Suele decirse que cada vez se lee menos, e independientemente de si es así o no, lo cierto es que somos grandes consumidores de, sobre todo, un tipo de lectura muy específica: el de la mensajería instantánea. Quizá esta sea la principal razón por la que muchas compañías han decidido desarrollar la lectura de historias con estilos que buscan adaptarse a los nuevos gustos y hábitos de lectura.

   Bajo la premisa de lo importante que es este tipo de comunicación, la mayoría de estas nuevas adecuaciones lectoras responde a historias cortas de diversos géneros en formato chat. Ha sido tal el éxito de este nuevo diseño de lectura, que en Mayo de este año, Google anunció a Hooked (‘Enganchado’ en español) como la app ganadora dentro de la categoría ‘Mejor Startup 2017’, durante los Google Plays Awards.

   La propuesta de Hooked, sin embargo, no es del todo nueva. Ya desde el año pasado Penguin Books (con Book Messenger) y Amazon (con Amazon Rapids) llevaron gran cantidad de libros y autores consolidados a las pantallas de nuestros móviles. La propuesta de estas dos aplicaciones es poder leer, escuchar y mirar las historias por medio de mensajes de texto. Así, ambas inauguraron una nueva línea de negocio que no para de crecer: Tap, Adela, Hook, Sim, I am innocent, entre muchas otras aplicaciones que imitan (con algunas variaciones) a sus antecesoras.

   Centrándonos en Hooked, sin duda la aplicación más popular, sabemos que ofrece todo tipo de historias (especializándose en misterio y terror) narradas en pequeñas charlas por mensajes de texto. Podemos decir que su principal diferencia con Book Messenger y Amazon Rapids radica en su particular forma de contar una historia: no hay narradores, ni flujos de conciencia, ni voces en off, ni pensamientos, ni cualquiera de estos artificios retóricos que puedan confundir al lector; pues –al parecer– estos artilugios del lenguaje que ‘antiguamente’ se consideraban enriquecedores de los textos, ahora son percibidos como distractores en la lectura.

   Una de las premisas que más repiten quienes hablan de las bondades de Hooked (y de todas las aplicaciones en esta línea) es que ayuda a fomentar la lectura en las nuevas generaciones. Pero esta apología de las formas de lectura actuales, no hace sino estigmatizarlas aún más. Sin narradores, sin argumentos fuertes, sin tramas profundas, la promoción de este tipo de lectura es posicionarte como un voyeurista del historial de Whattapp de alguien más.

   Desde todas estas perspectivas, entonces, se vuelve imperativo conocer cómo se construyen estrictamente las historias en Hooked. Tan sólo abrir la aplicación, saltan los dos primeros mensajes de texto en la pantalla:

   «Dad: –Are you in your bedroom»

   «Chloe: –Yeah, dad, what’s up?»

   Posteriormente, uno se da cuenta que, por defecto, se encuentra leyendo la historia más descargada y popular de la aplicación, The Watcher o El Vigilante (en una muy mala traducción al español, pues absuelve al título de todo su sentido manifiestamente transparente). La trama de esta historia en realidad es muy sencilla. Una chica, Chloe, está sola en casa; su padre le manda mensajes de texto alertándola porque alguien la acecha y corre peligro. Eventualmente este desconocido, el Observador, pronto comienza a interactuar con Chloe también a través de mensajes al móvil. Es importante no olvidar que toda la historia se construye únicamente a partir del diálogo textual entre los tres personajes.

   Hay dos aspectos, en especial, sobre esta historia en que los merece la pena profundizar. Uno es la construcción de la misma y otro la temática. Si enfocamos nuestra atención en la primera perspectiva, notamos enseguida que la historia carece de introducción, nudo y desenlace. Además, la línea fundamental de la trama, es decir, el hecho de que Chloe está siendo observada por un desconocido, intenta legitimarse sumando más conflictos que resultan ser tan o más perturbadores que el principal: muertes, suicidios, secuestros y mentiras familiares que, por mensaje, confiesa el padre haber ocultado a Chloe durante años. Así, se genera un batiburrillo de sub-discursos sin ton ni son que no hacen sino empobrecerse semánticamente los unos a los otros. En este sentido, poco importa que seamos partícipes de leer todos estos hechos atroces; estamos ante un horror vacui donde un problema por sí sólo no resulta lo suficientemente importante o trascendente si no suma consigo muchos más.

