
Muchacha leyendo de Jean-Honoré Fragonard (Fuente).
El estereotipo de mujer que predominaba en el siglo XIX era el de la perfecta casada, piadosa, reina de su hogar, buena madre y esposa, siempre supeditada al hombre. A ella le correspondía la esfera doméstica, mientras que el hombre se adueñaba de la pública. Los intentos por integrarla en el sistema educativo iban más encaminados a formar mujeres cristianas que a alfabetizarlas para ampliar sus horizontes; la buena educación se identificaba con la excelencia en las labores domésticas, para un mejor funcionamiento del hogar y de la familia. El matrimonio para la mayor parte de ellas significaba felicidad y estabilidad. Al casarse, sus derechos prácticamente pasaban a su cónyuge, que se encargaban de cuidarlas y controlarlas. El papel de la mujer era, entonces, el de amar, honrar y obedecer a sus maridos. Por otra parte, a las no casadas les esperaba una vida de dificultades a muchos niveles, desde el económico hasta el sexual.
En este contexto, la mujer, con sus sufrimientos y sus resistencias, pasó a convertirse en foco de interés de la literatura. De forma general la clase media educada, especialmente los escritores, parecían empatizar con las mujeres y oponerse a su injusta situación. May Hasan Srayisah, por ejemplo, analiza la visión que tienen de la mujer toda una serie de escritores: Thomas Hardy, William Makepeace Thackeray, Elizabeth Gaskell, Anthony Trollope, Charlotte Brontë, George Eliot y Charles Dickens; Vittoria Rubino lo hace, por su parte, con los casos concretos de Jane Eyre de Charlotte Bronte, El secreto de Lady Audley de Mary Elizabeth Braddon y La dama de blanco de Wilkie Collins. A finales del siglo XIX, con la derogación de varias leyes discriminatorias, la difusión de ideas feministas y la incorporación de la mujer al trabajo surge lo que Talia Schaffer considera un género independiente, centrado en una mujer nueva. En A Literature of Their Own Elizabeth Lee divide la evolución de la literatura femenina en tres etapas: el que comienza con el uso de seudónimos masculinos en la década de 1840 hasta 1880 con la muerte de George Eliot, desde 1880 hasta la victoria del derecho al voto en 1920 y desde 1920 hasta el presente, con una nueva etapa de autoconciencia, hasta aproximadamente la década de 1960.
Ahora un nuevo estudio publicado en la revista Cultural Analytics plantea una análisis completamente diferente a todos los hechos hasta la fecha, porque no se limita a autores o a obras concretas, sino que utiliza como base de datos más de 100.000 novelas, muchísimo más de lo que puede leer cualquier persona en varias vidas, sobre las que aplica un algoritmo de aprendizaje automático. Este estudio de Ted Underwood, David Bamman y Sabrina Lee, titulado The Transformation of Gender in English-Language Fiction, concluye con una idea un tanto contradictoria: los rígidos roles de género parece que se han disipado, lo que indica una mayor igualdad entre sexos, al tiempo que el número de personajes femeninos y la proporción de mujeres autoras disminuyó.
Al analizar los personajes y autores de 104.000 novelas, la mayor parte de ellas seleccionadas de la Biblioteca Digital HathiTrust y sacadas de una lista de lo más vendido entre 1703 y 2009, los investigadores pudieron ver ciertos patrones: entre el 1800 y la década de 1970, por ejemplo, existe declive constante en la proporción de mujeres autoras, pasando de aproximadamente el 50 por ciento a menos más el 25 por ciento. Además, en ese mismo período, observaron una disminución en el número de personajes femeninos. Esas tendencias no comienzan a invertirse hasta la última parte del siglo XX.
También quedó constancia de la disminución de palabras específicas para caracterizar el género. A mediados del siglo XIX se usa un lenguaje muy diferente para describir a hombres y a mujeres, pero esa diferencia se debilita a medida que avanzamos hacia el presente; las acciones y los atributos de los personajes se clasifican menos claramente en categorías de género. Por ejemplo, dejando a un lado palabras claramente asociadas a géneros, como «falda» o «bigote», en la década de 1800 el verbo «sentir» estaba más asociado con las mujeres mientras que el verbo «obtener» se asociaba más a hombres. Esta tendencia disminuyó con el tiempo. En la década de 1900 encontramos que las palabras relacionadas con la alegría se asociaron más con mujeres mientras que hubo una disminución en el uso de palabras relacionadas con hombres. Del mismo modo, en el siglo XIX hay mucha más discusión sobre los sentimientos, en un primer momento sobre todo con respecto a los personajes femeninos. En el siglo XX, las referencias se basan sobre todo en el cuerpo y en la vestimenta.
Si bien es cierto que el uso de algoritmos de aprendizaje automático aplicados al Big Data es algo todavía poco habitual en el análisis literario o histórico, no es la primera vez que se intenta algo así ‒hemos visto, por ejemplo, cómo se ha intentado usar para averiguar quién delató a Ana Frank‒. En realidad este tipo de análisis tiene un enorme potencial, porque permite observar patrones que de otra forma no podrían salir a la luz. En algunos casos ayuda a confirmar las intuiciones o corazonadas de los expertos y otras veces desmiente ideas que dábamos por ciertas. En lo que respecta a cómo la literatura de ficción ha seguido el progreso social de las mujeres, resulta chocante constatar que se produce una disminución en la proporción de escritoras durante el periodo estudiado. Lo esperado hubiera sido ver algún progreso en términos de igualdad de representación de las mujeres, pero apenas lo hay. Si bien los roles de género se han ido volviendo más flexibles, el espacio asignado a las mujeres, reales y ficticias, en las estanterías decae. Es verdad que el estudio no se basa en todas las novelas escritas durante ese periodo, pero sus autores han tratado de incluir una muestra que es considerada importante por las bibliotecas académicas. Además, hay que decir que el género no se construye de la misma manera en una novela romántica que en una detectivesca.
De cualquier forma, este tipo de métodos, normalmente usados para hacer predicciones o detectar patrones basados en un conjunto de datos, aplicados a la historia pueden permitir detectar tendencias en periodos del pasado, lo que en cierta forma nos permite explicar el presente y el futuro, dejando al margen cualquier tipo de interpretación valorativa.
[…] Fuente: La Piedra de Sísifo […]