
Kinde (vía Shutterstock).
No cabe duda de que ha habido un antes y un después del Kindle en la industria de los electrónicos. Pero lo cierto es que la historia de los eBooks es muy anterior a la llegada de Amazon. Antes de que el gigante metiera cuello en el sector, se habían dado una serie de pasos en esa dirección que lo hicieron posible.

Ángela Ruiz Robles con su Enciclopedia Mecánica (Fuente).
En el primero de ellos nos situamos casi en la prehistoria del libro digital. Y digo prehistoria porque no deja de resultar llamativo que el concepto de eBook sea anterior a cualquier tipo de dispositivo digital y que además provenga no del mundo de la tecnología sino del de la educación. Tradicionalmente se ha venido aceptando que la idea del primer eBook la tuvo la maestra Ángela Ruiz Robles en 1949, bajo el nombre de Enciclopedia Mecánica. Esta estaba dividida en dos partes que se abrían y cerraban como si fuera un cualquier libro. En la parte de la izquierda, había unos abecedarios automáticos con los que formar sílabas, palabras o pequeñas frases utilizando pulsadores mecánicos que, al ser presionados ligeramente, accionaban un dispositivo formado por trinquetes y ruedecillas de dientes de sierra que, a su vez, movían una rueda con el abecedario completo que giraba letra por letra mostrándose a través de una pequeña ventana. Debajo de estos abecedarios estaba previsto disponer de un plástico donde el alumno escribiera, dibujara o hiciera operaciones matemáticas. La parte derecha, en cambio, tenía un par de cilindros situados en lados opuestos. En uno de ellos se insertaba una bobina desplegable en vertical con la asignatura y sus lecciones divididas en láminas que se desplazaban manual o mecánicamente de un cilindro a otro por detrás de una pantalla transparente con propiedades de aumento o graduada ópticamente para facilitar la comprensión y ayudar a los alumnos con problemas visuales. Cada asignatura iba en su correspondiente bobina, por lo que eran intercambiables, pudiendo asimismo ser guardada en el estuche. Igualmente, la enciclopedia tenía previsto incorporar luz eléctrica o textos en tinta fosforescente para usarse durante la noche.
La Enciclopedia Mecánica de Ángela Ruiz Robles no es exactamente lo que hoy consideraríamos un eBook, pero cumplía con muchos de los objetivos con los que hoy en día cumple el Kindle y otros libros digitales. Fue diseñado para comodidad de los estudiantes, que de otra manera tenían que llevar enormes libros para seguir aprendiendo en casa. La Enciclopedia Mecánica permitió que esos libros grandes fueran reemplazados por bobinas pequeñas y eficientes, no muy diferentes en tamaño a rollos de película, con ilustraciones y textos impresos en ellos. Tal vez no era exactamente un libro, pero este diseño suponía una ventaja para los editores, ya que con él podrían imprimir sus libros en rollos gigantes, evitando usar pasta y encuadernaciones y reduciendo así de forma significativa el costo de impresión de un libro.

Sony Data Discman (Fuente).
Sin embargo, aunque era una buena idea, el proyecto no encontró el apoyo financiero adecuado para su desarrollo. Se creó un único prototipo y nunca más se volvió a saber de él. En sus últimos años, cuando el aparato era ya mucho más viable desde un punto de vista tecnológico, Ángela Ruiz Robles intentó resucitar su proyecto, topándose con el mismo problema de no contar con fondos ni públicos ni privados. El papel de Ángela como mujer inventora no ha sido reivindicado hasta hace poco. En 2016, Google le dedicó un Doodle en España y México, y a principios de 2018, una calle de Madrid recibió su nombre.
A diferencia de Ángela Ruiz Robles, Michael Hart sí contó con una buena inversión para poner en marcha la iniciativa Proyecto Gutenberg en 1971, mientras estudiaba en la Universidad de Illinois. Hart decidió emplear todo su tiempo almacenando grandes cantidades de literatura en formato digital, lo que con el tiempo ha dado como resultado a la mayor biblioteca de libros electrónicos gratuitos del mundo, décadas antes de que la mayor parte de las bibliotecas se plantearan la posibilidad de dar el salto al mundo digital. Hart, junto con otros voluntarios, escribieron libros enteros literalmente a mano y en octubre de 2015 contaba ya con más de 50.000 libros en su colección. El proyecto, todavía activo hoy, es uno de los ejemplos más destacados del dominio público.

Franklin Bookman (Fuente)
Hubo un tiempo, muy anterior al Kindle, en el que los libros electrónicos se parecían más a una calculadora que a lo que hoy en día todos reconocemos como un eBook. Un primer ejemplo sería el Data Discman de Sony, que a pesar de ese nombre no tenía nada que ver con un Walkman. De gran tamaño, el sistema contaba con una pequeña pantalla LCD monocromática en la que la experiencia de la lectura resultaba bastante incómoda. El aparato usaba un tipo de CD parecido a los MiniDiscs, que simplemente eran CDs en miniatura. A un precio de más de 400 dólares, tuvo un éxito discreto en Japón, con ventas que oscilaban entre las 70.000 y las 100.000 unidades en su primer año, según The New York Times. Un dispositivo posterior llamado Sony Bookman aceptaba discos de tamaño completo pero su precio era aún mayor. ¿El resultado? Fracaso. El relevo fue recogido por el Franklin Bookman, comercializado a partir de la década de los noventa como libro electrónico a un precio de 130 dólares ‒eso sí, no apto para leer novelas largas‒. Su sistema basado en cartuchos para libros fue una evolución importante en el modelo de eBooks.

