La reina está radiante. Sonríe y saluda al público. Tan solo tiene doce años, quizás menos. Ahora es la líder de la comparsa Orfeo. Es la elegida para representar un legado cultural. Rubia y de ojos celestes, ¿acaso la estereotipada imagen de belleza y éxito? No importa, ha ganado. Parece feliz.

Aquella es la primera escena del multi premiado cortometraje realizado por Manuel Abramovich. El título: “La reina”. Ya sabemos quién es ella. La película continua y comenzamos a explorar su universo.

Segunda escena, lejos de la realeza y el jolgorio, observamos que es una chica normal. Está jugando al tenis. Ya no sonríe tanto. Parece aburrida, tal vez algo triste. De fondo, la voz de dos mujeres se escucha. ¿Su madre y su tía tal vez? Hablan de los méritos deportivos de la Reina. Se llama María Emilia pero le dicen Memi. Están orgullosas sin embargo, hablan de sus triunfos como si no fuesen de ella. Como si, en realidad, ellas fuesen las verdaderas artífices de su gloria. La gloria de la reina.

La rutina agobia a la pequeña y se puede ver. Su vida ya no le pertenece. Acostada en su cama, no puede dormir. Se queda allí esperando. Luego, la vemos probándose el traje para el carnaval del chocolate. Las mismas mujeres la asisten. Escuchamos su tímida voz por primera vez. Es igual a la de las mujeres. Acento paraguayo o quizás correntino. Lo segundo es más probable, Orfeo es una comparsa que participa en los carnavales de Monte Caseros. Sus rasgos físicos ahora tienen más sentido. Le colocan el casco que usará el día glorioso. Ella es la reina del chocolate. Sin embargo, el sombrero metálico pesa y tensiona su debilitado cuello. No sonríe, en sus ojos vemos un vacío desolador. Se siente miserable. Le piden que sonría pero no puede.

Después, aparece flotando en una pileta. Es una clase de natación. En su único acto de rebeldía, se da vuelta y nada hacía al otro lado. Quiere ir contra la corriente. Por lo menos, por unos segundos, quiere creer que es libre. Inmediatamente, vuelve a la rutina frente al espejo con las maquilladoras. Ellas hablan sobre el sacrificio físico y sobre el dolor que implica ser una reina. Cargar esos pesados armatostes de metal con su diminuto cuerpo es un martirio. En el rostro de María se observan atisbos de desprecio hacia esas mujeres que la rodean. Ellas comentan que Memi está feliz de participar en el evento. El honor compensa el sufrimiento dicen. Pero ¿Es realmente así?

Faltan minutos para el carnaval. Le colocan en su cabeza el casco de metal. Siente dolor. Llora. “No aguanto más”, exclama. “Nunca más quiero hacer esto”. La ignoran. La fiesta comienza. La reina está lista, no obstante, ella solo desea salir de allí y nadar contra la corriente.

El cortometraje captura, con imágenes, expresiones y conversaciones, la miseria de quienes son forzados a vivir el sueño de otros. Prisioneros de las frustraciones ajenas, Memi se ve atrapada en un mundo cruel y superficial. Nadie sospecha de su miseria, su sonrisa ayuda a esconderla.

Con un excelente trabajo de fotografía, Abramovich logra trasmitir la melancolía vivida por esa niña. Los planos de su mirada y las tomas utilizadas trasmiten con crudeza que ella se ha rendido. Que su mundo la oprime y ya no pelea contra él. Se resigna. La escena donde su silueta se proyecta en el paredón gris, yéndose, por momentos, del cuadro fílmico, es la metáfora que realizador utiliza para comunicarnos eso. No es necesario decir más, no es pertinente escuchar sus pensamientos. La imagen lo dice todo. La reina está muerta en vida.

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