Rómulo y Remo de Rubens

   Tres grandes escritores evocaron en papel la polémica figura del humano caído. Los “Caínes” de Hesse, Onetti y Saramago comparten similitudes que intentan explicar el escueto mensaje de la santa historia. El infame ancestro de la raza humana, perpetrador de un crimen inevitable y necesario, y cuyo sacrificio sería recompensado por aquel que siempre observa tras el telón.

 

   De los primeros seres humanos según la cultura popular occidental, el primer infame de la historia, porque sus torpes padres están parcialmente exentos del título mediante la declaración de ignorancia. Sin embargo, la historia bíblica no es muy clara en cuanto a las causas y las consecuencias del fratricidio, acto tan recurrente en los primeros pasos de la fundación de distintas naciones (Seth-Osiris; Rómulo-Remo).

   La aventura de los hermanos no dura más de una página, era inevitable pues que los curiosos comenzaran a interpretar el significado de la fábula según sus propios juicios y campos de acción. La opinión popular, o sea la cristiana, nos ha legado que la elección del mal mediante el pecado de la envidia, que condujo a su vez a un pecado peor: el asesinato, instaló las bases de una ley que debemos cumplir si pretendemos vivir en esta tierra y merecer la siguiente. Aunque a su vez florece otro misterio: ¿por qué se recompensó al pecador con una marca que lo protegería?

“«Por esa razón, cualquiera que mate a Caín tiene que sufrir venganza siete veces». De modo que Jehová estableció una señal para Caín a fin de que nadie que lo hallara lo hiriese”. Génesis 4: 15.

   Hay más incógnitas que mensajes claros en los párrafos del Génesis. Por ejemplo, cómo la omnipotencia falla a la hora de salvar a un hijo predilecto, hecho comparable a cómo la omnisciencia menguó a la hora de prevenir que los padres de nuestros protagonistas cayeran en la tentación dentro de su propia casa. Esto parece dejar ver que los actos humanos fueron predestinados e inevitables, sin embargo, queda la duda del porqué del castigo cuando se sabía que la norma iba a ser rota. Pues claro, con el pecado se justifica la disciplina, y con ésta se instaura la diferenciación entre ser superior-autoridad y ser inferior-obediente.

   En todo caso, de esos curiosos literatos que han metido pluma a la historia de esta familia ejemplar, escojo tres, cada uno en cierta manera una representación de su propio Caín. El místico Caín de Hermann Hesse; el pesimista de Juan Carlos Onetti; y el Caín cínico de José Saramago.

   Comienzo con el Caín Hesse, representado bajo su personaje Demian en su libro de título homónimo. Según Demian la marca que Dios le da a Caín no se trata de algo tangible; la interpreta como la distinción de un rasgo, talvez del carácter o de la personalidad. Caín es el símbolo del hombre fuerte, astuto, valiente, de esos que asustan al rebaño de personas, que no estando familiarizados con el concepto de libertad, ven en la osadía la incubación del mal. Para Demian la marca antecede al relato bíblico, las santas páginas son por lo tanto una manera de estigmatizar a las personas que no cumplen con ciertos estándares de una sociedad: la civilización no necesita valientes. Es la victoria del débil contra el fuerte mediante la señalización y el respaldo del padre.

“Así que un fuerte mató a un débil. Quizá fue un acto heroico, quizá no lo fue. En todo caso los débiles tuvieron miedo y empezaron a lamentarse mucho. Y cuando les preguntaban: «¿Por qué no lo matan?», ellos no contestaban: «Porque somos unos cobardes», sino que decían: «No se puede. Tiene una señal. ¡Dios le ha marcado!». Así nació la mentira”. 1

   Mi segundo Caín fue convidado por Onetti; con éste entra el tema de la necesidad de inculcar el concepto de justicia, pues claro, no puede haber una penitencia si no existe un primer penitente: el chivo expiatorio. Pero como si se tratara de un acuerdo, el juez no iba a permitir que su pobre cómplice pereciera por su propio plan, así que como mérito al sacrificio de su reputación le otorgó una señal, la que protegería al criminal de ser castigado como un criminal al mismo tiempo que el crimen se va arraigando en la sociedad humana; con esto llega la necesidad del control y de la creación de normas. Cabe señalar que esta estrategia es tan exitosa que hoy en día los dirigentes la siguen utilizando, haciendo alianzas con los criminales y condenándolos después.

