Este nuevo campo de debate interno y reflexión da para largo; pero eso no quiere decir que vaya a dejar de escribir sobre la «Esquizofrenia de la prisa», porque me apasiona el tema y siento la imperiosa necesidad de escribir sobre ello… con calma.
La llave del laberinto es un libro que he escrito en este año de inflexión, y puente: entre trabajar sentado en una oficina delante de un ordenador y con el teléfono cerca de la mano izquierda, y un futuro incierto, con agujeros negros y algún dragón echando fuego por aquí y por allí.
Y también será el tema que utilice para hablar de otras cosas que también me tienen obsesionado, y dieron para más de 300 páginas, pero que además me gustaría ir desgranando en artículos de estos de 700 palabras, poquito a poco.
Por ejemplo, hablaré del concepto de felicidad:
En mi caso decidí dejar el trabajo de más de 10 años en la misma empresa, para así tener tiempo para mí, y aprovecharlo para escribir. Pienso que nunca es tarde para ser lo que podías haber sido, y yo desde hace mucho que quise dedicarme a escribir.
Tomé aquella decisión, asumí los riesgos, valoré lo que perdía, y me di un tiempo para escuchar al corazón, que nunca se equivoca, porque es capaz de ver lo que no se ve con los ojos, ni está atrapado por la inercia de lo que en el otro artículo llamé Las autoridades.
Atento a lo que no se ve con los ojos:
Con esa frase empezó todo, y todo cambió en mi forma de ver las cosas. Era como si de repente estuviera con un nuevo sentido despierto y pudiera ver señales del destino a cada paso, sobre todo en cada cruce de caminos…
Pero ahora no voy a decir mucho más para que no me toméis por loco, y porque no quiero contar detalles del libro, que se acaba de publicar.
También pude sufrir en mis propias carnes lo que sigue (y no fue sencillo):
Un amigo suele decir que «el destino son otros que conspiran a nuestras espaldas».
Mi forma de ver esto de la felicidad, ser libre y encontrarse a sí mismo, estar atento a las señales de lo que llamamos destino, y sus bifurcaciones caprichosas, es algo así:
Pues bien, imaginaos que nos hemos muerto, una vez más; una de cientos, miles o Dios sabe. En las vidas pasadas fuimos esclavos construyendo las pirámides de Egipto, amigos que paseaban por las tardes con Lao Tse, compañeros de meditación de buda, verdugos hace 2.000 años en el monte Calvario, señoritas en los lupanares romanos, compañeros de Colón en alguna carabela, o nativos americanos antes de su llegada, etc. No importa. Lo que importa es que en cada una de esas vidas hemos aprendido cosas que luego no recordamos en la vida siguiente; no recordamos, pero hemos aprendido y sabremos para siempre.
Entonces estamos en ese lugar en donde reposan las almas no encarnadas, y nos reunimos con nuestra gente, es decir, los que nos van a acompañar en la próxima aventura. Junto con ellos elaboramos un pequeño listado de 7 cosas que aún nos quedan por afrontar, superar, o errar invariablemente hasta hacerlas nuestras y sentirlas. Con ese listado, escribimos en trazos gordos el guión que nos va a llevar a vivir lo que necesitamos vivir para que pase lo que tiene que pasar.
Cada vez que la vida nos lleve por donde no nos toca, uno de esos angelitos que nos acompaña, nos cuida, protege y enseña, nos mostrará sutilmente el camino correcto, si estamos atentos y despiertos para verlo, o nos obligará a parar (a veces de formas que puede que tardemos tres vidas más en perdonar, y entender). De esta forma, si aprendemos la lección, no se repetirán “oportunidades” para hacerlo; y si siempre tropezamos con la misma piedra, volverá insistentemente a presentársenos ese obstáculo, hasta superarlo.
Creo que vivir también es ser minero de uno mismo, y que para eso estamos aquí y ahora.
O como decía Bukowski:
«Estamos aquí para desaprender las enseñanzas de la iglesia, el estado y nuestro sistema educativo. Estamos aquí para tomar cerveza. Estamos aquí para matar la guerra. Estamos aquí para reírnos del destino y vivir tan bien nuestra vida que la muerte tiemble al recibirnos».
Y también estamos aquí para dar AMOR.
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