Una mariposa monarca volando por un jardín florido en busca de su néctar escucha un llanto débil viniendo de abajo, de una hoja verde. La mariposa desciende por la curiosidad de ver qué le pasa al dueño del lamento, y ve un pequeño ser sobre la hoja, que aparte de cobijo le sirve de alimento.
¿Qué pasa muchacho? ¿Por qué lloras?, pregunta. La oruga, casi en un susurro, contesta: Acabo de darme cuenta que mi vida se reduce a eso: comer, comer, comer. No puedo salir de aquí, no sé qué hay más allá de ese arbusto, no veo nada más allá de lo que tengo delante. No soy nada. Salí de un huevo y me convertí en esto que solo gatea y se arrastra. Y no tengo nadie con quien hablar. La mariposa se ríe de la pequeña oruga, y muy calmadamente dice: No te compadezcas tanto, pequeña, en la vida todo tiene su propio tiempo. Hay tiempo de nacer, crecer y morir. Incluso después de morir varias veces sentiremos que siempre hay cosas nuevas que aprender. Estamos en constante evolución y cambio. ¡Hasta el sentido de la vida cambiará! Tú que ahora sufres tanto, pronto cambiarás de forma para otra vida.
¿Y cómo lo sabes? No quiero morir, prefiero quedarme así si voy a morir, dijo la oruga, que sin darse cuenta había hecho el primero de los cinco cambios de piel mientras conversaba con la mariposa. ¿Cómo lo sé?, contesta la mariposa. Viviendo todas esas etapas. No podemos detener el tiempo y los cambios que nos trae, pero podemos dejar de lamentarnos por esos cambios. El cambio es inexorable, pero la forma en la que va a pasar no. Todo depende de ti.
Tarde o temprano te convertirás en una hermosa mariposa que brillará al sol. Deja de inventarte las cosas, hermosa mariposa. ¿Cómo yo, una oruga que alimenta a los pájaros, puede si quiera volar? preguntó. Eso será en el momento adecuado, después de morir dentro de ti misma y encontrar el vacío absoluto, entonces renacerás. Pero ahora aliméntate y no te preocupes por eso. Tú ya eres lo que tienes que ser, pero has de quitarte de encima las capas de piel que cubren tu alma, para que reluzca lo que de verdad está dentro de tu ser.
Eso no es posible. Creo que has estado comiendo flores venenosas y estás teniendo algún tipo de extraña alucinación. Déjame aquí comiendo mis hojas, y no me compliques con tus cosas de muerte, transformación y no sé qué más. Déjame aquí con mi desgraciada vida.
Y así la oruga siguió caminando por el arbusto, comiendo y comiendo, quejándose y quejándose. Hasta que otra piel salió, más rugosa, que se quedó pegada en la hoja, atrapada. La oruga se puso triste, y se lamentaba de tener que arrastrar esa carga que no podía dejar atrás.
Pero una tras otra, las pieles fueron saliendo, y la oruga se iba calmando y liberando de sus quejas en silencio. La vida tenía una cierta nueva ligereza, y parecía que iba empezando a tener sentido, como le dijo una vez la mariposa monarca. La oruga ahora ya solo deseaba introducirse en sí misma, y estar tranquila; para lo que tejió un capullo con su última capa de piel. Pensó que esa sería su tumba final.
Ella no se resistió más y permitió que la muerte viniera a buscarla. El vacío total se había hecho, y después de quince largos días de vida, de esta forma es como todo terminaría. Y así se abandono. Allí permaneció, refugiada en su ataúd, por otros quince días de lluvia y sol, en su guarida final, en completo silencio y oscuridad.
Inesperadamente para ella, al amanecer de un hermoso día de sol, el capullo hasta entonces cerrado, comenzó a abrirse, permitiendo a la luz entrar. La oruga despertó de su letargo y comenzó poco a poco a estirarse, saliendo de su calabozo. Se asustó al ver sobre su sombra una sombra mayor, y mirando hacia arriba comprobó que eran dos alas amarillas con rayas negras, como las de la mariposa monarca con la que una vez habló.
Estiró sus alas, se secó y voló por primera vez, agradecida de lo buena que era la nueva vida a la que acababa de nacer, tal y como una vez le dijo una mariposa a la que no quiso escuchar. Aterrizó sobre una flor, y probó el dulce sabor del néctar; sabor que pudo apreciar por haber conocido antes el amargo sabor de las hojas que la alimentaron cuando era una oruga.
Entonces oyó un llanto doloroso que venía de más abajo…
Texto original de Rose Kareemi Ponce.
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