Retuerta de Jorge Omeñaca

Ya desde el mito de Saturno devorando a sus hijos, la relación entre padres e hijos forma parte intrínseca de la tradición europea. En los terrenos de la literatura se ha explotado tanto que casi podría convertirse en deporte olímpico. Desde el piadoso Eneas escapando de la ciudad de Troya con su anciano padre, Anquises, a hombros, en la Eneida de Virgilio a las tempestuosas relaciones paterno-filiales de Gregorio Samsa y su progenitor en La metamorfosis, trasunto del desprecio que Kafka sentía por su propio padre y que escupió, lleno de veneno, en su Carta al padre. Habida cuenta de que el tema goza de una salud encomiable y de que, lejos de agotarse, le queda mucho por delante, el escritor Jorge Omeñaca ha publicado una nueva revisión de este tópico en Adeshoras bajo el título de Retuerta.

Otro de esos libros que trata de relaciones entre padres e hijos es Pedro Páramo de Juan Rulfo. Queda claro ya desde el arranque, donde se nos dice: «Vine a Comala porque me dijeron que acá vivía mi padre, un tal Pedro Páramo. Mi madre me lo dijo. Y yo le prometí que vendría a verlo en cuanto ella muriera». Curiosamente, esta primera línea es uno de los muchos detalles que ha hecho que esta novelita de poco más de cien páginas pase con letras mayúsculas a la historia de la literatura. Habrá quien que acuse de osado haciendo tales comparaciones, pero es un comienzo del que no tiene nada que envidiar la novela de Jorge Omeñaca, que logra en una sola frase lo que Rulfo viene a hacer en tres: «Conocí a mi padre el día que enterré a mi madre».

Pero no es este el único paralelismo entre Pedro Páramo y Retuerta. Ambos títulos son un nombre propio, el primero de un personaje y el segundo de un lugar. En algún momento de la novela Retuerta se describe como «un puñado de granjas y parideras desperdigadas por el monte», un espacio que recuerda, por su desolación y su desamparo, a la Comala donde el protagonista de la novela de Rulfo buscaba a su padre. Ambos territorios, salvajes e intemporales, son completamente imaginarios. El ambiente, a ratos árido a ratos fantasmagórico, está construido con una arquitectura común. Sería concebible que los personajes saltaran de un libro a otro, que compartieran su universo.

Si parte de la novela de Rulfo trata sobre la búsqueda del padre, en Retuerca es el padre quien acude a su hijo. Como desvela su primera frase, el padre llega a la vida del protagonista tras la muerte de su madre, una premisa que sirve como punto de partida de este bildungsroman o novela de aprendizaje adolescente. Al igual que muchas de las novelas enmarcadas en este género, cuyas bases fueron sentadas por Los años de aprendizaje de Wilhelm Meister de Goethe, el protagonista es un joven que acaba de abandonar el mundo de protección que representaba su madre para adentrarse en una nueva realidad llena de conflicto. La narración se articulará en función de lo que se conoce como viaje del héroe, un recorrido tanto físico como espiritual ‒por tanto, al mismo tiempo interior y exterior‒ que permitirá al muchacho ingresar en el mundo de los adultos. Ahí es donde entra en juego su padre: Israel, que así se llama el joven, contará con la figura paterna como maestro y guía en su nueva aventura. Con el añadido, con todo lo que eso implica a nivel simbólico, de que el personaje es ciego. Con todos estos ingredientes Retuerca levanta sus andamios sobre una oposición radical: la vida sedentaria y segura con la madre frente a la vida nómada y azarosa con su padre.

Otra novela a la que recuerda Retuerca es Intemperie de Jesús Carrasco. En ambas historias se relata la huida de un niño a través de un espacio devastado, cerrado a pesar de ser abierto, y dominado por la violencia y la crueldad. En ambas se reflexiona sobre la moral y la dignidad humana, y sobre lo que ocurre cuando estas faltan. Y en ambas se hace un uso muy particular del lenguaje. Al igual que la ópera prima de Jesús Carrasco, la que le hiciera mundialmente conocido, la novela de Jorge Omeñaca también selecciona cada palabras de forma casi milimétrica para decir lo que tienen que decir, ni más ni menos, recuperando también algunos vocablos y expresiones que el tiempo había dejado caer en el olvido.

Tal vez parezca que he hablado de Retuerca siempre en comparación con otras novelas, pero la narración que Jorge Omeñaca ha construido se sustenta por sí misma. Si la confronté con otros libros fue para dar algunos puntos de referencia que permitan saber qué se puede encontrar en ella, para explicar por qué es una lectura más que recomendable. Porque cuando cierras el libro, después de haberlo leído, sientes que has acompañado al protagonista en su viaje interior y te notas un poquito más grande por dentro. Y, ¿qué más se le puede pedir a la literatura?

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