Solo hay dos sentimientos primordiales, y el resto son emociones que derivan de ellos. Estos sentimientos, al igual que la luz y la oscuridad, se oponen. Lo contrario del AMOR es el MIEDO.

   Pero, ¿qué es el miedo?

   Yo no soy ninguna eminencia en estos asuntos. Ni siquiera sabría por donde empezar cualquier investigación si es que tuviera que hacer ahora mismo una tesis sobre el tema. Pero eso no importa, porque de lo que sí puedo hablar es de lo que he vivido, reflexionado, errado, e incluso, imaginado.

   El miedo es un sentimiento históricamente utilizado como herramienta de control de masas. Por miedo se dejaron de hacer muchas cosas, y algunas otras se hicieron por el mismo motivo. ¿Si no tuvieras miedo qué harías? ¿Por qué tenemos miedo?

   Las cosas se explican mejor con ejemplos, y por eso pondré algunos…

   Cuando hablé en otro artículo de Las Autoridades, decía que: «esas fuentes de las que bebemos sin darnos cuenta y sin sed, es a lo que llamo las autoridades; y es lo que hace que seamos como somos de cara a los demás. Porque lo que realmente somos es otra cosa…»

   Y el miedo es lo que está detrás del control que ejercen las autoridades sobre nosotros.

   Ejemplo sencillo: de pequeños queremos tener amigos con los que jugar, pero no nos gusta el fútbol, pero es lo que hacen nuestros compañeros de clase; y también se pelean entre ellos y tiran del pelo a las chicas. No nos gusta el fútbol, ni pelearnos, pero queremos integrarnos en ese pequeño rebaño de niños que hacen que nos sintamos protegidos siendo uno más… Y nos ponemos de portero.

   Recuerdo que cuando llevaba vida de casado en un pueblo, sacaba a pasear por las tardes después del trabajo, al perro. Me encantaba andar por el monte con él. Pero en invierno era ya de noche, con lo que el recorrido se limitaba al paseo con farolas hasta el parque. Allí soltaba al perro, y corría, y le tiraba palos, y corría. En esos paseos rutinarios, todos los dueños de perros teníamos el mismo horario, y solíamos coincidir a la ida o a la vuelta. Un mes después ya conocía a todos los dueños de perros por su nombre y circunstancias, y claro, cómo no, gustos y preferencias de sus mascotas. Seis meses más tarde me di cuenta de que todas las conversaciones giraban entorno a deposiciones de perros, collares anti-parásitos y tonterías que no me importaban lo más mínimo. También estaba la que se quejaba siempre de sus propias decisiones, el que nunca tenía nada nuevo que decir, y las que criticaban a las que faltaban aquel día en el paseo «perruno».

   Entonces llegó el verano, y mis paseos fueron en el sentido contrario al del rebaño, o iba más tarde o más pronto que el resto. Ya estaba cansado de lo mismo día tras día. Y el culpable era el miedo a que me dejaran de lado. Cuando dejé aquella vida me di cuenta de que el miedo a ser uno mismo, y vivir libremente, aunque a veces incómodo, solo molesta a los que viven presos de sus propios miedos. De esto hablé algo en la introducción al otro tema de ‘La llave del laberinto’.

   A veces pasa que alguien se siente incómodo cuando le haces ver que la culpa de las consecuencias de sus propias acciones las tiene él mismo. Hay quien siempre se enamora de los mismos tipos de personas. Esta gente se tropezará con la misma piedra las veces que haga falta. Todas las veces le echarán la culpa a la casualidad o al destino. Seguro que os suena la típica pareja auto-destructiva que no son capaces de cortar uno con el otro, por miedo a quedarse solos.

   Una vez, hace ya unos años, un amigo me dijo: «A ver si te echas ya una novia antes de que te quedes calvo». Me tronché de risa, porque ese tipo de verdad pensaba que tener pelo era bueno para encontrar a la mujer de su vida antes de perder ese poderío físico masculino. Y luego, ¿qué?

   Otra vez otro tipo me dijo: «Tú, con esa barriga que tienes, no esperes encontrar gran cosa en el mercado». Esta vez también me tronché de risa, porque el tipo estaba preocupado porque su mujer le dejara tirado si engordaba. En ese caso me confesó que no sabría qué hacer con su vida, porque no quería volver a estar solo. El miedo a la soledad da para un artículo aparte… para otro día.

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