Los clásicos y su indudable sabor a tiempo invertido en trascendencia, a expansión de horizontes…Ya he hablado de esto previamente: solo apuesto, en novelas, por éxitos garantizados, por la recuperación de lo que en otros tiempos ha servido para que la Humanidad de un pasito más en su caminar, de manera que se sitúe más cerca si cabe de la trascendencia que nos aporta el arte bien hecho, ese que nos anima e impulsa en este derrotero que es el paso inefable de los días.

Me fascina adentrarme en historias de la Historia que no son las que nos han tocado vivir, es como sumergirte en una cápsula del tiempo en la que encuentras los pormenores de sus quehaceres, qué les ocupaba y preocupaba en su día a día, cuáles eran sus cuitas, cómo administraban su ocio, cómo se vertebraban como sociedad, los procesos políticos e históricos en los que estaban inmersos,…

En definitiva, cómo arrostraban la tarea de administrar sus panes y sus días.

En este caso, me adentro en una cápsula del tiempo que no es nada desdeñable, las 1485 páginas de El conde de Montecristo de Alejandro Dumas, que suponen una auténtica zambullida, fresca y envolvente, en la que tienes tiempo de saborear muchas sensaciones y vivencias, prácticamente, todas las que articulan las que los seres humanos podemos encarar en nuestro proceder. Me fascina, ya lo he apuntado en otra revisión personal de otro libro, la posibilidad de encontrarme con un libro que, en su tiempo, fue administrado por entregas a una sociedad que encontraba en los medios escritos una manera de recrear su ocio a lo largo de la semana(las entregas se hacían los domingos y se daba tiempo a lo largo de la semana para la lectura sosegada de la misma, incluso para que otros pudieran participar de ella); me gusta juguetear con sus tiempos pretéritos en este momento actual tan característico de la superficialidad, de las prisas y de los mensajes inmediatos que apenas si se reposan en el magín del personal…

Pues eso, adentrarme en los vericuetos de las entregas pausadas, reconocer su época y adentrarme con la ilusión de quien sabe que camina por espacios que son de inmensa satisfacción para el lector; no en vano, son los clásicos.

Algo que rechazo en este tipo de libros es su enorme efecto moralista: siempre se persigue un afán aleccionador en el que se detectan las altas esferas que quieren seguir manipulando a los de siempre, sin que estos se den cuenta de lo que les está sucediendo; sin ánimo de resultar «spoiler» basta consultar la última frase del libro para identificar el afán moralista-religioso que la novela persigue. Éste es un rasgo característico de la época y no me corresponde a mí enjuiciarlo, ya que desde la atalaya de mi tiempo es fácil detectar estas costuras que la novela encierra, pero creo que lo trascendente es vislumbrar el interés que movió a Dumas para, desde la epopeya particular de Edmundo Dantés, un Odiseo de los tiempos decimonócicos, se pudiera vertebrar a una parte de la sociedad de su época.

De cualquier forma, de todo lo que el libro aporta, esta cuestión moralista no es más que un elemento baladí sin apenas trascendencia si lo comparamos con todo lo que te proporciona.

Quizá, ese rasgo que aludíamos con anterioridad de una Odisea moderna, pueda salvarla de la famosa proclama de Josep Pla en la que afirmaba que «un hombre que después de los 40 años todavía lee novelas es un puro cretino». Aunque en cierto sentido, podemos estar de acuerdo con la sentencia de Josep, creemos que es una novela que supone una apuesta segura por la cimentación de futuras y, quizás, más sólidas lecturas, que nos hagan separarnos de los adjetivos que Pla quiere endilgarnos.

Buceando un pelín en la red, me he topado con este artículo en el que se pude detectar cómo la vida real siempre se adentra en este tipo de novelas, ya que en la imaginación del autor siempre se encuentra lo vivido como experiencia que aflora y que aparece en la ficción literaria.

En sí, de la propia novela, solo por retar a los efímeros tiempos actuales y solo por darnos el lujo de adentrarnos en una novela bien estructurada y bien dispersa en cuanto a los recursos empleados, merece la pena su lectura, pausada, sin prisas, conocedores de que batallamos con el modelo actual de entregas literarias que apenas si rebasan las dos tardes de lectura, para salir fortalecidos y con ánimos renovados, con ganas de más clásicos demoledores y renovadores.

Confío, y espero, su buen merecido provecho…

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