El Internet de las cosas ha revolucionado la tecnología a tal punto que a nivel usuario todavía no lo llegamos a comprender. En 2007 aproximadamente aparecieron los smartphones, y desde entonces hemos asistido al nacimiento de distintos aparatos inteligentes. Algunos de ellos, como la smart TV o el smartwatch empiezan a ser cada vez más cotidianos; de otros, como el frigorífico, el coche o incluso la casa inteligente, conocemos su existencia, pero todavía forman parte de un futuro quizá no demasiado lejano. ¿Qué pasará con los libros? Los ebooks, al fin y al cabo, son aparatos tecnológicos como los móviles, las televisiones o los microondas. ¿Llegaremos a medio plazo a ver el nacimiento de los libros inteligentes o es una tontería plantear esa posibilidad?
Bajo el membrete de «libro inteligente» no solo se incluyen los excéntricos experimentos que nos tanto nos gustan a los frikis de los libros, como la cubierta que es capaz de conocer la emoción del lector y decidir en base a esto si deja que le lea o el libro que cambia de temperatura o vibra dependiendo del argumento. Bastaría con conectar un libro a Internet y aprovechar las infinitas posibilidades que la red nos ofrece para estar frente a un libro inteligente. Si pensamos en un libro tradicional, de lectura lineal, por ejemplo en una novela, la idea de conectar un libro a Internet no solo parece algo inútil sino disparatado. Si en circunstancias normales Internet ya es de por sí una distracción difícilmente eludible, no hace falta ser Nicholas Carr para intuir que un libro conectado a Internet puede ser un despropósito en lo que a atención lectora se refiere. Sin embargo, si pensamos en las aplicaciones que pueden tener los libros en el mundo de la educación, todo empieza a cobrar sentido.
Hace tiempo hablaba de la falta de espíritu innovador de Amazon ante los libros electrónicos. ¿Qué avances podrían introducir los libros digitales al convertirse realmente en libros inteligentes? Imaginemos, frente a los 11 kilos de peso de media que llevan los alumnos de Secundaria, que pudieran tener toda la información en un único libro electrónico. Imaginemos que ese libro puede desplegar ante nuestros ojos una tabla periódica de los elementos o una molécula hecha en 3D que gira sobre sí misma. Imaginemos que viene con vídeos que permiten demostrar o entender mejor las explicaciones, con hipervínculos o con una caja de chat que nos conecta directamente con el profesor. Imaginemos que se actualiza constantemente, al instante, por lo que ya no habrá que estar preocupado porque los contenidos se queden obsoletos. Imaginemos que el libro tiene una cámara que graba nuestros ojos y nuestra expresión facial y que sabe en todo momento qué estamos leyendo, que puede saber cuándo no hemos entendido una palabra, ayudarnos a eliminar información no esencial o retomar el texto en el punto exacto donde lo dejamos. Imaginemos, en fin, que estamos leyendo un texto, que nos detenemos sobre una palabra y decirle al libro «traducción» o «definición» obtenemos una respuesta de de inmediato, que se pueden subrayar palabras o añadir citas a través de la voz sobre la marcha. Muchas de estas innovaciones pueden sonar a ciencia ficción, pero no solo serán posibles dentro de poco sino que ya son una realidad. La tecnología del libro que es capaz de adivinar por dónde vamos leyendo ya existe y se llama Text 2.0.
Ante esto alguien podría decir que a medida que los libros se vayan haciendo más inteligentes los seres humanos se irán haciendo más tontos. No se trata simplemente de hacer que el libro haga todo el trabajo para poner en práctica la ley del mínimo esfuerzo, se trata de crear una herramienta completamente personalizada a su usuario, entendiendo que las necesidades de cada persona en materia educativa no son las mismas. Según una encuesta realizada por Wakefield Research en 2016 a 500 estudiantes universitarios, el 85% de ellos estaban convencidos de que los libros interactivos serán una herramienta que les ayudará a aprender mejor. Y es que cuando nos encontramos en niveles más avanzados, en ciertas materias el uso de tecnologías web ha pasado de ser una ayuda a convertirse en un recurso imprescindible.
Imaginemos un futuro en el que las editoriales tienen que plantearse la creación de libros como si fueran aplicaciones de móvil. Esta idea no es una barbaridad ni mucho menos: fuera del ámbito educativo Play Creatividad ya lo ha hecho con libros basados en Edgar Allan Poe o en Dickens. Los libros impresos seguirán siendo la mejor manera de disfrutar de una lectura lineal, pero frente a ellos podremos utilizar los libros electrónicos para saltar de un sitio a otro, para ampliar o reducir la información dependiendo de nuestros intereses.
Es probable que en ese futuro el concepto de libro sea todavía más ambiguo. Ya lo hemos podido comprobar con el nacimiento del libro digital y su convivencia con el libro impreso: como en cualquier periodo de transición, el debate será largo y encendido. Ante el cambio que estamos a punto de vivir surgirán voces que hablen desde la preocupación o el miedo y otras que entenderán la transformación de los libros y la verán como una oportunidad para innovar en el sector editorial. Los libros están a punto de comenzar una nueva etapa, llena de posibilidades.
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