Ilustración de George Cruikshank basada en el relato de Dickens (Fuente).

No es ningún secreto que Westworld está basado en una película homónima de Michael Crichton rodada en 1973. Lo que quizás no sea tan conocido es que la idea de un parque temático habitado por androides indistinguibles de seres humanos es bastante más antigua. Aunque Crichton insistió en su día en que su visión distópica carecía de antecedentes literarios, es posible remontar el concepto al menos a 1838, a nada más y nada menos que a Charles Dickens, que imaginó en uno de sus relatos un parque poblado por esos androides en el que los seres humanos podrían dar rienda suelta a sus deseos más violentos.

En el cuento en cuestión, titulado «Full Report of the First Meeting of the Mudfog Association for the Advancement of Everything», un grupo de científicos se reúne para discutir distintas propuestas bastante extravagantes. Una de las más curiosas y que más desarrolla es la del Sr. Coppernose, que consiste en crear un parque lleno de autómatas que permitirían a los jóvenes adinerados provocar disturbios de forma privada, sin causar molestias públicas. Una idea que resultará familiar a todos aquellos que conozcan Westworld.

Ahora bien, ¿qué similitudes hay entre los dos parques, más allá del planteamiento básico? Para empezar, el tamaño. El director de Westworld, Jonathan Nolan, advirtió que el parque tenía una extensión de unos 800 kilómetros cuadrados, frente a los cerca de 16 kilómetros que tendría el parque de Coppernose. Un tamaño que albergaría no más de 140 androides, con la mitad de ellos mantenidos en reserva para posibles reparaciones. La ambientación, dejando a un lado las dimensiones de cada parque, está muy lograda en ambos casos. Al igual que el entorno de Westworld, en el parque de Coppernose se recrea una especie de Inglaterra rural utilizando con carreteras, puentes y aldeas en miniatura, habitadas por policías, taxistas y mujeres mayores, todos ellos autómatas, conocidos en Westworld como anfitriones. Estos androides, así como toda la ambientación, están destinados a que los visitantes se diviertan, actuando tanto como héroes como villanos. El parque de Coppernose, en cambio, se centra en el comportamiento más pernicioso de los visitantes, adaptando el mobiliario a que pueda destrozarse al menor coste posible y a los androides para que cuando sean golpeados se quejen y supliquen piedad, de forma que la ilusión y el disfrute sean perfectos.

Las diferencias entre ambos parques se centran sobre todo en la interacción entre máquinas y humanos. Si la programación de los anfitriones de Westworld se basa en las leyes de la robótica de Isaac Asimov, que no solo impiden a una máquina hacer daño a cualquier ser humano sino que las obligan a socorrerlos en caso de necesidad, en el parque de Coppernose se plantea la posibilidad de dañar a seres humanos de carne y hueso. Otro aspecto que sí se toca en el relato de Dickens y que en Westworld se obvia es el que hace referencia a las desigualdades económicas de la población. Los jóvenes adinerados que cometían tropelías se tenían que enfrentar a una pantomima de juicio en la que los magistrados estaban, de antemano, de parte de los acusados. Con este proceso, que Dickens describe como «bastante parecido a la vida», se critica la desigualdad que existe en el sistema judicial. Pero aunque no se profundiza en esta idea, sí que está presente en Westworld de alguna manera, cuando se pasa por alto el mal comportamiento de los huéspedes con los anfitriones.

Entendemos que en Westworld se ha dado un paso más, profundizando en las implicaciones que tiene ser humano. Esos androides que en el relato de Dickens se ponían del lado de los acusados ahora se rebelarán, y como consecuencia la justicia se acabará aplicando de una forma verdaderamente justa para todos. Tal vez Dickens soñó con un mundo con menos desigualdades, que es lo que en el fondo criticaba en su historia, pero seguramente nunca imaginaría que serían las propias máquinas las que repartirían esa justicia.

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