NuvoMedia Rocket eBook (Fuente).
El eBook de NuvoMedia Rocket fue un dispositivo basado en LCD lanzado por Martin Eberhard y Marc Tarpenning que se vendió por 499 dólares en su versión de 1998 y más adelante por 199 dólares. Era el ejemplo perfecto de cómo la vida de la batería iba mejorando con el tiempo. Aunque este eBook tenía la gran ventaja de ser fácil de usar, no resultaba cómodo leer en el durante largos períodos de tiempo. En una reseña la revista PC Magazine afirmaba que era incómodo a partir de media hora de lectura continuada. Lanzado casi al mismo tiempo que el eBook Rocket, el SoftBook Reader era una especie de mezcla entre un iPad y una Palm Pilot. Lo interesante de este dispositivo es que estaba respaldado financiertamente por Random House y por Simon & Schuster y que además estaba basado en HTML. Su elevado peso lo convertía en un armatoste incómodo de llevar.

Sony Librie (Fuente).
Un caso aparte es el Sony Librie, siguiente intento por parte de Sony después del fracaso del Data Discman. Este eBook contaba con una resolución de pantalla de 600×800 y un diseño muy parecido al Kindle actual.

Papel electrónico Gyricon (Fuente).
Todos estos primeros tanteos se quedan un tanto cortos en cuanto falta el ingrediente principal del eBook moderno: la tinta digital. Esta tecnología, pensada para que la lectura sea nítida y cómoda a la vista, fue el resultado de varios intentos. El concepto surgió a fines de la década de 1960 y principios de la década de 1970 en el mismo laboratorio de tecnología que nos trajo la impresora láser, Xerox. La primera tecnología de papel electrónico que desarrollaron recibió el nombre de Gyricon. Este material se basó en el uso de un conjunto de pequeños granos giratorios que se movían con cargas eléctricas. El concepto era muy prometedor, pero permaneció durante décadas sin un uso claro. En una entrevista con The Future of Things, el inventor de esa tecnología, Nick Sheridon, explicó que solo descubrió que podría haber un mercado para ese tipo de tecnología mucho después de su descubrimiento.
Así llegamos a la tinta electrónica o eInk ‒desarrollada por la empresa con ese mismo nombre‒. La idea de la eInk no vino de Xerox sino del MIT, y en concreto de estudiantes que llegaron, sin saberlo, a un concepto muy similar al de Gyricon. Según un artículo del Wall Street Journal, J.D. Albert, uno de los fundadores de eInk, quería hacer partículas que fueran medio blanquecinas, medio negras, pero en cambio crearon algunas totalmente blancas. Su compañero de clase, Barrett Comiskey, tomó esas partículas completamente blancas, mezcladas con un tinte oscuro y líquido, y utilizó el fenómeno de la electroforesis generando cargas eléctricas para producir el movimiento de partículas dentro de un fluido, lo que afectó a la visualización de las partículas en una pantalla.
La página resultante tenía un alto contraste, era legible y no necesitaba electricidad constante como sí ocurre con la pantalla de un ordenador o un dispositivo similar. Esta sería la base para la eInk, una tecnología que pronto se convirtió en idónea para lectores electrónicos como el Kindle. Por supuesto, el color fue mucho más difícil de lograr con esta tecnología que con las pantallas LCD; fue necesario mucho tiempo antes de desarrollar una pantalla a color en un eReader. Los primeros intentos de conseguirlo fueron un fracaso, pero poco a poco se ha ido desarrollando una tecnología aceptable de color eInk. Los paneles eInk de tres colores son relativamente fáciles de conseguir y ya hay en marcha una tecnología llamada Advanced Color ePaper.
A lo largo de los años han surgido otras tecnologías en competencia a la tinta digital, como la electroobtención, desarrollada por Xerox PARC durante la década de 1970 y que no ha conseguido derrocar al eInk.

Kinde (vía Shutterstock).
Bien es cierto que el boom iniciales de los libros electrónicos ha quedado atrás, que las ventas cayeron casi un 20 por ciento en 2016 y otro 10 por ciento en 2017 pero hay que reconocer que a los eBooks todavía les queda mucho camino por andar y que el Kindle no es ni mucho menos el final del trayecto. A Amazon hay que reconocerle que con su Kindle ‒ y también a Barnes & Noble con el Nook‒ ha cambiado las reglas de la industria editorial, creando un mercado con un contenido digital abundante y fácil de adquirir. Quizá Amazon haya llegado a un punto muerto con el Kindle, o tal vez no, pero lo que está claro es que los eBooks todavía tienen mucho que decir.
No hay comentarios