El mundo de la autoedición es un camino escarpado no apto para escritores que se desaniman con facilidad. A pesar de ello, y de que hasta hace muy poco la autoedición estaba estigmatizada por una gran parte de los lectores y de las librerías, ha ido calando poco a poco. Según un informe elaborado por Bowker el registro de obras de autores autoeditados en el ISBN ha aumentado en EEUU un 218% desde 2011, sumando un total de 786.935 ISBNs asignados a títulos de obras autoeditadas en 2016 frente a los 247.210 registrados en 2011. Es por ello que han empezado a surgir editoriales que prestan sus servicios para autopublicar, es decir, se encargan del proceso de publicación asumiendo el autor el coste de los mismos. Esto, que no debería ser negativo, puede convertirse en un problema cuando hay quien intenta aprovecharse de la ilusión o de la inocencia de otras personas prometiendo cosas que no van a suceder.
Sí, es cierto que se puede vivir medio en condiciones autopublicando libros. O que se puede dar el salto, desde ahí, a la publicación tradicional de grandes editoriales. Es cierto que es posible dar un pelotazo, escribir un gran éxito de ventas, hacerse incluso millonario. A poco que se busque en Google las páginas que te prometen triunfar con tus libros autopublicados proliferan como setas. Cursos que te venden el éxito, libros que te revelarán los grandes secretos, y así un largo etcétera de recetas mágicas.
Lo que no se cuenta tanto es la otra cara de la moneda. Que por cada autopublicado que logra sacar algo de dinero de lo que escribe, hay infinidad de autores que o malviven o directamente sueñan con vender un libro más allá de su círculo de amistades y familiares. Solo hay que darse una vuelta por cualquier feria del libro de ciudades pequeñas y podrás verlos en alguna caseta, a la espera no ya de firmar un libro sino de venderlo; cuando no te asaltan directamente libro en mano, poniéndote en el compromiso de tener que darles el no a la cara.
Emilio Ortega era uno de esos autores. A sus 82 años decidió poner por escrito la historia de su vida en un libro titulado El mundo visto a los ochenta. Después de intentar moverlo por dos o tres librerías pequeñas sin éxito, llegó a la Feria del Libro de Almería. Fue allí donde se encontró con un usuario de Twitter llamado Jota Merrick y, visto el interés que ponía, insistió en regalárselo. Jota Merrick contó esta historia por Twitter, explicando que la vida de Emilio había sido muy interesante y dejando un enlace para su compra.
Otro usuario de Twitter, llamado Cuco, se enterneció y decidió comprar el libro, para lo cual se puso en contacto con la editorial. Para su sorpresa, fue el propio Emilio quien le contestó, y ese fue el inicio de una amistad que Cuco relató en varios tuits. Este usuario volvía a incidir en lo interesante de la vida de Emilio y en él era el primer comprador del libro, volviendo a poner el enlace a la editorial ‒sin haber leído el libro todavía, porque como él mismo dice no le había llegado aún‒. Lo que pasó a continuación nadie podría creerlo: el tuit de Cuco se volvió viral, llegando a superar los 25.000 retuits. Como resultado, el libro no solo se agotó de forma inmediata en todas las librerías en las que se vendía sino que multitud de usuarios de la red social comenzaron a subir tuits con mensajes e imágenes solidarizándose con Emilio.
¿Cómo pasar de no vender ni un libro a agotar todos los ejemplares que están disponibles en librerías? El caso de Emilio Ortega no es sencillo de replicar, como tampoco lo es el boom que vivieron las redes sociales el año pasado con la historia de Manuel Bartual. Sin estrategia detrás, porque no creo que los usuarios que pusieron los tuits iniciales imaginaran nada de lo que pasaría a continuación, tenemos un ejemplo de manual de marketing emocional. Un escritor mayor, autodidacta, con poca formación, solo en la caseta de una feria del libro, sin haber vendido ni un solo ejemplar, con una historia apasionante detrás. Hay que decir que en ningún momento se dice que sea un buen libro y muchos de los que lo recomiendan lo hacen sin haberlo leído. ¿Y qué pasa si no es un buen libro, si no está bien escrito? El libro se ha vendido únicamente porque la historia que hay detrás de él se ha vuelto viral, como se volvió viral en su día el relato de Bartual. Un ejemplo parecido lo hemos vivido recientemente con Fariña, que llegó a agostarse de las librerías por razones extraliterarias: porque un juez había ordenado retirarlo. Con la diferencia de que Fariña era un libro que ya había cosechado muy buenas críticas antes de que ocurriera este episodio.
Lo más sorprendente de todo es la manera en la que la prensa ha recogido de forma mayoritaria esta noticia. Casi todas las noticias hablan de una historia con final feliz, de que gracias a un tuitero un autor que no había vendido ningún libro ha saboreado las mieles del éxito, que a veces también pueden salir cosas buenas de Twitter y no solamente odio y estupidez. Es evidente que se ha querido vender como una historia amable, de superación y crecimiento. De lo que no habla nadie es del resto de Emilios que quedan en ferias del libro de ciudades de toda España, de la inmensa cantidad de autores que están comiéndose los mocos en proporción a los que triunfan. Autores que han puesto toda su ilusión y parte de su bolsillo en hacer su sueño realidad. A mí la historia de Emilio no me da alegría. Me alegro mucho por este señor, todo hay que decirlo, pero no puedo evitar acordarme de esos otros Emilios que sueñan con vender un libro y de los que nadie hablará en Twitter.
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