¿Qué pasaría si el coyote consigue alcanzar a su adorado correcaminos? ¿Qué pasaría si Sísifo finalmente logra subir y dejar en equilibrio la piedra en la cima de la montaña?
Existe un final alternativo para la eterna persecución en el que el coyote consigue cazar al correcaminos, con una piedra, precisamente; tal vez sea la misma que se cayó de la montaña de Sísifo. Podéis ver el vídeo de 2 minutos aquí: Coyote and Roadrunner the final chapter.
Sobre esto he pensado mucho los últimos años, y tal vez por eso al encontrarme con este gabinete de curiosidades llamado La piedra de Sísifo, no tuve dudas de que era el lugar en el que quería desparramar las cosas que me pasan por la cabeza. Cada artículo del domingo es como una piedra subida hasta la cima, que se vuelve a caer, y así cada semana incansablemente subiendo rocas. Como curiosidad, sabed que mi nombre es vasco, y en euskera la palabra Harkaitz, quiere decir piedra o roca.
El detonante de la historia sobre esto de perseguir sueños inalcanzables, fue una frase que vi escrita el día antes de llegar por primera vez como peregrino a Santiago de Compostela. Os pongo aquí un enlace a mi blog, por si queréis echarle un vistazo al texto que empecé de aquel maravilloso mes que me cambió para siempre. Fueron 37 páginas que tecleé tímidamente, y que abandoné al toparme con la historia que se convirtió en un libro.
La frase fue: «LA META ES EL CAMINO».
Era por la tarde y ya nadie estaba en el camino en el tramo final, en el que la mayoría de los peregrinos solo caminan por las mañanas, y por eso estaban todos los bares cerrados. El pueblito por el que pasaba estaba desierto, y bajando un trecho empedrado vi a la derecha una frase escrita en el cajetín de los cables de un poste de madera a medio caer: «La meta es el camino». Estaba escrito con un rotulador gordo, sobre un texto más antiguo casi borrado que decía «El camino es la meta». Entonces me di cuenta de que aquella simple frase encerraba muchas cosas que había aprendido tras caminar en solitario casi un mes.
Empecé en Roncesvalles, lo que parecía una eternidad atrás, al lado de una indicación de tráfico que decía «Santiago de Compostela 790Km». Realmente daba miedo pensar en ello. En este momento me faltaba llegar al albergue y dormir para hacer la última jornada, nada más. Fue un mes de sangre, sudor y lágrimas los primeros días, y euforia y alegría los últimos. Tuve que ir al hospital por la infección de una picadura de araña, y casi me rendí por una horrible tendinitis en los dos tobillos. Al ver esa frase, todo aquello quedaba muy lejos, y aunque tenía los dedos pequeños de los pies en carne viva, ya nada me iba a impedir terminar lo que le había prometido a mi orgullo.
Entonces me desinflé al entender que la meta es el camino, es decir, cada uno de los pasos que se da. El objetivo no es llegar a ningún sitio, porque al único lugar que tenemos que llegar es a nosotros mismos. La vida consiste tan solo en disfrutar de cada paso que se da hacia ese hogar al que todos llegaremos al fin. Por eso me desinflé, y me di cuenta de que el tan ansiado sueño de llegar hasta Santiago no era tan importante una vez que me encontraba en paz con mi pasado, presente y futuro. Sentía por primera vez en la vida que no le debía ya nada a nadie, y sobre todo no me tenía que demostrar nada a mí mismo. Eso significaba la meta es el camino, o el camino es la meta.
Por eso, al ver el final alternativo del coyote que caza al correcaminos, pensé que tal vez la vida consista en perseguir correcaminos inalcanzables, y si por fortuna o azar una piedra nos lo brinda, ¡deberemos buscar un nuevo correcaminos!
«La utopía está en el horizonte. Camino dos pasos, ella se aleja dos pasos. Camino diez pasos y el horizonte se corre diez pasos más allá. Por mucho que camine nunca la alcanzaré. ¿Entonces para que sirve la utopía? Para eso, sirve para caminar».
Este soy yo en el camino, mirando al horizonte infinito entre Burgos y León
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