Ahora que estoy en la tercera etapa del proceso puedo contar cómo funciona esto de escribir un libro, editarlo y venderlo. Para escribir solo se necesitan dos cosas: tener algo que contar, y contarlo. En cuanto a los porqués de darle a la tecla, solo se me ocurre un motivo, y es el de sentir la imperiosa necesidad de hacerlo; escribir por no poder evitarlo.

   Yo decidí que iba a ser escritor a los 18 años, y entonces empecé con una historia que llegó a un callejón sin salida, por lo que quedó el manuscrito arrinconado en un cajón. Seguí firme con la idea durante 3 navidades seguidas en las que presenté mis cuentos a un concurso, sin éxito. Seguí fracasando al iniciar una nueva historia, y es que en 10 años, ¡solo fui capaz de completar 10 páginas!

   Entonces mi vida dio un giro y me fui 30 días a caminar desde Roncesvalles a Finisterre. Por primera vez en la vida, a los 30 años, tenía una historia que merecía ser contada, y a la vuelta de aquella aventura me enfrenté a la página en blanco tímidamente. Tardé poco en tener 40 páginas, y la tarea de escribir me seguía gustando, pero había algo que no me dejaba seguir. Tal vez no era el momento, y el alumno aún no estaba preparado para encontrar al maestro.

   Todo cambió cuando a los 33 hice un nuevo camino, el 5º, y esta vez la aventura siguió al llegar a casa, porque mi punto de vista se había aclarado sin que yo lo hubiera pretendido. Entonces seguí viviendo la vida que era consciente sería la que no podría evitar escribir. Cuando las aguas volvieron a su cauce me senté tranquilo, y organicé mis ideas en un folio en blanco. Tenía claro qué aquello que viví necesitaba escribirlo, porque quería que cuando fuera un viejo de 80 años, con la memoria marchita, ese yo mío del futuro lejano, pueda leerlo, y así saber que fue real, y le pasó a él.

   Me puse a ello con devoción, persistencia e ilusión. Meses después llegué al fin, y supe que esa era la historia que le regalaría al viejo del espejo del futuro.

   Ya había cumplido el objetivo. Pero al darme cuenta que lo escrito no era otra cosa que la narración de la búsqueda inconsciente de mi propia llave del laberinto, para lo que simplemente me dejé llevar siguiendo las señales del destino; esas que solo se ven cuando estamos atentos a lo que no se ve con los ojos, es decir, cuando aprendemos a escuchar a nuestro propio corazón, fue entonces cuando pensé que sería bueno que otros lo pudieran leer, soñando que les sirva para encontrar su propia llave.

   Por eso me puse en contacto con una editorial de auto edición, para que cada punto y cada coma quedase en el lugar que yo quería, y para que la imagen de la portada y el título fueran los que alguien decidió por mí. Es como si mi participación en toda la historia haya sido la de mero receptor de señales, y transmisor de ideas, nada más. Es una sensación extraña de hacer lo que otros que no ves te van dictando, sin tener muy claro hacia adonde te están llevando, ni para qué. A mi no me importó, porque estaba disfrutando con aquel retorcido juego del laberinto, aunque cada día estaba un poquito más cansado, como dice Fito en su canción.

   Con la editorial todo fue bien, y la maqueta quedó como quería que quedara, y la portada con el corazón con alas y una ranura para la llave, es como si estuviera esperando en el catálogo de imágenes para mi historia. Entonces tocó pagar e imprimir la primera edición. Llegaron las cajas desde la imprenta a mi casa y empecé a repartir los ejemplares entre los primeros interesados, y amigos y parientes. Esto fue muy bien porque fueron más de 100 ejemplares echados a volar en pocos días.

   Después ha llegado la parte ingrata y más complicada del proceso, que no es otra que la de vendedor de libros a puerta fría. Y es que las librerías tienen una puerta de mármol a la sombra para los escritores principiantes y sin nombre, como yo. Me gustaría decirles a esos libreros que he invertido mi alma entera y parte del corazón en esas 300 páginas, y que todo el que lo lea sentirá que han sido 18€ pagados con gusto; pero eso son solo palabras.

   En eso estamos, y menos mal que lo único que di fue todo.

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