Para elaborar el universo de la serie de Harry Potter, J.K. Rowling exploró a fondo infinidad de tradiciones y folclores mágicos, y los reelaboró en un mundo ficticio combinando realidad y mito, de manera que ambos se retorcían haciendo difícil distinguir unos de otros. Para celebrar que han pasado veinte años desde el comienzo de la saga, la Biblioteca Británica, con la ayuda de Rowling y de Bloomsbury, ha editado un libro y ha organizado una exposición que analizan, entre otros muchos aspectos, la magia real que hay detrás de las novelas de Harry Potter ‒o, cuanto menos, la realidad de esa magia‒.

   Tanto el libro como la exposición siguen la misma estructura que el plan de estudios de Hogwarts: pociones, herbología, encantamientos, adivinación o cuidado de criaturas mágicas. Asociadas a cada una de estas asignaturas están una enorme cantidad de elementos, todos ellos relacionados de forma directa o indirecta con la historia de Rowling, desde escobas y calderos hasta sirenas y unicornios, pasando por hechizos y oráculos.

   Como mezcla de pociones y de herbología, encontramos una muestra del Hortus sanitatis, el primer libro de historia natural escrito por el médico alemán Johann Wonnecke von Caub e impreso en el siglo XV. Entre sus secciones dedicadas a plantas, animales, pájaros y piedras, es posible encontrar grabados en los que vemos clases como las que había en Hogwarts, con un maestro enseñando a sus alumnos el arte de hacer pociones. Como todo estudiante de primer año aprende en Pociones, un bezoar es una piedra tomada del estómago de una cabra, que actúa como antídoto contra la mayoría de los venenos. En El misterio del príncipe, el joven mago salva la vida de Ron, que fue envenenado cuando bebió aguamiel que le dio el Profesor Slughorn, metiéndole el beozar en la garganta. Introducidos por primera vez en la Europa medieval por médicos árabes, efectivamente se pensaba que era un antídoto para el envenenamiento. Y aunque su efectividad se puso en duda, fueron utilizados hasta bien entrado el siglo XVIII. No podía faltar, entonces, una piedra de bezoar en un recipiente con filigrana de oro.

El círculo mágico de John William Waterhouse

   En lo que respecta a los hechizos encontramos uno para la invisibilidad, y en el arte de la adivinación, por ejemplo, están las clásicas bolas de cristal utilizadas en el siglo XIX junto a una colección de huesos de oráculos chinos, utilizados hace tres mil años para adivinaciones relacionadas con la guerra o las cosechas. También hay material perteneciente a Cecil Williamson, que presumía de ser una bruja real y que, según se rumoreaba, había utilizado su experiencia oculta para ayudar al Servicio de Inteligencia británico a investigar a los nazis durante la Segunda Guerra Mundial. Los personajes reales, pasados por un filtro de misticismo, también tienen cabida en esta colección. Ocurre con Nicolás Flamel, el alquimista de 665 años que Hermione reconoce como «el único fabricante conocido de la Piedra Filosofal» y que está basado en un librero que vivió en París en el siglo XIV ‒sus experimentos para transmutar el metal en oro fueron conocidos incluso por Isaac Newton‒.

   Muchos de los artículos no inspiran directamente a Rowling pero sí tienen parte de ese espíritu que está presente en el universo de Hogwarts, como la pintura que John William Waterhouse hizo en 1886 y que representa a una bruja con un caldero, proveniente del Museo de Brujería de Boscastle. Otros no tienen nada que envidiar a las criaturas fantásticas y son capaces de poner los vellos de punta. Ocurre con la sirena que fue donada al Museo Británico en 1942. Es cierto que es una falsificación hecha en el siglo XVIII, diseñada en Asia para adornar salones europeos, pero su cuerpo hecho cosiendo el torso de un mono a la cola de un pez no resulta menos escalofriante que cualquiera de las criaturas a las que persigue Newt Scamander.

   En lo que hacen hincapié el libro y la exposición es en cómo estos objetos, muchos de ellos pinturas antiguas, rarezas estrafalarias o pergaminos polvorientos, han sobrevivido al paso del tiempo y cómo han llegado modernamente a nosotros a través de Harry Potter. La colección se completa con otros materiales no menos mágicos, como borradores de La piedra filosofal y Las Reliquias de la Muerte, un esquema de la trama de La Orden del Fénix, así como dibujos de los personajes y algunas de las listas y diagramas que hizo para construir su universo. También hay ilustraciones de Jim Kay, que ha sabido interpretar como pocos al lenguaje visual el mundo de Potter.

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