En 1632 Rembrandt pintó un retrato de Jacob de Gheyn III, un grabador que vivía en Utrecht. Se trata de una de las obras más pequeñas del pintor neerlandés, aproximadamente 29,9 por 24,9 centímetros, lo que explica que fuera bastante fácil de robar ‒y en ocasiones devuelta de forma anónima‒, tanto que con el tiempo ha terminado apodándose «el Rembrandt para llevar».
En concreto, ha sido robado, desde 1966, en cuatro ocasiones. Entre el 14 de agosto de 1981 y el 3 de septiembre de 1981 la pintura fue robada de la galería de arte Dulwich, y posteriormente recuperada cuando la policía arrestó a cuatro hombres que iban en un taxi y que llevaban la pintura con ellos. Unos dos años después un ladrón rompió una claraboya, descendió a través de ella y quitó la pintura de la pared con una palanca. La policía tardó tres minutos en llegar, pero ya era demasiado tarde para atrapar al ladrón. Durante los siguientes tres años el Rembrandt estuvo en paradero desconocido, hasta que fue encontrado el 8 de octubre de 1986 en uno de los armarios para equipajes en una estación de tren en Münster, Alemania. Las tercera vez la pintura fue hallada debajo del banco en un cementerio en Streatham, y la cuarta en la parte de atrás de una bicicleta.
Una última curiosidad sobre este retrato es que Gheyn le encargó a Rembrandt que pintara otro en formato idéntico y en el mismo panel de roble de su amigo Maurits Huygens. Según las inscripciones que figuran en el revés de las pinturas, los amigos acordaron que el primero que falleciera de ellos pasaría a recibir la pintura del otro, así que cuando Gheyn murió Huygens pasó a ser el poseedor de su retrato. Aunque por poco tiempo: Huygens sobrevivió a Gheyn apenas un año.
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