Durante mucho tiempo estuve convencido de que los encuentros de verdad solo podían tener lugar en la calle, comenta el narrador de “Recuerdo durmientes”, la novela del ganador del Premio Nobel Patrick Modiano. ¿Es tal vez él quién narra y se trata de un relato autobiográfico? Es posible, los novelistas utilizan la escritura como un medio para apaciguar sus demonios internos y, al hacerlo, tocan el alma de quién los lee. Aquellos que relatan historias no pueden saberlo, sin embargo, a través del acto de escribir, modifican la vida de los lectores anónimos quienes, como en un encuentro casual, se topan con esos textos en una librería genérica. De allí, los senderos se bifurcan y todo puede ocurrir. El espíritu del lector cambiará. Ya no será el mismo. Las decisiones que tomé a partir de ese momento transformarán su vida.
Un día, en los muelles, me llamó la atención el título de un libro, “El tiempo de los encuentros”. También hubo para mí un tiempo de los encuentros en un pasado remoto. Las primeras oraciones de la novela parecen confirmar la afirmación precedente. Al mismo tiempo, nos introduce al mundo de los recuerdos difusos, los cuales hibernan en la cueva de nuestra memoria hasta que son revividos por el azar de las circunstancias. Cuando aquello ocurre, uno se pregunta si no va caminando en sueños, y acaba por dudar de la propia realidad.
A medida que avanzaba en mi lectura, la relación entre los recuerdos de un pasado lejano y el mundo onírico se hacía cada vez más que explícita. ¿Acaso no nos ocurre que el pasado antiguo adopta la textura de los sueños? Modiano parece sentirlo así y, en sus palabras, se percibe una punzante nostalgia que a veces lacera el espíritu pero que, asimismo, constituye una droga a la que nos volvemos adicto.
Los encuentros fortuitos a lo largo de la vida están llenos de magia, son únicos e irrepetibles. En muchos casos nos dejan con preguntas sin respuesta y, aquellos enigmas, nos torturan durante toda la vida. Me he hecho por última vez esas preguntas antes de que se pierdan, sin respuesta, en la noche de los tiempos, explica el narrador en un tono melancólico al hablar de uno de esos recuerdos irresueltos.
En el relato, el narrador invoca situaciones de su juventud. Cincuenta años han pasado. Ahora es un anciano que abre un cofre mental, uno que contiene reliquias temporales: imágenes de su adolescencia, misterios sin resolver, amores sin concretar. Puntos que se han quedado fijos en el tiempo y a los que vuelve inevitablemente.
Durante unos cuantos meses más o ¿quién sabe?, unos cuantos años, pese a la huida del tiempo y las desapariciones sucesivas de las personas y de las cosas, había un punto fijo (…) Esas personas de las que nos preguntamos qué habrá sido de ellas y cuya desaparición se rodeó de misterio, de un misterio que nunca conseguimos disipar.
La voz del escritor se siente áspera y melancólica. Trae al presente las memorias de mujeres que ha conocido gracias a los encuentros azarosos. Revive situaciones y se pregunta sobre los caminos alternativos en el sendero de la vida. No puede evitar inquirir ¿Qué hubiese pasado si…? ¿He tomado la decisión correcta en el océano de las posibilidades?
Me he cruzado con las mismas personas por las calles de Paris, personas a quienes no conocía (…) Lo más perturbador era que me cruzaba con frecuencia con la misma persona, pero en diferentes barrios y alejados entre sí, como si el destino -o el azar- insistiera para que nos conociéramos. Y en todas las ocasiones, sentía remordimientos por dejarla pasar sin decirle nada. De aquella encrucijada, salían muchos caminos y yo había descuidado uno de ellos que a lo mejor era el adecuado.
¿Y si hubiéramos hablado con aquella persona? ¿Y si hubiésemos hecho un esfuerzo por mantener el contacto?
Durante ese labor que se hace a tientas algunos nombres brillan intermitentemente como señales que franquean el paso a un camino escondido.
El que narra es un escritor, sin duda. Su vida ha sido marcada por los libros, los cuales son enumerados a lo largo del escrito para darle un título a los recuerdos y situaciones detalladas.
Los sigo teniendo después de cincuenta años y me pregunto porque algunos libros o algunos objetos se obstinan en ir siguiendo nuestras huellas toda la vida, sin que nos demos cuenta, siendo así que hemos perdido otros que eran tan valiosos para nosotros.
Y así los libros son nombrados en cada momento revivido, siendo estos últimos como despertares de gélidas hibernaciones.
Era esa librería, a fin de cuentas, donde había encontrado aquel libro que me había hecho pensar mucho: “El eterno retorno de lo mismo”. En cada página me decía: si pudiéramos volver a vivir, a las mismas horas en los mismos sitios y en las mismas circunstancias lo que ya habíamos vivido, pero vivirlo mucho mejor que la primera vez, sin las equivocaciones, sin los tropiezos y los tiempos muertos…., sería como pasar a limpio un manuscrito lleno de tachaduras.
