, Carlos Mayoral ha conseguido asimilar el estilo de cada uno de los cinco escritores y lo ha reproducido con inagotable destreza, sin llegar a perder por completo una voz personal que es lo que da unidad a todo el conjunto. En breves pinceladas de unas pocas páginas, los escritores se van alternando, siempre con una emoción o un estado de ánimo asociado a ellos, con Baudelaire como colofón de lujo.

   Otro mito, el de Dionisio, nos recuerda la relación del alcohol con el sacrificio. Las ménades, entregadas a la locura y al éxtasis, devoraban jirones de carne ensangrentada. Embriagarse implica inmolarse. Convertirse a uno mismo en verdugo y en víctima a un tiempo. De la misera humana más absoluta nacen algunas de las obras sublimes de la historia. Es lo que Miguel D´ors llama en un poema, al hablar de Charlie Parker ‒el protagonista, por cierto, de El perseguidor‒, «el indecible esplendor de la rosa y el estiércol». Si el precio por disfrutar de prodigios como «El gato negro», El gran Gatsby, Por quién doblan las campanas, La campana de cristal o Factótum, son unas cuantas vidas humanas, ¿quién se atrevería a decir que no lo valen?

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