Creando un blog (vía Shutterstock)

   A mediados de octubre del año pasado, se le concedió el Premio Nobel de Literatura a Bob Dylan, según por Comité «por haber creado nuevas expresiones poéticas dentro de la gran tradición de la canción americana». No fueron pocas las voces que se levantaron en contra del galardón, argumentando muchas de ellas que lo que el cantautor hace es música, no literatura, y que ese reconocimiento iba en detrimento del mundo de las letras. El anuncio coincidió más o menos en el tiempo con diferentes informes y estudios que incidían en la misma cuestión: hay un altísimo porcentaje de la población que no lee. El Informe de Lectura en España para 2017 hecho por la Federación Española de Gremios de Editores de España ‒FGEE‒ ofrecía unas cifras escalofriantes: el 39% de la población no leyó ningún libro en 2015 y las librerías se redujeron hasta en 3.650 durante 2013, casi 700 menos que el año anterior. Los datos de estudios estadounidenses apuntaban en esa misma dirección. El National Endowment for the Arts ‒NEA‒ informó que la lectura de libros literarios ‒novela, poesía, cuentos, teatro o cómics‒ había descendido al 43,1% en 2015. También coincidía con esto Publishers Weekly, que habla de un informe del Pew Research Center que concluía que el solo 73% de los estadounidenses ha leído un libro en el último año, una cifra que se mantiene más o menos en el mismo nivel desde 2012.

   Una explicación bastante evidente para esta tendencia es la cada vez mayor competencia, feroz y desigual, que los libros tienen con otras formas de ocio como vídeos, películas, videojuegos y toda clase de entretenimientos audiovisuales. Al fin y al cabo, ¿para qué leer una novela si tienes acceso a Netflix? Esta plataforma registró el año pasado la friolera de 42.500 millones de horas de contenido en streaming. O YouTube, que tiene más de mil millones de usuarios, y cuyo promedio de tiempo de visualización de vídeos es de más de cuarenta minutos. O portales como Steam, que a finales del año pasado superaba ya los 13 millones de usuarios.

   Sería fácil pensar que ante semejante multitud de ofertas de entretenimiento, lo último que elegiría una persona es un libro. Sin embargo, ¿es eso lo que ocurre realmente? El propio FGEE advierte en su informe que la idea de que la gente lee cada vez menos es falsa. Es más, en los últimos 15 años se registra un incremento de 11,2 puntos en la proporción de lectores frecuentes. Según la Encuesta de Hábitos y Prácticas Culturales 2014-2015 elaborada por el Ministerio de Cultura los datos son contradictorios: el 92% de la población es lectora ‒lee periódicos, cómics, webs, etc.‒ mientras que el 37,8% dice no haber leído ningún libro en el último año. Entonces, ¿qué pasaría si redefiniéramos el concepto de lo que entendemos por «leer» o, mejor dicho, por «leer literatura»?

   Hace tiempo planteé la posibilidad de considerar a los videojuegos literatura. No a todos, por supuesto, pero sí a cierto tipo de videojuegos. Los hay con una complejidad narrativa que está por encima de bastantes novelas y los hay con muchísimo más texto que en algunos libros que nadie dudaría en calificar de literatura. Pero no hace falta llegar tan lejos. Es evidente que los millones de usuarios que diariamente participan en las redes sociales son, en el amplio sentido del término, lectores, aunque no lectores de literatura. Basta con plantear la posibilidad de que pueda haber literatura fuera de los libros. Una plataforma como Wattpad, por ejemplo, tiene unos 45 millones de visitas al mes, con una media de 30 minutos, y que cerca del 90% de ellas accede a través del móvil, lo que nos lleva a pensar lo que este dispositivo puede hacer por la lectura. Los géneros que arrasan son el romance, la literatura juvenil y los fanfics. Aquí, además, la literatura aparece aliada con otros medios audiovisuales como vídeos, imágenes y gifs.

   ¿Y qué decir de los audiolibros? ¿Estamos dispuestos a reconocer que leer también es escuchar un audiolibro? Hace años se pensaba que escuchar un audiolibro era como hacer trampas, como si no se leyera realmente el libro, porque se consideraba un acto más pasivo que la lectura, pero la percepción ha ido cambiando con el tiempo. Hay estudios que demuestran que el cerebro tiene una actividad similar mientras escucha un audiolibro que cuando lee. Y la industria de los audiolibros, desde luego, está en alza. Según la Audio Publishers Association, en 2014 se facturaron en Estados Unidos más de 1.470 millones de dólares en audiolibros. Los usuarios de Audible, el mayor productor y distribuidor de audiolibros del mundo, usan la plataforma una media de dos horas al día, llegando a completar 17 audiolibros al año. Las editoriales empiezan a prestar cada vez más atención a este tipo de soporte y cada vez hay más plataformas para fomentarlos y descubrirlos. Es el caso de LibriVox, una página en inglés donde los voluntarios pueden grabar sus lecturas de libros de dominio público y cualquiera puede escucharlas de forma gratuita. En España tenemos Seebook, que ya en su día consiguió introducir los ebooks en las librerías a través de tarjetas con enlaces descargables.

   Con tantas opciones para consumir literatura puede que la forma tradicional de leer, el libro de toda la vida, no sea tan popular, pero eso no significa necesariamente que no se lea o que se lea menos. Lo importante no es tanto cómo lee la gente sino más bien animar a la lectura y a la lectura de literatura, independientemente de cuál sea el soporte o el medio en que esta aparezca. O de lo que la élite cultural considere que es literatura que debe o que no debe ser consumida. La narrativa transmedia es una forma perfecta para fomentar la lectura entre los jóvenes y no deberíamos dejar de reconocerlo porque nos hayamos empeñado en mitificar el libro impreso. Dejemos que cada uno lea la literatura que le interese y que lo haga como quiera sin que por ello tengamos que señalarlo con el dedo por no hacerlo como se ha hecho hasta ahora.

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