Tiempos de prisa, de evanescencia en torno a una o múltiples pantallas que apenas si trascienden y que colapsan su mensaje a los escasos segundos; quizá, como forma de lucha personal contra esa efervescencia, desde hace tiempo, vengo apostando a caballo ganador, poniendo todos mis escasos réditos en los clásicos como forma de regocijo personal y como forma de encuentro con los grandes de la literatura.
Sobre ello ya hablaba en el segundo de mis artículos en esta página, aquí pueden degustarlo si apetecen.
Dickens está dentro de esa maravillosa panoplia de autores sin los que no podemos vernos cara a cara con los grandes que han encumbrado a lo más alto a la Humanidad con sus logros, logros que, curiosamente, al leerlos, también son los nuestros.
Leer, leer, leer y leer para ser, para ampliar nuestros horizontes, para vivir en la extensión que otros nos propician.
Dickens y su visión tan humana, tan razonada, de los quehaceres y pasiones de su tiempo, característica insoslayable de su pluma, la visión concentradísima de la esencia de su sociedad. No apuesta, que bien pudiera haberlo hecho, por la literatura de trascendencia atemporal, se adentra en su momento para hacernos testigos de cómo es la sociedad que le ha tocado vivir y de cómo respiraba la misma.
Curioso el juego dickensiano de hacer su literatura plenamente universal partiendo de tanto particularismo.
Desde esta baza, Dickens nos muestra las pasiones del alma humana con una maestría al alcance de pocos, con una trama perfectamente hilvanada en la que hay tiempo para un elenco de personajes realmente soberbio, con todos los matices de personalidades típicos de su época y típicos de la persona cualquiera que sea su posicionamiento temporal.
Del libro en sí, Grandes Esperanzas, podemos reflejar algunas ideas, a modo de trazos gruesos, por si alguien se animara con su lectura: cuenta una historia de realización personal sobrevenida y cómo la sencillez es una de las claves que más tendemos a perder en el día a día; narra las posibilidades de afianzamiento que todos tenemos si no tornamos nuestras vidas en el qué dirán o en el qué debo hacer para que mi posicionamiento social sea el idóneo. En este sentido, me encanta la diferencia que puede existir con respecto a otras novelas decimonónicas en las que siempre se constriñe la moraleja efectista que el autor persigue a toda costa; de este modo, Tolstoi es siempre un autor que tiene muchas limitaciones en las lecturas que de sus obras pueden desprenderse ya que él decide qué deben aprender los lectores, a los que conviene alfabetizar o dogmatizar… Dickens, en cambio, resulta mucho más generoso en estas apreciaciones, deja muchas lecturas posibles para sus lectores y no circunscribe tanto las posibles moralejas de los mismos; en definitiva, su altura de miras es soberbia en comparación con otros y eso, desde esta humilde atalaya, lo convierte en un personaje egregio.
¿Más ideas sobre el libro? Los ambientes y cómo estos definen a las personas, los marjales de inicio del libro, la forja de Joe, la descomunal casa de Miss Havisham, la Londres metrópoli de la época, las afueras de la propia Londres como escenario habitual de la aristocracia,… Otro aspecto que cabe ensalzar adecuadamente es el carácter coral de todo el libro, como un buen fresco del Renacimiento, que a eso simila demasiado la novela decimonónica. Hay cabida para un amplísimo cotejo de pasiones humanas y de personajes que las encarnan sin que apenas queden resquicios que se escapen de todo lo que a diario encontramos en nuestra vida: la persona que es honesta y que siempre va a convencer por su talla moral, la persona desengañanda que no ha conseguido rehacerse, el avaro mercader, el segundón social que no encuentra acomodo en la sociedad y que solo lo hace a base del empleo de la violencia, el maltratador, el hombre hecho a sí mismo que persigue vanos espejismos, el que refleja la inocencia, la bonhomía particular con la que todos nacemos, etcétera.
Dickens, por ir rematando, tiene una curiosa concomitancia con Cervantes, ambos son aprovechados hijos de su tiempo, a través de sus respectivos imperios sus obras tienen un altavoz universal que trasciende muros como el temporal o el espacial. Todo un merecido regalo si tenemos en cuenta el contundente valor que sus escritos tienen.
Charles Dickens, un caballo ganador, qué duda cabe, un caballo en el que depositar una generosa inversión de tiempo en sus más de 500 páginas para salir con la mejor de las recompensas, nuestro propio crecimiento personal, crecimiento que debe revertir en más clásicos y en personas con más bagaje para entregar a la sociedad.
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