Y en esas menciones literarias, se repite la esencia de lo que se describe: el desasosiego por no saber si realmente podría haber habido un mejor desenlace para cada encuentro, para cada aventura.
“La eternidad a través de los astros”, uno de mis libros de cabecera. Miles y miles de sosias nuestros toman los caminos que nosotros no tomamos en las encrucijadas de nuestra vida, y nosotros, nosotros creímos que solo había uno.
Y la pregunta que nos deberíamos hacer emerge de la lectura: ¿Acaso nunca nos ha pasado de sentir como si durante una parte de nuestra vida hubiésemos estado en una suerte de sueño? ¿Hemos caminando al costado de nuestra vida como sonámbulos? ¿Y nos ha ocurrido que, en ciertos períodos, experimentamos despertares que nos hacen volver a la realidad? Quizás pasamos la vida soñando dentro de sueños que, a su vez, están dentro de otros. Quizás los niveles oníricos son infinitos y jamás podamos ver la realidad. Tal vez sean los encuentros lo único que le puede dar corporeidad al surrealismo inmaterial que nos toca vivir.
Estaba dispuesta a contarme su vida. Muchas personas de todo tipo hicieron lo mismo en los años siguientes y me he preguntado a menudo por qué. Me gustaba escuchar a la gente y hacerle preguntas. Con frecuencia me llegaban retazos de conversaciones de desconocidos en los cafés.
Quizás por ello añoramos volver al pasado y remembrar imágenes de conversaciones no concluidas. Es a través de ellas que combatimos el olvido. Por ello, el narrador siente la compulsión de hablar con las personas y, al no hacerlo, no puede evitar preguntarse si tomó la decisión correcta. Y siente dolor al darse cuenta que las personas lo olvidan. Por ello, quién escribe, relata sus esfuerzos por permanecer recordado.
Seguramente se le había olvidado todo. O lo veía como algo lejano, cada vez más lejano según iban pasando los años. Y el paisaje acababa por perderse en la bruma.
Dicen que morimos dos veces, una físicamente y otra cuando nos olvidan. Tal vez quién escribe busca extender su existencia. Pero ahora solo tiene sus sueños y eso lo agobia, lo deprime. No obstante, como lo mencioné al principio, existe cierto goce masoquista por parte del autor al traer al presente sus memorias. Entra en una ambivalencia: ¿recordar u olvidar? Encuentra unas anotaciones que echan luz sobre el pasado de esos “Recuerdos durmientes”. Tratan sobre algunas de aquellas personas con quienes habló una vez y, luego, nunca más volvió a ver. Son la evidencia de que fueron reales y la culpa de no haber tomado otro camino lo corroe. Una parte suya quiere olvidarlo pero no puede. Como buen escritor, encuentra el remedio para su dolor en su mismo oficio:
La única forma de desactivar definitivamente ese delgado cuadernillo es copiar algunos fragmentos y mezclarlos con las páginas de una novela, como hice hace treinta años. Así no se sabrá si pertenecen a la realidad o al ámbito del sueño.
La novela es atrapante y ha tocado mi alma de lector inquieto. Su narración es sugestiva y poderosa. Los sentimientos que ella expresa nos rosan con sus filamentos sugerentes. Vemos y sentimos lo que el narrador siente. No conocemos en detalle su vida. Son fragmentos microscópicos de su existencia contados en forma discontinua. Aun así, al leer el escrito, experimentamos la sensación de conocer cada detalle de su pasado. No podemos dejar de pensar: “¿Cuántos encuentro fortuitos he tenido?”. Muchos se materializaban en mi mente mientras leía. Fue inevitable preguntarme “¿Y que si hubiese tomado otro camino?”. Fue imposible no sentir desosiego y miedo al ver como muchos me habían olvidado.
Pero, al cabo de medio siglo, las pocas personas que fueron testigo de tus comienzos en la vida han acabado por desaparecer; y, por lo demás, me pregunto si la mayoría de ellas podrían hallar una relación entre esto en que te has convertido y la imagen borrosa de un joven cuyo nombre ni siquiera podría decir.
Las palabras del texto han llegado a mi alma. Ahora sé porque he hablado con miles de personas por la calle durante toda mi vida. No quería dejar que las oportunidades se fueran. No quería ser olvidado. Quería vivir el presente, sentir la realidad. De lo contrario, todo sería un sueño o un recuerdo que me atormentaría al invocar caminos alternativos. En el libro, los pocos reencuentros con personas de aquel pasado hibernal son descritos como apariciones fantasmagóricas. Otras veces, aparecen cubiertos de cierto realismo mágico. De cierto idealismo.
Me senté y tenía la sensación de estar atrapado en un sueño. Esa sensación se debía a los interminables días que llevaba sin hablar con nadie. Nunca me había parecido tan atinada la expresión. Apartado del mundo.
¿Para qué escribe un escritor? Lo hace para él, pero también para otros porque si puede, aunque sea, cambiar la vida de una de las personas que lo lee, entonces su existencia tendrá propósito. Aquel efecto secundario de una actividad de catarsis personal dará significado a todo.
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