Contrato con Dios, de Will Eisner

Pocos autores hay tan importantes para la historia del cómic en general y de la novela gráfica en particular, de quien se considera su padre espiritual, como Will Eisner. De hecho, uno de los premios más importantes de este mundillo, equivalentes a los Óscar, llevan su nombre. Ya en la década de 1940 revolucionó la narración visual con su propia versión del género de superhéroes, The Spirit, utilizando técnicas del cine en sus narraciones. Nunca dejó de creer en el potencial que tenían los cómics como medio de comunicación. Tenía más de sesenta años cuando publicó, en 1978, Contrato con Dios, un cómic que buscaba lectores más adultos. La mayor parte de editoriales no estaban interesado en un libro de esas características, pero un pequeño editor, en su mayor parte de libros para niños, llamado Baronet le dio una oportunidad. El libro no se vendió bien en un primer momento, las pocas tiendas que lo adquirían no sabían muy bien qué hacer con él, no fue hasta años después en que se convirtió en la obra maestra que hoy se le considera.

La trilogía Contrato con Dios en realidad es una gran colección de tres novelas gráficas individuales: Contrato con Dios, Ansia de vivir y La avenida Dropsie. Cada título cuenta una historia completa, aunque los tres están entretejidos y relacionados, todos ellos desarrollados en edificios del 55 de la avenida Dropsie, en el Bronx, edificios de apartamentos construidos para albergar la avalancha de inmigrantes que llegó a Nueva York después de la Primera Guerra Mundial. Las historias están centradas, sobre todo, en el racismo, el fanatismo religioso y las duras condiciones de vida durante la Gran Depresión, llenas de patetismo, humor negro y un ansia ardiente de amor. Los colores son apagados, con un estilo que recuerda al trazo a lápiz, y que contribuye a crear una sensación de desolación que está muy presente en todo el volumen. Las líneas de Eisner a veces son apresuradas y simples, como corresponde a un creador de historietas de la vieja escuela.

Contrato con Dios se compone a su vez de cuatro narraciones más pequeñas: «Contrato con Dios» ‒que da título a todo el libro‒, «El cantante callejero», «El súper» y «Cookalein». En ellas encontramos cuatro cuatro historias diferentes, con una estructura que suele ser trágica, en la que nadie obtiene lo que busca, y que nos lleva a pensar que la vida es dura. En Ansia de vivir se dedica a analizar las metas que un hombre cualquiera tiene en la vida, básicamente amar y ser feliz, y las compara con las de una cucaracha. Aunque en este caso no son relatos independientes sino que hay unos personajes constantes que se van manteniendo, también es posible observar más de una trama.

La última historia, La avenida Dropsie, es quizá una de las más interesantes de todas. Su personaje principal es la propia avenida Dropsie. El relato comienza a finales de 1800 y narra el desarrollo del espacio y de quienes viven en él, desde los colonos holandeses hasta sus actuales ocupantes. Vemos cómo va cambiando el espacio, pasando de casas unifamiliares a grandes edificios de apartamentos para volver a ser casas unifamiliares una vez más. Y al mismo tiempo vemos a la gente cambiar. Con el paso de las décadas en la avenida Dropsie se van asentando holandeses, irlandeses, judíos, italianos, rusos, puertorriqueños, afroamericanos, y de personas de muchas otras razas. El mensaje siempre suele ser el mismo: el miedo y el odio a lo nuevo, a lo desconocido, a lo diferente. Cada una de las razas que acaba estableciéndose se siente atacada por aquellos que llegan nuevos al barrio. El racismo es un tema que está muy presente en esta parte del libro. Y vemos, además, cómo cambia la sociedad y cómo esos cambios afectan a la avenida Dropsie Avenue, vemos cómo se puede echar un barrio a perder y cómo se recupera.

El poso final que te deja el libro es melancólico y deprimente. Al fin y al cabo, Eisner, que nació en 1917, vivió la Gran Depresión y lo que esta supuso. Además, muchas de las historias nacieron de su propia experiencia. Como explica él mismo en una introducción que escribió poco antes de su muerte en 2005, la historia que da título al libro fue la más personal, basada en la propia muerte de su hija, un hecho que durante muchos años fue algo relativamente poco conocido desconocido dentro del mundillo ‒y no deja de ser curioso, por otra parte, que siendo así se dibujara al protagonista de «Contrato con Dios» de una manera que despertara tan pocas simpatías‒.

Sin embargo, a ojos de un lector actual, se podría pensar que los personajes de Contrato con Dios están, por momentos, sobreactuados. En las tramas se busca de forma consciente la efectividad emocional, todo es operístico y grandioso. Cuando la tristeza hace acto de aparición aparece como «¡¡¡TRISTEZA!!!», con mayúsculas y triple admiración, para que todo el mundo la vea. En más de una ocasión vemos a personajes desbordados por sus emociones, brutalmente trastornados, gritando al cielo, gesticulando y levantando el puño con rabia. Por otra parte, Eisner cae muchas veces en la simplificación y en el maniqueísmo, además de mostrar una cierta tendencia a aleccionar. Debe quedar claro, por ejemplo, que lo bueno es ser honesto, que la avaricia es algo deplorable o que ningún hombre está por encima de Dios. Se echa en falta una mayor escala de grises.

Con todo, Contrato con Dios es una obra maestra, que cuarenta años después de su primera publicación, no ha perdido su fuerza. Es cierto que no se trata de la primera novela gráfica publicada en Estados Unidos, pero sí que fue una pionera y, de alguna manera, puede considerarse como uno de los padres del género. Su enorme influencia en creadores posteriores, que querían rehuir de las típicas historias infantiles y de superhéroes tanto en términos de contenido como de formato, hace que podamos considerar el libro de Esiner, sin ningún tipo de exageración, como uno de los pilares del género.

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