“«Tú estabas obligado a saber que lo haría, porque Tú mismo me elegiste, entre tan pocos; Tú querías que lo hiciera y lo hice (…)».

Esperó semanas y meses en la cueva ahumada. Pero nuestro Señor Brausen dejó pasar los siglos; la entrevista se hizo imposible porque los caminos de Brausen son insondables o porque deseó instalar el crimen en la raza que inventó, o porque quiso instalar para siempre la certidumbre de que el más fuerte triunfará durante siglos enfrentando al débil y apacible.” 2

   Finalmente tenemos al cínico Caín de Saramago, quien frustrado en primer lugar por el hecho de que el Señor, sin ninguna razón sensata, prefiriera la ofrenda de su hermano, y en segunda instancia por la jactancia del hermano al considerarse privilegiado, termina matándolo. A la hora de rendir cuentas Caín le afirma a Dios que la culpa de la muerte de Abel debería ser compartida entre ambos, él por ser el ejecutor y el Señor por no impedirlo pese a que lo sabe todo y lo puede todo. Caín alega que Dios no tiene derecho de estar poniendo a prueba a sus criaturas, por lo que éste último acepta en parte la razón en las palabras de su interlocutor, y a manera de recompensa le otorga una marca que lo haría intocable.

   El hecho es que la inacción de Dios es precisamente lo que indica que era Su deseo el que Caín matara a su hermano, de lo contrario no habría razones para castigar, y por lo tanto no habría razones para que los humanos se hincaran y obedecieran. El crimen se convierte en una manera de buscar redención y Dios será el medio por el que esto se logra; de esta manera se instala el Dios cristiano en la psique humana para siempre mediante el sentimiento de culpa.

   Aquí es Abel el chivo, y su muerte no sólo pasa a ser un deceso necesario, sino que cae en un plano de poca importancia pues el objetivo de su corta vida se ha logrado. Además, pronto llegaría un reemplazo, Set, un benévolo (obediente) aspecto de la humanidad.

“Tú has sido quien lo ha matado, Sí, es verdad, yo fui el brazo ejecutor, pero la sentencia fue dictada por ti, La sangre que está ahí no la derramé yo (…), Tan ladrón es el que va a la viña como el que se queda vigilando al guarda, dijo Caín, Y esa sangre reclama venganza, insistió Dios, Si es así, te vengarás al mismo tiempo de una muerte real y de otra que no ha llegado a producirse, Explícate, No te va a gustar lo que vas a oír, Que eso no te importe, habla, Es muy sencillo, maté a Abel porque no podía matarte a ti, pero en mi intención estás muerto.” 3

   Finalmente el Caín Saramago, receloso contra el Creador, no se reprime en sus palabras y expresa que Dios nunca es culpable de nada, así pues, da lo mismo que no existiera.

   Fuera como fuese el desenlace auténtico de nuestro arquetípico personaje, se sabe que el Caín no logró nunca matar a Dios, pero la historia nos cuenta que varios hombres que llegaron después lo intentaron. Incluso se dice que un alemán bigotudo estuvo cerca de lograrlo, pero cayó en demencia antes de alcanzar tal proeza; como saben, la sociedad es asfixiante y más para los que llevan la señal, pues todo aquello que se nos presenta como una distinción al final nos obliga a sentir vergüenza por portarla.

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Notas:

  1. Hesse, Hermann. Demian. Capítulo 2: Caín.
  2. Onetti, Juan Carlos. La muerte y la niña. Capítulo 5.
  3. Saramago, José. Caín. Capítulo 3.

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