La librería Bartleby (Calle Cádiz 50, Valencia). Comics, libros, vino y un buen ambiente para hablar de lo que más nos gusta.

¿De qué se habla en una tertulia literaria?

Alberto Torres Blandina (Cosas que nunca ocurrirían en Tokio, Con el Frío, Contra los Lobos…) organiza estas reuniones en la librería Bartleby de Valencia. Un grupo de escritores, un libro en común, todo por hablar, nada que esconder. En ocasiones, los autores del libro elegido se arriesgan a unirse a la tertulia.

Por fortuna, se han encontrado las crónicas de lo allí sucedido.

 Abril 2016

   En esta ocasión contamos con el escritor del libro a colacionar: Paco Inclán. Aprovechamos al presente y le diseccionamos de arriba abajo, de izquierda a derecha. «Si lo llego a saber…», pensaría él. Salió indemne, o casi.

   Tantas mentiras, doce actas de viaje y una novela versa, como bien dice el título, sobre unos viajes reales que realizó el autor, aderezados de ingenio y literatura, recubiertos por una pátina de irrealidad y de esperpento que invita al lector a preguntarse durante todo el trayecto qué es verdad y qué ficción. Lo más recomendable, nos asegura él, es dejarse llevar, aceptar la invitación del viaje y lanzarnos al precipicio de su imaginario, a lo Thelma y Louise. De esta forma pasaremos por un secuestro en una cafetería de Bogotá, un paranoico espionaje en una parroquia gallega, un hotel en la frontera colombo-ecuatoriana, un festival de cine en el Sáhara en busca de un Bardem, un acto zapatista en el Zócalo del D. F. o una encrucijada en la embajada de Corea del Norte en México. Al final de estas actas, el libro incluye como bonus una novela trabajadísima del autor, al que no le importó, a la hora de corregirla y reescribirla, sacar la tijera y sacrificar 300 páginas de trama que creía conveniente extirpar y mejorar así la historia. No digo en cuánta(s) página(s) dejó el original, que me da no sé qué.

   Le preguntamos por el origen del título, el por qué eso de tantas mentiras y cuál fue su motivación para escribir un libro así. Nos explicó su modus operandi, de cómo pescar datos, situaciones y personajes de la realidad y convertirlos en literatura. Divagamos sobre la importancia de la credibilidad del texto sin que éste esté necesariamente relacionado con la veracidad del mismo. Volvimos al tema de corregir, recorregir y, si es necesario, despiezar e incluso mutilar nuestra creación, para lo que hay que tener mucho valor. Muchos de nosotros le animamos a que reedite la versión extendida de su novela. Aquí tendrá a un lector atento.

   Todos estuvimos de acuerdo acerca de la corrección de nuestro trabajo; quien más quien menos, leemos y releemos nuestro propio manuscrito más de cien veces para después modificarlo, volver a corregirlo, reescribirlo, tirarlo a la basura, rescatarlo y, finalmente, enmarcarlo junto a nuestra foto de la primera comunión por ser toda una obra de arte, fruto de nuestro genio, concebido desde lo más puro de nuestra alma. Sí, llegamos a la conclusión que quienes escribimos padecemos un poco, o un mucho, de trastorno obsesivo-compulsivo, entre otras cosas.

   Ante tales trastornos y adicciones se ha intentado casi cualquier cosa. Alberto, una vez, abandonó la lectura por más de 6 meses, pero al final recayó con un mega chute de Dostoievski. Por su parte, Inclán consiguió una beca para estudiar a los catalanes que practicaron la pelota vasca. Terminó —con un tic en el ojo— encerrado en un zoo de escritores en Baja California. Esta acta en concreto me resulta memorable. Y es que, al final, cada uno sale como puede.

   Mientras comentábamos —y reíamos— relatos de su libro, algunos temas relacionados nos pedían protagonismo. Hablamos del diferente cuidado y mimo que imprimen las editoriales, de lo mucho que intervienen unas y de lo poco que lo hacen otras, de lo tocapelotas que llegan a ser en algunos casos, aunque a la postre merezca la pena. Si hablamos de Tantas Mentiras, está de fábula, idóneo para coleccionistas y bibliómanos que ven en Kindle al mismísimo Satanás.

   Discutimos sobre nuestra libertad creativa a la hora de mentar a personas reales y conocidas, ponerles palabras en boca que —quizás— no dijeron y atribuirles actos que —quizás— no hicieron. En Tantas Mentiras aparece un Bardem, también una proctóloga, a la que quisimos entrevistar en situ para conocer su punto de vista —sic—, pero por cosas del directo no nos fue posible.

   ¿Cómo se nos ocurre llamar a la proctóloga y no al Bardem?

   Estas actas también nos dieron pie a discutir acerca de los diferentes protocolos sociales que hay por el mundo. Pusimos como ejemplo el invitar a un representante de cada civilización a tomar el té; los japoneses declinan tres veces el ofrecimiento, no porque no quieran, sino porque es natural en ellos, son sus costumbres sociales. Los ingleses, en cambio, aceptan a la primera. Otros que yo me sé ni siquiera esperan tal invitación; se te han bebido el té, instalado en el sofá y adueñado del mando del televisor antes de darte cuenta de que se te han colado por la ventana.

   Alberto intentó meter con calzador algo de política y Podemos y la abuela que fuma, y yo pretendí dar voz a Stephen King con cualquier excusa, pero esta vez nos abuchearon sibilinamente. Cristina mencionó al duque emPalmado que acaba de perder quince kilos de golpe, eso sí que es dieta. Una voz también murmuró ¡Panamá!, pero no estaban los ánimos para ocuparnos de las monsergas actuales, preferíamos hablar de Guatemala y los fans que tiene Alberto por aquellas tierras. Resolvimos el mundo en un plis-plas. Teorizamos sobre el hombre, la naturaleza y el clima mediterráneo que hacen de la siesta, la fiesta y el escaqueo al fisco deportes nacionales. Siempre nos pasa lo mismo, a partir de la tercera ronda, se nos va la luenga.

   Paco Inclán, estoico y a lo suyo, nos anunció en primicia la publicación de su segundo libro de actas de viaje y nos adelantó unas migajas, lo que nos sirvió para retomar algunos personajes que aparecen en Tantas Mentiras, tan potentes como para acaparar toda una novela. Si el valenciano de Guinea es la mitad de sublime que el abuelo docto en pelota vasca que vaya registrando el copyright para la trilogía de películas tipo Diario en Motocicleta.

   Y nada, se nos hizo tan tarde que a algunos no nos quedó otra que prolongar la velada al desamparo de la librería, pero como viene siendo habitual, lo ocurrido fuera de Bartleby se queda en la conciencia de los asistentes y en la incertidumbre de los huidos.

   Cuando llegué a casa, le dije a mi mujer:

   —He conocido a uno que se pasa el día escribiendo, no tiene Wathsapp, no le gustan las redes sociales, gasta barba y es zurdo. ¡Como yo! ¡Mi alma gemela! Has visto, no soy un rara avis.

   —No —dijo ella—, ya sois dos.

   PD: A fecha de publicación de esta Crónica en la Piedra de Sísifo, Paco Inclán ya ha publicado su segundo libro de actas de viaje: Incertidumbre, también con la editorial Jekyill&Jill. Por otro lado, ya nadie se acuerda de los archivos de Panamá ni del duque ni de tantas otras cosas. Qué gol nos han metido, oye.

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