Os voy a contar un secreto: todos tenemos la impresión de que las cosas que nos pasan son las más importantes del mundo. Lo que nos pasa a cada uno de nosotros, tengamos depresión, hayamos subido haciendo el pino el Everest, corrido una maratón, tener un doctorado cum laude en metafísica, un Ferrari rosa en el garaje, o lo que sea; la verdad es que no le importa a casi nadie.
Si vivimos como si fuéramos un maniquí con un vestido fabuloso dentro del escaparate corremos el riesgo de vivir la vida de otra persona. No necesitamos estar todo el tiempo poniéndonos bien el pelo como si un paparazzi estuviera esperando en la esquina para robarnos una imagen. A nadie le importa.
Nadie es esa enemiga que abraza, o lo que es lo mismo, esa amiga que dice lo de, ¡Si yo no puedo adelgazar que engorden todas mis amigas! Nadie es ese supuesto amigo que siempre nos reclama cuando lo necesita, cuando se siente solo, cuando quiere salir a tomar unas cervezas porque no soporta quedarse un sábado por la noche en casa, y que desaparece cuando las cosas le van mejor.
A nadie le importa. Porque nadie son todas esas personas que no necesitamos cerca. Todas esas personas que nos quieren en sus vidas para compararse con nosotros y salir ganando en algún aspecto que su autoestima sedienta reclama; como por ejemplo una casa más grande o en mejor zona, un sueldo más alto, un mejor tiempo en la última carrera popular que corrimos juntos o un bolso más caro que el alquiler mensual de mi apartamento. Estas cosas solo le importan a esas personas, que al fin y al cabo no son nadie en nuestras vidas, aunque ellos hablan de vez en cuando de nosotros, para criticarnos. A nadie le importa.
No se puede vivir una vida siendo el hijo que una madre espera, o el amigo que se pone de portero aunque quiera meter goles, o ser abogado o médico como el padre, o el novio ideal que tiene miedo a que le dejen tirado si no paga las fantas siempre. No se puede vivir para agradar a los demás, porque a nadie le importa.
Y para terminar, un cuento:
En un jardín muy lleno de flores, vivía una linda mariposa. Ella volaba de flor en flor, desplegando sus alas llenas de llamativos colores. Todos los otros insectos la miraban y disfrutaban viendo como el sol jugaba con sus alas, cambiando los matices con sus movimientos. Se sentía admirada, porque sabía que en ese jardín nadie tenia su gracia y esos colores tan lindos. Al volar, escuchaba los comentarios de los otros animalitos que decían:
-Qué linda es, qué hermosas sus alas, qué gracia tiene-, y muchas cosas mas.
Se sentía bien con esos comentarios y pensaba:
-Ojalá nunca llegue a este jardín alguien con más belleza que la mía.
Y este pensamiento rondaba en su cabeza constantemente.
Cierto día llego al jardín otra mariposa también muy bella que estaba perdida. Entonces nuestra amiga la recibió con muy malos modales y le dijo:
-No sé cómo has llegado hasta este lugar, pero quiero que sepas que te tienes que ir, dado que todo lo de aquí es mío y no estoy dispuesta a compartirlo.
La mariposa que estaba perdida le dio poca importancia y siguió buscando su camino. Nuestra amiga respiró aliviada y siguió siendo el centro de atracción del florido jardín. A los otros insectos no les gustó nada su comportamiento, ya que no solo se había negado a ayudar a otra de su misma especie. Sino que también presa de su envidia se había ocupado de echar del jardín a la otra mariposa.
Pero un día sucedió lo inesperado. La mariposa estaba volando de flor en flor, pero notó que la atención de los otros no estaba sobre ella. Había entrado en el jardín un pequeño camaleón. Cuando la mariposa lo vio, dijo:
-¡Qué animal tan feo, qué suerte la mía de ser tan hermosa!
Al acercarse vio que cada vez mas animalitos se juntaban en torno al camaleón, y podía escuchar sus comentarios de admiración. Esto la enfureció y al mismo tiempo la lleno de curiosidad. ¿Qué tenía ese feo animal que llamaba mas la atención que ella?
Su intriga quedo develada al ver que este feo animal podía cambiar de colores. Esto la desequilibró, porque ella nunca podría cambiar de colores como el camaleón. Enceguecida, voló y se posó justo frente al camaleón y dirigiéndose a los animalitos les dijo:
-¿Cómo pueden mirar a este bicho tan feo en lugar de mirar a una belleza como yo, con alas hermosas y colores brillantes?
Entonces el camaleón la miró, estiró su larga y pegajosa lengua y se la comió de un bocado.
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