Dicen que las casualidades no existen; que son otros que conspiran a nuestras espaldas. Dicen que el azar es la forma que toma Dios para pasar inadvertido. Dicen que hay que tener fe. Dicen que no hay que creer en lo que no se ve. Dicen tantas cosas…
Hoy quiero contaros una pequeña anécdota sin importancia. Trata sobre las casualidades, como la de la imagen, que es la órbita que dibuja Venus en 8 años. Bonita, ¿no?
La historia comienza con una declaración de amor eterno, con la excusa de unas palabras de un tipo que me es simpático, y además lo considero entre esos pocos iluminados de cada época. Se trata de un vídeo de José Luis Sampedro, en el que dice que aunque se sienta ya viejo, aguantará hasta el final, porque a pesar de haber ya vivido lo que le tocaba vivir, y desear irse en paz, tenía el deber de vivir esta vida que nos han regalado, hasta el fin… al lado de su mujer.
Pues bien, en una de nuestras conversaciones por correo electrónico, le indiqué el minuto y el segundo que quería escuchara del vídeo; que no es otro que el que he comentado. Entonces le puse el link, y 12:22. A ella le gustó, y desde entonces, como si fuera un versículo de algo sagrado, nos declaramos nuestros deseos de seguir juntos hasta el fin con el título de este artículo: «Sampedro 12:22».
Evidentemente es algo que no tiene ningún sentido para nadie que no seamos nosotros dos, porque el minuto y los segundos son de un vídeo cualquiera, elegido al azar entre muchas versiones de lo mismo, pero nos divierte ver cada mañana esa hora del reloj. En fin, cosas de enamorados.
El caso es que tiempo después pasamos por Cuenca a hacer noche en un viaje. Fui yo el que unos días antes había elegido, también al azar, sin fijarme mucho y sin darle ninguna importancia, un hotel. Llegamos en coche hasta la ciudad, pasamos por la catedral, y paré en un rincón para buscar la dirección del hotel en el papel que teníamos impreso: Calle San Pedro, nº 12.
¡Qué casualidad!
Una simple casualidad, nada más. Nos reímos sin darle importancia, porque cada cierto tiempo nos pasan casualidades (en las que no creo desde que tengo conciencia), que solemos interpretar como señales de nuestros queridos ángeles protectores, o como suelo decir yo, de los retorcidos guionistas de nuestros destinos.
Entramos en el hotel, y me acerqué con el papel de la reserva a la señora de la recepción. Le dimos nuestros documentos, y tecleó el mío en su ordenador.
‒Arkaitz, ¿verdad? ‒si me llamara Ramón sería evidente que soy yo, pero con este nombre, que casualmente se pude traducir como Pedro, pues a veces no lo tienen claro.
‒Sí, ese soy yo ‒contesté.
‒Ha estado otra vez aquí, por lo que veo ‒miraba su pantallita.
‒Una vez estuve en Cuenca, hace muuuchos años, es verdad, ya ni me acordaba, pero ni idea que fuera en este hotel ‒le contesté.
‒Y ella es… -dijo el nombre de mi ex-mujer, sin fijarse que no correspondía con el nombre del dni.
‒No, no ‒contesté, sorprendido de la coincidencia de estar en el mismo lugar, como 8 años después.
‒Ah, perdón ‒se excusó, creyendo que acababa de meter la pata y estaba allí, en el mismo sitio con mi amante, o con mi mujer; o no sé qué pensaría.
Entonces nos dio la llave, y subimos en el ascensor a la 2ª planta, aún sin fijarnos en el número de habitación, y riéndonos a carcajadas por la coincidencia. Salimos del ascensor, y me fijé en el número que tenía en la llave: la habitación número 2, de la 2ª planta.
Estábamos en la calle San Pedro de Cuenca, en el número 12, en la habitación 2ª de la planta 2ª.
¿No os parece que a veces el destino es como la órbita de Venus, en la que se van dibujando círculos concéntricos, y el pasado se solapa con el presente, y se unen los puntos que quedaron suspendidos en el vacío, cerrando líneas curvas que dibujan bonitas flores de la vida?
Me tumbé boca arriba en la cama, mirando fijamente al infinito a través del techo, intentando entender las coincidencias… Y me repetía a mí mismo: San Pedro 12:22, Sampedro 12:22, Calle San Pedro, número 12, habitación 22…
No podía ser casualidad, porque las casualidades no existen.
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