No hay una sola ciencia ficción. Del space opera con tintes pulp al retrofuturismo, del steampunk a la colonización espacial, del biopunk a los viajes en el tiempo. Ediciones el Transbordador nos tiene acostumbrado a un tipo de ciencia ficción muy distinta a la habitual. Ahora, una vez más lo ha vuelto a hacer con Me tragó el igualma de Víctor Guisado, una novela que demuestra que el género también puede combinar a la perfección con la filosofía y con la poesía.
Basta echar un vistazo a la sinopsis que hay en la contracubierta para descubrir que estamos ante un producto muy diferente a lo que solemos encontrarnos en ciencia ficción. El protagonista comienza sus andanzas siendo un niño, el hijo de un poeta errante que tiene una forma muy curiosa de componer versos, no escribiéndolos sobre papel, como cabría esperar, sino escarbando en las entrañas de la tierra, cosechando, adentrándose en las raíces y recogiendo los frutos de algo que se llama árboles‒monte. El pequeño no aspira a seguir los pasos de su padre, aunque se verá abocado a una vida igualmente azarosa y errabunda; él, en cambio, se siente atraído por las estrellas, que contempla embobado, como un destino del que no puede escapar. Así mismo, se siente atraído ‒en un primer momento atracción mezclada con miedo por el desconocimiento‒ hacia los igualmas, una especie de cetáceos espaciales, que orbitan por los abismos infinitos del universo, al margen del tiempo y de la existencia humana, todopoderosos, una especie de seres superiores, casi Dioses, capaces de desviar tormentas solares o las órbitas de planetas o de provocar autoras boreales.
Al igual que hiciera Crónica de una muerte anunciada, la novela juega a desvelar el final de la narración en el propio título. Desde el primer momento en que el protagonista oye hablar de los igualmas, a su profesora, que les tiene pánico, como se teme todo aquello que se desconoce, porque según se dice tienen por costumbre devorar a los seres humanos, ese niño sabe que su destino final será el de ser tragado por un igualma. Porque eso es Me tragó el igualma: el camino de cómo un hombre puede, mediante el amor y la lucha, transmutarse en igualma. Y el lector le acompañará en este tránsito interior.
La carga filosófica y simbólica de la novela salta a la vista. Lo primero que vemos en esta historia panteísta es que se oponen y se hermanan dos mundos. En todo momento se deja claro que el protagonista no es poeta, que es hijo de un poeta, porque poetas ‒y árboles‒monte‒ e igualmas representan las dos caras de la misma moneda, de lo místico y de lo telúrico. Si los poetas son la conexión con la tierra, los igualmas lo son con el universo. Frente a ellos hay una tercera vía: la de la alienación, el odio y el miedo. Una vía que en la novela da lugar a uno de los episodios más devastadores que he leído en mucho tiempo. Una vía que se convierte en una crítica hacia las condiciones laborales del trabajo administrativo, ese que te obliga a llevar corbata para que seas un buen y dócil ciudadano. Los dos primeros caminos producen el miedo y el rechazo del tercero. Los igualmas se temen porque devoran a humanos y, de la misma forma, en un momento determinado de la trama, como si nos encontráramos en la república platónica, los poetas caen en desgracia, acusados de terrorismo, y se ven obligados a huir o a ser encarcelados o ejecutados.
Al igual que Siddhartha, el joven protagonista pasa por todos esos caminos para perfeccionarse. Por el de los poetas acompañando a su padre, el del amor, tanto físico como espiritual ‒e incluso por una mezcla de ambos‒, el de oficinista alienado y, finalmente, el camino del amor por el universo, en todo su más amplio sentido, desde la molécula más pequeña a toda su inmensidad intemporal, muy en la línea de Carl Sagan. Esto último solo es posible a través de la conexión plena con el medio, ya sea con la tierra o con un plano espiritual más elevado. Es por eso también un canto a la ecología y al pacifismo. Todo eso llevará al protagonista a convertirse en igualma, un estado que tiene mucho de mucho de nirvana budista. Incluso se ha creado toda una comunidad en torno a aquellas personas que quieren ser devorados por los igualmas, una filosofía de vida más que una religión.
En algunos momentos de la novela el lector podría sentir la tentación de emparentar la novela con el realismo mágico, en cuanto a que se introduce lo maravilloso con cierta naturalidad, como el hecho de que una canción de amor verdadero sea capaz de elevar una embarcación por las nubes, pero el universo creado por Víctor Guisado encajaría más con la sutileza de las ciudades invisibles de Italo Calvino. Si hubiera que buscar algún referente en la ciencia ficción sería, por muchos motivos, el de las Crónicas marcianas de Ray Bradbury. Hay también un poso de melancolía en los igualmas, hay una prosa elegante, poética, que hacen que el lenguaje tenga tanto protagonismo como la acción o la reflexión. «Todo el mundo sabe que los igualmas ciegos mueren de tristeza en otoño.» Con esta poderosa frase arranca el libro, y con ella se pone en sobre aviso al lector de algo que va a ser constante a lo largo de toda la novela y que se va a convertir en uno de sus puntos fuertes y de sus señas de identidad: la musicalidad y el lirismo del estilo. Sin capítulos, sin separaciones, sin diálogos directos, el ritmo, sin embargo, es pausado, lleno de divagaciones.
Me tragó el igualma puede engañar a simple vista, porque a pesar de no ser demasiado extenso es una lectura reconcentrada; a pesar de no ser especialmente difícil en apariencia, a poco que se escarbe en la superficie se descubren infinidad lecturas por debajo. Ciencia ficción con un importante componente de introspección, de simbolismo y de reflexión filosófica. Definitivamente, no es para cualquier lector. No lo recomendaría para un primer acercamiento al género porque puede llevar a equívocos, pero puede ser una lectura interesante para un amante de la ciencia ficción que quiera leer algo distinto a lo habitual.
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