Ignatius J Really es un personaje de una trascendencia brutal, de los que te acompañan en tu día a día destilando fina esencia de sabiduría; a menudo, en tu quehacer diario, te «topas» con él y saboreas sus apreciaciones en tu propia cotidianidad.
Ignatius en un personaje brillantemente elaborado por su autor y, no en vano, se le ha intitulado como el Quijote del siglo XX.
Hoy quería plantear una reflexión sobre una novela clásica contemporánea que considero a bien recomendar como posible lectura para cuando encontréis unos ratos sueltos: su arranque es verdaderamente eléctrico, muy bien planteado y con una capacidad de atrape que te hace adentrarte a la página 80 ó 90 sin que apenas te hayas dado cuenta. Bien hecho por parte de su autor.
Sobre éste, debemos apuntar la ya consabida anécdota de que murió sin conocer ni un ápice del tremendo éxito de su novela, no obstante se le concedió el premio Pulitzer, que no es una bagatela, el año de su publicación, engrosando la lista de egregios y afamados autores que no solo van a tener predicamento en EE.UU, sino que van a trascender las fronteras de ese país que tanto establece en torno a la cultura en todo el orbe, en todo su imperio. Van a trascender a nivel mundial no solo unos meses, sino que se van a verse afamados durante una muy extensa temporada, tal es la idiosincracia de este galardón.
Curiosa y punzante, en lo doloroso, la paradoja que este autor debe aportar al aleccionamiento de los demás mortales: no debemos etiquetarnos de forma rotunda en nuestro autoconcepto, pues siempre corremos el riesgo de ser excesivamente tajantes con nosotros mismos.
Otra enseñanza que colijo de este episodio personal es que, si nos animamos a escribir, debemos hacerlo porque existe esa necesidad en nuestro interior y necesitamos que afloren los materiales artísticos para que se produzca ese efecto catártico en nosotros, no solo para que los demás nos estimen más o para que, en caso contrario, suframos una enorme decepción.
Esta hermosa reflexión no es mía, se la escuché al siempre venerado José Luis Sampedro, autor de novelas que bien merecen que empleemos en ellas nuestro tiempo, sobre todo si queremos regocijarnos con el ensanchamiento de nuestro espíritu.
El autor, John Kennedy Toole, se suicida como consecuencia del poco éxito que su novela tiene, de forma que es su madre la que considera que debe mover la novela, convencida del enorme valor que la misma atesora. Empero lo dicho, entorno a este planteamiento, que ya ha cimentado en el imaginario colectivo cultural, tenemos otras alternativas que plantean una visión diferente de este episodio.
Volviendo a la novela, no solo el personaje de Ignatius se ha configurado de forma soberbia, hay toda una panoplia de personajes que te adentran en la novela de una forma magistral, destacando, entre ellos, a Joe, la madre de Ignatius, el policía Mancuso y unos cuantos más que hacen que la novela posea verdadero ritmo. Estimo que uno de los poderosos aciertos de la novela de Toole es la dinámica armonía coral que todos sus personajes alcanzan de forma tan magistral.
Sin duda, este factor es incuestionable y un valor a resaltar en el debe del autor, si bien no creo que sea como para compararlo con el sabio don Miguel de Cervantes, aunque sí es bien adecuada, desde mi prisma, la comparación entre Ignatius y don Quijote porque en ambos hay rasgos compartidos. Aún así, yo he podido apreciar divergencias en los mismos como ahora explico.
Ignatius es un Quijote sin la presencia adecuada porque no tiene la Humanidad del anterior y no se le distingue por su inocencia, como en el caso de Alonso Quijano, quien nos conmueve a cada párrafo por su sabia bonhomía embadurnada de locura… No puedo evitar la misma sensación que con el Moby Dick de Melville, la lacerante sensación de una Odisea individual que se ha perdido porque no se ha llegado a consolidar de la forma pertinente, la dolorosa punzada de que nos hemos quedado en puertas de una novela de aspiraciones bien merecidas de la inmortalidad de los clásicos.
No obstante, la novela en sí tiene la suficiente personalidad, recordemos el galardón concedido, como para recomendarla vivamente y como para que merezca la pena su lectura en estos tiempos de prisas y de poca concentración en lecturas que se extienden en el tiempo más de lo que nuestro ajetreo permite. Lo dicho, buen provecho con el sin par Ignatius.
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