   Por otro lado, tenemos una temática construida por un compendio de diálogos simplones y, como dijimos, de conflictos a cada cual más insensato en torno a algo que intenta generar suspenso, angustia y terror. Lo notable a destacar aquí es la forma tan violenta de los diálogos y la presentación de los problemas. Por ejemplo, leemos:

   «Chloe: – I’m going to the safe room.»

   «Dad: – NO!! YOU CANT!! […] Your sister was kidnapped from that room.»

   «Chloe: –What are you talking about?»

   «Dad: –You had a sister.»

   Como se puede observar, el padre considera vital advertir a Chloe que el secuestro sufrido por su hermana ocurrió en la misma habitación en la que ella intenta ocultarse. Inmediatamente después, no obstante, la secuencia lógica cae por su propio peso, y es que el padre se da cuenta que quizá es más pertinente confesar primero sobre la existencia de una hermana desconocida por Chloe.

   Conforme avanza la lectura, notamos que este tipo de revelaciones tan mal dirigidas no resultan ser lo más alarmante, sino el hecho de cómo son trivializadas por la ‘verdadera historia de terror’ que quiere tejer el texto, la ‘del Observador’. En este sentido, casi carece de total importancia para Chloe y el padre que se haya guardado el secreto de una hermana muerta que fue secuestrada. Considerar este hecho como insignificante dentro de la ficción, sin embargo, revela un dato inquietante, el lector invariablemente tiende a emitir un juicio similar.

   De todas estas consideraciones llegamos a la principal reflexión, ¿qué nos dice esta historia sobre el mundo real que la erige? Nos encontramos leyendo una mera exposición morbosa que bien podríamos calificar de cuasi pornográfica. Pornográfico aquí no en su sentido estricto, sino en su imperiosa necesidad de la hipervisibilización. De hecho, ya el título en inglés, The Watcher, ‘el que mira’, nos revela su principal argumento: las cosas que ocurren en el texto sólo tienen importancia en tanto son vistas, expuestas ante ‘el Observador’ o ante los ojos de cada persona(je) que lee los mensajes recibidos.

   Mientras más nos adentramos en la lectura, más nos damos cuenta que los considerados ‘típicos conflictos traumáticos’ eliminan toda su aura de secretismo y son convertidos en meras mercancías, a cuantos más se consuman, mejor. De este modo, la existencia aislada de cada uno de ellos no tiene ningún tipo de valor, ningún problema es particular o trascendente en sí mismo. Sin reservas ni consideración, el padre realiza una excesiva exposición de tragedias familiares con la intención de lograr en el lector un alud de emociones fuertes, de sobresaltos, de regocijo; de ahí que se vuelvan obscenos. De alguna manera, la historia avanza por adición, no por narración.

   Obsceno es también exponer la historia familiar (y por qué no, la de uno mismo) en ‘140 caracteres’ distribuidos en mensajes impersonales. Con unas cuantas digitalizaciones se elimina todo el esfuerzo, nerviosismo, sudor, inquietud, presión e interacción física que supone confesarse frente al otro. Este tipo de comunicación textual es esencialmente acelerada, de modo que carece de toda meditación (lenta por necesidad) estando vacía de sentido, de toda reflexión ética.

   Como lectores, como espectadores ¿realmente hemos llegado al punto de necesitar consumir tantas tragedias para experimentar una sensación o un tipo de empatía? ¿Cuál es la principal problemática de la trivialización de cada conflicto en esta historia? La jerarquía de lo verdaderamente importante se diluye en un mar de banalidades. Así, es muy fácil sobredimensionar lo intrascendente y desvalorizar lo que realmente tiene un efecto nocivo para uno mismo y los demás. No sorprende entonces que la máxima preocupación del padre sea alejar a su hija de quien la observa, mientras en la ristra de mensajes compartidos van cayendo hermanas muertas, suicidios de exesposas o secuestros familiares.

   The Watcher, en conclusión, resulta ser una exposición tan violentada y excesiva que agota el misterio, principal cualidad de toda historia cuya aspiración sea provocar suspenso y terror en sus lectores. La mirada de ‘ese que mira’ se vuelve inexpresiva, indiferente ante los hechos más atroces o desoladores porque ya lo ha ‘visto y leído’ todo. Y ese que mira, al final, se ha convertido no sólo en cada personaje, sino también en todos sus lectores.

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