El mundo rural está presente en una parte de la mejor literatura en español del siglo XX. A clásicos como Miguel Delibes o Camilo José Cela hay que sumarle autores de generaciones posteriores como Julio Llamazares, José María Merino, Luis Mateo Díez o Antonio Muñoz Molina. Algunos escritores han optado por recrear parajes rurales existentes; otros los han usado como excusa para crear sus propios universos, basados frecuentemente en lugares reales, como pudiera ser la Macondo de García Márquez o la Comala de Juan Rulfo; y los hay, también, quienes se sitúan en zonas intermedias, espacios de nadie a medio camino entre la ficción y la realidad, como ocurre con el propio Julio Llamazares en su selección del Atlas de la España imaginaria. Poco importa, al fin y al cabo, si son ficticios o reales: al pasar por el tamiz de la literatura todos esos espacios, sin excepción, alcanzan la categoría de fantásticos.
Un ejemplo sería Aldeanueva de San Bartolomé, un pequeño municipio toledano de no más de medio centenar de habitantes, y más conocido por el sobrenombre de Aldeanovita. Situado a tan solo 56 km de Talavera de la Reina Aldeanovita es un ejemplo vivo de la arquitectura popular rural de la comarca de la Jara. Como tantos pueblos de España, sus calles son un hervidero de historias, leyendas, de anécdotas, de personajes y de curiosidades, muchos de ellos retratados en ese pozo de sabiduría que es la cultura popular y que no conviene subestimar porque recordemos que la literatura nace precisamente como tradición oral, como historias que eran contadas de boca en boca, de generación en generación, hasta que alguien acabó fijándolas al ponerlas por escrito. Una tradición que arranca con los grandes mitos griegos, judeocristianos o asiáticos y que se extiende hasta nuestros días, hasta pueblos como el mencionado Aldeanovita.
Muchas de esas historias, en las que realidad y ficción estaban tan unidas como las dos caras de una misma moneda, quisieron preservarse, aunque eso sí, añadiéndoles todavía más literatura y enredando aún más la trama, así que en 2008 se convocó un concurso de relatos para reunirlas todas y publicarlas en forma de libro de bolsillo. La idea tuvo tanto éxito que hubo muchas historias que se quedaron en el tintero, así que se decidió convocar un par de ediciones más del concurso en los dos años siguientes. Pues bien, pasados unos años, todos esos relatos han sido reunidos en un solo volumen, bajo el título de El corro de las mentiras. Pequeñas historias rurales, editado por David García Villa.
El libro se compone de treinta y cuatro relatos de extensión dispar, escritos por una combinación de autores noveles y otros más experimentados, en el que encontraremos, sobre todo, una selección de relatos costumbristas que parten desde el ámbito local pero que consiguen transcender a lo universal, compartiendo lugares, costumbres o personajes que bien podrían ser los propios de cualquiera de los municipios de la geografía española. Aunque predominan las anécdotas, combinadas con crímenes tremendos y leyendas misteriosas, así como con hazañas locales y chascarrillos varios, no deja de sorprender la enorme variedad tanto temática como estilística que hay en el conjunto. En algunos relatos entramos de lleno en la tradición legendaria del siglo XIX, al más puro estilo becqueriano, mientras que en otros nos situamos en un contexto mucho más actual; hay historias que nos cuentan el origen de una costumbre o de una tradición, y otras se centran en un lugar o en un personaje en concreto. Las referencias a la posguerra son habituales, como pasado más reciente y referencia más constante en la historia de Aldeanovita.
En cualquier caso, el relato tiende a mitificar, a darle esa dimensión universal. Hay historias que te sacan una sonrisa, mientras que otras te conmueven o te provocan algún que otro escalofrío. Quizá ese sea uno de sus puntos fuertes: a pesar de que el conjunto da la sensación de ser heterogéneo, el nivel de calidad se mantiene bastante alto ‒se nota que ha habido una selección de por medio‒, y salvo casos contados el relato no se vuelve en ningún momento monótono, a pesar de que el protagonista, la propia Aldeanovita, es omnipresente.
Por cierto, ese «Corro de las Mentiras» al que hace referencia el título de la antología es un lugar, una encrucijada de calles donde se reunían los lugareños y daban rienda suelta a esa tradición oral a través de ocurrencias, bulos y disparates. ¿Qué mejor nombre, por las implicaciones que tiene, para todo el conjunto?
Si desde hace algún tiempo a esta parte se han venido elaborando diferentes diccionarios para dar cuenta de toda la riqueza léxica que existe en nuestros pueblos y evitar así que se pierdan para siempre palabras que forman parte de nuestra cultura, ¿por qué no hacer lo mismo con las historias de la tradición oral? En ese sentido la iniciativa de Aldeanovita es digna de alabanza. Y lo es más todavía el inmenso logro de conseguir darle una dimensión universal a lo local, con relatos, personajes y lugares que podrían ser los de cualquier pueblo de España. Leer El corro de las mentiras es como volver a esas historias que contaban los abuelos, y, si como decía Rilke, la infancia es la verdadera patria del hombre, qué mejor manera hay de volver a ella que a través de la literatura.
No hay comentarios