Baker, 25 de julio de 1946

Baker, 25 de julio de 1946

La historia estadounidense en torno al desarrollo de la bomba atómica está llena de episodios oscuros y lamentables. Como parte del Proyecto Manhattan, por ejemplo, el gobierno construyó una ciudad secreta que contribuyó, sin saberlo, a la creación de la primera bomba atómica. Por no hablar de la devastación causada sobre las ciudades japonesas de Hiroshima y Nagasaki. Sin embargo, después de que esas primeras bombas fueran lanzadas y su poder de exterminio fuera constatado, las autoridades continuaron haciendo pruebas con tan destructiva arma ‒a día de hoy Estados Unidos ha lanzado más un millar de bombas en distintos puntos del planeta‒.

Después del final de la Segunda Guerra Mundial, en 1946, el gobierno estadounidense estaba buscando un lugar apartado y discreto en el que poder explayarse a base de bombas y lo encontró en una bella isla paradisíaca, considerada como uno de los sitios de buceo más importantes del mundo, el Atolón Bikini. El hecho de que la pequeña isla estuviera habitada por casi dos centenares de nativos no supuso ningún inconveniente. El ejército se puso en contacto con los isleños y les preguntó con amabilidad si tendrían algún inconveniente en abandonar sus hogares temporalmente para hacer una serie de pruebas «por el bien de la raza humana y para poner fin a todas las guerras». Los indígenas, que habían padecido la ocupación japonesa, se fiaron de sus visitantes y decidieron cederles su isla, siendo trasladados al Atolón Rongerik.

Castle Bravo, 1 de marzo de 1954

Castle Bravo, 1 de marzo de 1954

Entre 1946 y 1958 se detonaron veintitrés bombas atómicas en el atolón de Bikini. El impacto medioambiental de estos experimentos llegó a alcanzar proporciones catastróficas, ni siquiera previstas por las autoridades a cargo del proyecto. Varias islas cercanas al Atolón Bikini, que no habían sido advertidas de las explosiones, se vieron afectadas por una nube de polvo radioactivo que acabó contaminando el agua potable. Como consecuencia, muchos de los nativos no tardaron en sufrir pérdida de pelo, vómitos y diarrea. Dos días tardó el gobierno estadounidense en ofrecer ayuda médica y evacuar a los afectados.

Mientras tanto, los antiguos habitantes del Atolón Bikini eran abandonados a su suerte por el ejército estadounidense. Obligados a moverse de una isla a otra en calidad de refugiados, su situación se prolongó durante años, hasta que en la década de 1970 volvieron a sus hogares después de que la Comisión de Energía Atómica declarara que la isla estaba libre de radiación y que el agua y los alimentos locales no representaban ninguna amenaza para la salud. Ocho años después del regreso se descubrió que los niveles de radiación eran más altos de lo que se había previsto y una vez más hubo que evacuar la isla.

1954, nativo víctima de la lluvia radiactiva

1954, nativo víctima de la lluvia radiactiva

En la actualidad la mayor parte de los antiguos habitantes del Atolón Bikini viven en la pequeña isla de Kili, a cierta distancia de su hogar, y reciben una pequeña compensación económica por parte del gobierno estadounidense. La isla se sigue considerando inhabitable, aunque el mayor riesgo de radiación no se encuentra en el aire sino en los cultivos. Es más, desde hace algunos años el buceo se ha llegado a convertir en una actividad turística de moda.

Desde que las pruebas comenzaran en 1946 el gobierno estadounidense ha hecho muchas promesas a la pequeña comunidad de nativos de que algún día les devolverán sus tierras. Tan fuerte es la conciencia de deuda hacia ellos que en 1987 adoptaron la bandera de Estados Unidos como símbolo y a modo de recordatorio. Sin embargo, algunos de los detalles de la bandera nos recuerdan el vergonzoso episodio: las 23 estrellas blancas del rectángulo azul representan las islas del Atolón; las tres estrellas negras las tres islas que fueron destruidas en 1954 como resultado de las pruebas nucleares; las dos estrellas negras en la parte inferior derecha son las islas Kili y Ejit del Atolón Majuro, donde los nativos fueron reubicados. Además, en la parte inferior aparece un texto que dice «MEN OTEMJEJ REJ ILO BEIN ANIJ» y que se traduce como «Todo está en manos de Dios», que es la respuesta que Judá, líder de los isleños, dio al almirante Ben Wyatt cuando se les pidió el Atolón para mejorar la humanidad.

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