Instrumental de James Rhodes

   Es difícil creer que algunos libros no sean producto de un milagro.  de James Rhodes lo es. El que se ha convertido en uno de los pianistas más célebres del momento estaba tan empeñado en autodestruirse que el hecho de que haya llegado a los cuarenta años ya es en sí un milagro. Como también lo es la publicación de este libro, este descenso a los infiernos más profundos, después de que la ex mujer de Rhodes interpusiera una demanda para detener su lanzamiento, argumentando que el relato que en él se narra podría angustiar al hijo del pianista, que padece TDAH y dispraxia, además de asperger. Finalmente la corte suprema dictaminó que el derecho de Rhodes a contar su historia era primordial, amparándose en su libertad de expresión. El argumento de Rhodes difícilmente podía rebatirse: es como pedirle a la víctima de una violación que se calle, que no divulgue el crimen. ¡Y voilà! Instrumental en las librerías.

   Rhodes nació en el seno de una familia acomodada, pero su vida dio un vuelco de ciento ochenta grados cuando, entre los cinco y los diez años, fue violado en infinidad de ocasiones por un profesor de educación física. Sin entrar en detalles escabrosos, Rhodes evita eufemismos como «abuso infantil», que no dan cuenta de la monstruosidad de las heridas físicas y mentales que deja una experiencia como esta. A partir de ahí se torció todo. Hablar de trauma es quedarse corto. Rodhes desarrolló tics, TOC, depresión, drogadicción, alcoholismo, tendencias suicidas, y muchas más cicatrices, tanto por dentro como por fuera. Nada conseguía sacarlo a flote. Y motivos no le faltaban para seguir viviendo: el nacimiento de su hijo, una carrera exitosa como pianista, buenos amigos, gente dispuesta a invertir tiempo y dinero en él. No importa lo bien que le fueran las cosas. En el último momento Rhodes siempre encontraba la forma de joderlo todo. Cada uno de los capítulos del libro relata un momento crucial en la vida del pianista, ya sea de caída o de recuperación. En algún lugar de su cabeza, hay una retorcida idea que le dice que él es el culpable de sus violaciones; se tortura por ser víctima y por sentirse como víctima. Es como si esas violaciones se hubieran convertido en el inicio y en el centro de su vida.

   Solo la música ‒y tal vez el amor hacia su hijo‒ consiguió arrancarlo de ese abismo. Porque Instrumental no son solo las memorias de una existencia torturada. Recuperando el subtítulo del libro, además de locura hay también música y medicina. Instrumental es la confesión de cómo la música le salvó la vida a un pobre diablo. Cómo lo convirtió en alguien admirado ‒en esta sociedad tan superficial que suele tender a emparejar éxito y felicidad‒. Instrumental es un intento de hacer más atractiva la música clásica. ¿Y qué mejor forma de hacerlo que decir: «la música clásica me salvó la vida»?

   Pero Instrumental es mucho más que una declaración de intenciones, es un mapa de ruta de lo que Rhodes hizo con la música clásica. No solo dijo que había que hacerlo sino que consiguió hacerlo. Despojó a la música clásica de su halo aburrido y polvoriento, atrajo a un nuevo tipo de público más joven y fresco, hizo más humanos a los compositores y a los intérpretes, consiguió que un canon inaccesible y elitista, de poca relevancia fuera del mundo académico o especializado, se hiciera popular. Es como si después de que la música clásica le salvara la vida, se sintiera en deuda y quisiera salvarle la vida a la música clásica. Instrumental también es un ensayo de divulgación musical. Cada capítulo o «tema» se abre con la sugerencia de un pieza musical ‒a la que es posible acceder a través de una página web gratuitamente‒ y con una pincelada del contexto histórico, social y biográfico de su compositor. Cada uno de los compositores elegidos, al igual que Rhodes, arrastra su propia herida. En una visión tremendamente romántica de la creatividad, Rhodes trata de describir cómo cada uno de ellos, al igual que él mismo, utilizó la música como sanación, como terapia.

   Y que no solo la música ‒y, por extensión, el arte‒ salva a los hombres, es también un mensaje que encontramos en Instrumental. También hay buenas personas dispuestas a ayudar a otras personas. Desde la Blanche Dubois de Un tranvía llamado deseo, nadie ha dependido tanto de la amabilidad de los extraños como James Rhodes. La carrera musical de Rhodes se recondució cuando Franco Panozzo, un agente musical internacional, le escucha tocar el piano y lo pone en contacto con el célebre profesor de piano Edoardo Strabbioli, con quien Rhodes tomará algunas lecciones en Verona y le hará centrarse en la música. Cuando empieza a canalizar su estrés haciéndose cortes en los brazos con cuchillas de afeitar un amigo millonario llamado Bob le paga una estancia en una clínica en Arizona, mientras que Sir David Tang apoya a Rhodes en su sueño de convertirse en pianista de conciertos. ¿Y qué decir de Denis Blais, que no solo financió su primer álbum sino que se convirtió en su representante y que, en buena medida, gran parte del éxito de Rhodes se debe a él?

   Una poderosa historia de supervivencia, lucha, triunfo y esperanza. La historia de un niño que busca refugio en la música, de un hombre que abandona sus sueños por la trampa de un éxito financiero vacío y que retoma su camino, abrazando la existencia que quiere. Un ensayo sobre la industria de la música, una crítica a la psiquiatría, una advertencia a la sociedad para que protejan a sus niños. Para alguien que haya tenido contactos esporádicos con la música clásica es puede suponer un despertar. Todo eso y mucho más es Instrumental, y todo con una prosa agitada, al ritmo de la música, a ratos encolerizada y a ratos brillante, no siempre dentro de los límites de la corrección, pero desde luego llena de emoción. La experiencia que Rhodes vivió fue extrema y qué mejor manera de transmitirla que a través de una escritura igualmente extrema.

   Pocas veces la faja de un libro, que lo proclama como «libro del año» de una manera que puede parecer un tanto egocéntrica, esconde tanta verdad. Y qué poca justicia pueden hacerle mis palabras a esa verdad, comparada con la lectura del libro.

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