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   Muchas veces hemos hablado de las formas tan imaginativas en que las librerías se han reinventado en la era digital, como permitir al cliente ser el dueño de su propia librería, dejarle dormir en ella como si fuera un hotel, vender un único libro o cambiar libros por cerveza. Con este mismo objetivo, ofrecer algo distinto y más atractivo que la competencia, algunas librerías se han ido llenando con el tiempo de muchos elementos que no son libros y que acercan a estos establecimientos más al modelo de una cafetería o de un club social que al local de toda la vida donde comprar libros. Lugares donde tomar una taza de café, un frappé, un vino o una cerveza, conectarse a Internet, consultar el correo electrónico y, ya si eso, de paso comprar algún libro. No han tardado en aparecer librerías opuestas a este modelo, muchas de ellas londinenses, que han decidido centrarse en lo verdaderamente importante, los libros, eliminando el WiFi para evitar distracciones digitales.

   En Tedium Ernie Smith le ha dado una vuelta de tuerca a la transformación 2.0 de las librerías. Es cierto que lo ha hecho un poco humorísticamente, llamando a su propuesta «inmodesta proposición», a la manera de Swift, pero lo ha hecho. ¿En qué consiste la inmodesta proposición de Ernie Smith? Imagina un gimnasio. Pagas una cuota mensual y tienes derecho a ciertos servicios, entre los cuales se incluye el acceso a unos determinados materiales y ‒por un precio extra‒ a un entrenador personal. Ahora aplicamos ese modelo al mundo de las librerías. Imagina que pagas una cuota al mes, 20 euros por ejemplo, y que a cambio tienes acceso totalmente ilimitado a todo el material que hay dentro de la librería, lo cual incluye, evidentemente, todos sus libros. En el modelo que propone Ernie Smith todos los libros podrían consultarse en la librería y si se quisiera sacar alguno podría hacerse, con un único ejemplar cada vez, en formato digital, para así mantener el foco de vida en el establecimiento. Todo esto no impide que los libros estén en las estanterías como en cualquier otra librería y que puedan ser comprados, a la manera tradicional, por los usuarios.

   Probablemente te estés planteando que en realidad no hay tantas diferencias entre una librería de este tipo y una biblioteca. Ernie Smith también se lo ha planteado. La primera gran diferencia es la más evidente: las librerías son un negocio, y por tanto tienen ánimo de lucro, y las bibliotecas no. Siguiendo con la analogía deportiva, ¿se podría hacer la comparación entre un polideportivo municipal con una oferta de actividades y un gimnasio privado? La clave está, ante todo, en convencer al usuario de que merece la pena la inversión. Una librería de este tipo tendría que ofrecer, además de un sin fin de libros, otros elementos. Y no solo los sillones más cómodos del mundo o libreros con más puntería que los algoritmos de Amazon.

   La clave está en convertirse en un referente como «tercer lugar». Este concepto fue acuñado en la década de 1980 por Ray Oldenburg, profesor emérito de sociología urbana en la Universidad de Pensacola en Florida. Oldenburg define el primer lugar como la esfera de la casa, el segundo lugar como el ámbito del trabajo y el tercer lugar como un espacio complementario, dedicado a la vida social de la comunidad, es decir, zonas donde la gente puede encontrarse, reunirse e interrelacionarse de manera informal. Una librería tradicional nunca podría postularse como tercer lugar. Las visitas, echas una ojeada, compras algún libro y te vas a casa. En cambio, una librería que tuviera la ambición de ser un gimnasio para el intelecto debería encontrar la manera de desarrollar el compromiso social entre sus usuarios, como una especie de club de lectura, haciéndoles pasar un rato agradable, permitiéndoles intercambiar opiniones, asistir a exposiciones, a talleres de escrituras, a presentaciones de libros y revistas, a coloquios, a entrevistas con autores y a todo tipo de eventos culturales. Además de libros, lo que se estaría pagando con esa cuota serían experiencias, uno de los valores más importantes en una cultura en la que parece que todos los objetos acaban convirtiéndose en mercancía.

   En una cultura como la nuestra, dependiente de los smathphones, del wifi, de Internet y de las redes sociales, parece que casi cualquier sitio puede convertirse en un tercer lugar. ¿No tendría sentido, entonces, potenciar esas relaciones sociales, casi por encima de los propios libros, para encontrar un modelo de negocio de éxito?

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