Don Ramón María del Valle-Inclán de Ramón Gómez de la Serna

Como con cualquier rama de la divulgación histórica, el género biográfico resiste a duras penas el paso del tiempo. De los perfiles que dibujaron Plutarco o Suetonio sobre Julio César, por ejemplo, al César de Adrian Goldsworthy distan no solo siglos de perspectiva sino un método de indagación y exposición radicalmente opuesto. ¿Por qué seguir leyendo, entonces, a Plutarco o a Suetonio si para ampliar el caudal del conocimiento sobre la figura de César con Goldsworthy es más que suficiente? Sea simplemente porque a Plutarco lo leyó Shakespeare y lo tomó como modelo para su tragedia Julio César o porque Suetonio sirvió de modelo para biografías de emperadores posteriores a sus doce césares, de papas y de grandes líderes de la historia. ¿Por qué leer  si tenemos otros trabajos más completos y exactos como Ramón del Valle-Inclán. Genial, antiguo y moderno de su nieto Joaquín del Valle-Inclán o Valle-Inclán. La espada y la palabra de Manuel Alberca?

No es solo porque Gómez de la Serna compartiera con Valle-Inclán escenario durante buena parte de su vida, escenario y experiencias, porque se sintiera muy cercano a él, alguien a quien admiraba ‒y de quien recelaba‒ desde su juventud, lo que hace que muchos de sus testimonios sean de primera mano, ni porque se haya convertido, al igual que Plutarco o Suetonio, en un clásico sobre la biografía de Valle-Inclán, tanto que no habrá una biografía posterior que se precie que no lo cite y lo referencie, es, ante todo, porque la relación de acontecimientos que de la Serna expone sobre el dramaturgo es uno de los pilares sobre los que se cimenta el mito moderno de Valle-Inclán.

Gómez de la Serna publicó la biografía de Valle-Inclán ‒basándose en escritos anteriores‒ en agosto de 1941, dentro de sus Retratos Contemporáneos, de la editorial Sudamericana, por petición del escritor y editor gallego Arturo Cuadrado; unos años después, en 1944, la biografía fue publicada, ya de forma independiente, con numerosas enmiendas y añadidos, por la editorial Espasa Calpe para su colección Austral. En realidad este trabajo formaba parte de un proyecto mucho más amplio y ambicioso, emprendido desde sus años mozos, en el que de la Serna escribió al menos media docena de biografías sobre pintores, escritores y bohemios en general, así como infinidad de retratos más breves, siguiendo una estructura muy parecida tanto en unos como en otros, todos ellos llenos de mucho vitalismo y de, por qué no decirlo, mucho Gómez de la Serna. En El concepto de la nueva literatura de 1909 ya insistía en que «toda obra ha de ser principalmente biográfica», y eso explica que desde 1908 cultivara el retrato literario en su revista Prometeo y desde 1916 la biografía, sobre todo a aquellos que se consideraban bichos raros. Escribe de la Serna: «Cuando la biografía no se había puesto de moda –allá por el 1916– yo ya encabezaba con largas y cordiales biografías a mi manera –bajo el signo del vitalismo muerto– las obras de Ruskin, de Baudelaire, de

Villiers, de Nerval, de Oscar Wilde, etc. Pasado el tiempo, coleccioné en un tomo, titulado Efigies, parte de estas biografías y seguí escribiendo otras nuevas, sobre Quevedo, Lope, Fígaro, Goya, El Greco, mi tía Carolina Coronado, Gutiérrez Solana, Azorín, Silverio Lanza, y otra vez tengo que apelar al etcétera. Dos grandes tomos dedicados al Café de Pombo aglomeran más biografía desde la de Julio Antonio a la del último poeta llegado a la sagrada Cripta. En el libro Ismos amontono todas las figuras del arte innovador desde Apollinaire a Picasso, pasando por Cocteau. En mis conferencias he afrontado figuras como las de Edgar Poe, de cuya vida tengo una idea detallada, dramática, ejemplar, considerándole el genio de América, además del más desolado de los poetas». El retrato o la biografía eran para él procedimientos para explorar y apropiarse de los personajes tratados, así como para allanar el camino a su gran proyecto autobiográfico, Automoribundia.

Porque de la Serna siempre tuvo gran interés por los bichos raros, ya fueran contemporáneos o antiguos. «El hombre que se destaca entre los miles de millones de hombres que compartieron su tiempo merece un trato lento y emocionado que revele lo que tuvo de pintoresco, sin dejar de revelar lo que tuvo de profundo al intentar decir algo nuevo sobre el enigma humano, logrando escribir su nombre en la oscura pizarra del anonimato», escribió. Y no podía dejar pasar de largo, desde luego, la extravagancia de Valle-Inclán. Ambos personajes, en realidad, eran imprescindibles, desde diferentes generaciones, modos de vivir y relaciones con la cultura, en la galería de tipos de la vida literaria madrileña del primer tercio del siglo XX. Valle-Inclán era unestrafalario hidalgo venido de tierras gallegas, desgreñado y deslenguado, que abrió camino a la modernidad; de la Serna era un madrileño orondo, inmenso, que desde muy joven puso sus ojos en las vanguardias y que miraba, de paso, con curiosidad a Valle ‒que, en cambio, le hizo muy poco caso‒.

¿Cómo operó de la Serna en la biografía de Valle ‒y, por extensión, en muchas de las que escribió‒? El guía espiritual de Pombo parte de tanto de sus recuerdos como de escritos previos, sucesivas visiones del personaje, en los que esbozaba un perfil del creador de Luces de bohemia. No se espere una biografía convencional, estructurada, ordenada y documentada, sino un recorrido basado en impresiones y anécdotas, en el que se van integrando materiales diversos, que van creciendo hasta dar una imagen completa, en un estilo fragmentario muy apropiado para el autor de las greguerías. Es por eso, que como decía, su biografía contribuyó al origen del mito de Valle. Porque de la Serna no solo no se conforma con la anécdota sino que da un paso más allá, como cuando se refiere a la famosa anécdota en la que el dramaturgo perdió un brazo, que inventa multitud de versiones, todas ellas literarias, hiperbólicas, valleinclanescas y delasernianas. Piensa de la Serna que para representar a Valle con exactitud hay que interpretarlo y que para eso es necesario combinar los ingredientes anecdóticos con otros. De esta manera, el biografiado resultará más cercano, más vivo. No es secundario lo anécdótico sino que conduce a lo esencial, sirve para dibujar su silueta con más perfección.

De todo ello se deduce que en las biografías de Gómez de la Serna, y la de Valle-Inclán no es una excepción, hay mucho de Gómez de la Serna, casi tanto como del propio personaje biografiado. Al escribir sus biografías de la Serna trata de apropiarse, en cierto modo, del escritor para sí mismo. Intenta mirarse en el espejo de sus vidas, de sus obras, de la literatura en general, para averiguar cuál es la imagen que le devuelve, en un intento por aclarar su propia oscuridad. Escribir sobra la vida de otras personas es una manera de indagar y escribir sobre su propia vida, sobre la vida en general. Investigar en otras vidas supone investigar en la suya. Es ese, y no otro, el valor que tiene la biografía que Gómez de la Serna escribió sobre Valle-Inclán. En ese sentido casi podría decirse que de la Serna es antibiográfico ‒en cuanto que el interés de un biógrafo es permanecer en la sombra frente a su biografiado‒. No es solo lo que nos dice de Valle-Inclán, es también lo que nos dice de Gómez de la Serna.

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