Más allá de la contienda y Los precursores de Romain Rolland

   «Un gran pueblo asediado por la guerra no sólo ha de defender sus fronteras, sino también su razón. Tiene que salvarla de las alucinaciones, de las injusticias, de las necedades que desencadena esa plaga.» Así arranca el libro Más allá de la contienda, de Romain Rolland, que Cotraescritura ha publicado junto a Los precursores, en traducción de Núria Molines. Influido por el socialismo y por un humanismo que tiene mucho de cristiano, Rolland fue un incansable pacifista y un defensor de la razón y de la civilización. Es lo que se confirma en toda su obra anterior a 1914, a la Gran Guerra, en los diez volúmenes que componen su magna obra, Jean-Christophe, biografía de un músico que personifica la esperanza de una humanidad reconciliada, y en particular, Francia y Alemania; o en las biografías dedicó a héroes como Beethoven, Haendel o Tolstói, en un intento por mostrar cuánta grandeza puede alcanzar el ser humano.

   Es difícil imaginar la brecha que supuso para los europeos 1914. «Estoy abrumado. Desearía estar muerto. Es horrible vivir en medio de esta humanidad enloquecida, y ayudar, impotente, al colapso de la civilización. Esta guerra europea es la mayor catástrofe de la historia, por siglos, la ruina de nuestras más santas esperanzas en la fraternidad humana», escribió Rolland. En plena carnicería, la gran contribución de Rolland fue escribir uno de los más célebres manifiestos pacifistas sobre la Primera Guerra Mundial, Más allá de la contienda, una colección de artículos en la línea del Yo acuso de Émile Zola aparecidos entre septiembre de 1914 y agosto de 1915, muchos de ellos en el Journal de Genève, mientras colaboraba como voluntario en la Cruz Roja, y recopilados en forma de libro con algunos textos inéditos en septiembre de 1915. A esos textos hay que sumarle, como complemento perfecto y continuación necesaria, Los precursores, una segunda serie de artículos escritos y publicados en Suiza desde finales de 1915 hasta principios de 1919. En ellos Rolland celebra la figura de lo él llama los «anunciadores, ultrajados, insultados, amenazados, apresados, condenados».

   Lo que demostró el trabajo de Romain Rolland es que en la Primera Guerra Mundial el combate no se desarrolló solo en el frente de batalla ni fueron solo los ejércitos los que participaron en él. Su ideal fue siempre que los intelectuales trabajaran para mantener el pensamiento europeo libre de los estragos de la guerra. Más allá de la contienda constituye una crítica hacia los intelectuales que, cegados por el conflicto, traicionaron esos principios y convertiros en cómplices animaron a los hombres a formar parte de la guerra y, sobre todo, a cultivar su odio. Cansado de oír cómo los intelectuales defienden incansablemente que su lucha es la de la libertad, de escuchar a Bergson proclamar que la lucha contra Alemania es la lucha de la civilización contra la barbarie, a Hauptmann calificando a Alemania de bárbara, o a Lamprecht respondiendo que la guerra es la continuación lógica de los conflictos de Alemania contra los hunos y los turcos, Rolland, lleno de decepción, tiene la intención de recordarles su verdadero deber, el de salvaguardar la unión espiritual de la civilización, incluso en la peor de las tormentas.

   Desde la razón, Rolland defiende que la guerra es el fruto de la debilidad y de la estupidez de las naciones, la excusa de las almas sin voluntad. En su desesperación, invocó la unidad europea y enumeró una serie de principios que prefiguran la Sociedad de Naciones, el desafortunado antepasado de las actuales Naciones Unidas. A través de sus escritos, el autor francés que fuera considerado una revelación por Charles Péguy consigue poner en pie un verdadero ideal político: «Toda mi vida me he esforzado para acercar los espíritus de nuestras respectivas naciones; y ni las atrocidades de la guerra impía en la que se han embarcado, para ruina de la civilización europea, conseguirán jamás que mi espíritu se contamine de odio». Poco importa la nacionalidad, poco importa si se es alemán, austríaco, francés, ruso o inglés, más allá de los intereses egoístas de las naciones efímeras, el deber del hombre es no perder de vista el conjunto de la civilización humana. El nacionalismo exacerbado, sea cual sea su justificación, no es más que un lastre en la construcción de relaciones internacionales y en la cooperación entre naciones.

   Rolland no tiene pelos en la lengua y su llamada de atención suscita muchas críticas. Se le acusa de que, enamorado de la civilización, parezca llorar más por la destrucción de la herencia artística e histórica, como la Catedral de Reims, que por la muerte de los hombres. Además, se piensa, ¿qué derecho tiene a hablarnos de guerra Rolland, ese desertor que se ha refugiado en Suiza para huir del conflicto? ¡Qué fácil es ser moralista desde la seguridad de un país neutral! Y, peor todavía, para muchos es un germanófilo, enamorado de la cultura y del pensamiento alemanes. Amigo de Stefan Zweig, que lo calificó de la conciencia moral de Europa durante el periodo de entreguerras, se consideraba hijo espiritual de Beethoven y Goethe. «Soy consciente de todo lo que le debo a los pensadores de la vieja Alemania», escribe. Es fácil, entonces, ponerle la etiqueta traidor. Pero a Rolland no le interesan tanto los alemanes o los franceses como la humanidad entera. Eso explica que una buena parte de su trabajo sea defensa de sí mismo o de aquellos a los que admiraba y con quién se consideraba afín ‒eso, en definitiva, es lo que hace en Los precursores‒.

   Gracias a la fama que le trajo la concesión del Premio Nobel de Literatura en 1915, «como tributo al elevado idealismo de su producción literaria y a la simpatía y el amor por la verdad con el cual ha descrito diversos tipos de seres humanos», su palabra fue cada vez más escuchada y respetada. Colaboró con diversas publicaciones pacifistas, defendiendo el diálogo entre Francia y Alemania, tratando de difundir la idea de la importancia de una Europa unida, del paso de la cultura de la guerra a una cultura de la paz. Tanto Más allá de la contienda como Los precursores fueron las armas con las que sostuvo su propia batalla, la de un intelectual que se negó a tomar partido y que trató de ofrecer una mirada diferente sobre la Gran Guerra porque confiaba, por encima de todo, en la humanidad. Sin embargo, al postularse a sí mismo como imparcial para reconducir a la humanidad hacia la paz, ¿no estaba en realidad participando en la lucha cuerpo a cuerpo?

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